domingo, 11 de diciembre de 2016

El mito de la obsolescencia programada

Un artículo analizando el mito de la obsolescencia programada. 


Al respecto, añadiré al artículo lo que Thomas Sowell explicaba en su sensacional e imprescindible obra "Economía Básica", el motivo de la obsolescencia, que no es otra cosa que la cuestión de la diferencia de capital humano y capital físico en términos relativos. La obsolescencia se produce allí donde el capital humano es escaso en términos relativos (Occidente) siendo más barato la producción de nuevos productos que la reparación (al ser la mano de obra más escasa en términos relativos es más cara). Esto es justo lo contrario que ocurre en el mundo subdesarrollado, donde el capital es más escaso (y mucho más caro) que la mano de obra (mucho más barata). 

Artículo de El Replicador Liberal:
Se denomina obsolescencia programada a la determinación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio, de modo que, tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante o por la empresa durante la fase de diseño de dicho producto, éste se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible.
Se dice que esta planificación tiene el único objetivo de beneficiar y enriquecer al fabricante, al tiempo que obliga a los consumidores a comprar y adquirir bienes de modo artificialmente acelerado, para que los empresarios y los productores se enriquezcan con esas adquisiciones y engorden aún más su cartera y su barriga, a costa siempre del pobre y el ingenuo.
Se dice que la obsolescencia programada es una conspiración del lobby empresarial, que urde ese plan para beneficio propio. En cambio, algunos pensamos que la obsolescencia es más una enfermedad mental que un defecto técnico. Muchas personas padecen un síndrome que les lleva a rechazar todo lo que tiene que ver con la modernidad, el progreso y el bienestar. Este síndrome se agrava a medida que la sociedad evoluciona y en la medida en que se hacen más patentes los nuevos avances y las mejoras técnicas. Dichos avances ponen de manifiesto lo absurdo que es defender la obsolescencia planificada en un mundo tecnológico que está cambiando y quedándose obsoleto continuamente, por el mero hecho de evolucionar.
En un entorno de libertad, sin privilegios ni subvenciones públicas de ningún tipo, las empresas solo pueden sobrevivir si aumentan el número de sus clientes, y por tanto deben estar siempre sometidas a la soberanía del consumidor, y tienen que competir constantemente para satisfacerle. Como es lógico, el consumidor demanda productos más baratos y mejores, y eso impulsa el mercado y obliga a cambiar los aparatos por otros de mejores prestaciones. Esto es algo natural, lógico y saludable, y todos los que interpretan eso como parte de una confabulación empresarial, que impone deliberadamente todos esos cambios, en realidad lo que están haciendo es ir en contra del progreso natural y las demandas de mayor bienestar y mejores servicios que realiza la gente de forma voluntaria.
La elección de la durabilidad de un producto, como todas las demás características, se ejerce de forma automática si existe libre competencia. En este caso, es el consumidor el que acaba eligiendo la mejor opción. Si no existe libertad, como es el caso de nuestro mundo, la solución tampoco pasa por imponer una obsolescencia determinada, como quieren aquellos que afirman que los aparatos duran demasiado poco, sino por dejar que ésta la determinen los consumidores y los empresarios. Los que dicen que los aparatos duran poco son iguales que los que supuestamente confabulan para que esa durabilidad sea cada vez más corta. Todos son intervencionistas que van en contra de la voluntad del consumidor, que se ejerce espontáneamente. El remedio que ofrecen los que denuncian la obsolescencia programada de los empresarios pasa por proponer soluciones que participan del mismo problema que denuncian. Incluso si fuera verdad lo que afirman, su propuesta no haría otra cosa que agravar la situación que provocan aquellos que quieren manipular la duración de los bienes. Es lo mismo que hacen todos los intervencionistas cuando intentan solucionar algo. Practican un remedio que lo único que hace es incidir en el problema que pretende solventar.
En todos los bienes hay siempre dos variables inversamente proporcionales, cuyos valores deben ser determinados por el consumidor. Si los bienes duran más tiempo, también será más caro producirlos, y es el consumidor el que debe elegir si quiere que duren más o que sean más baratos. Además, a medida que la tecnología avanza más rápido, interesa más que los bienes sean baratos, aunque no duren tanto, ya que la velocidad de reposición se incrementa con cada uno de esos avances. En este sentido, cada vez interesa menos que los bienes sean duraderos y caros.
La obsolescencia es connatural a la evolución. El empresario debe calcular la misma para no incurrir en errores que provoquen una producción desfasada e inútil. No se pueden fabricar coches que duren treinta años si dentro de diez ya no van a ser demandados porque existan nuevos automóviles más económicos y seguros. Y sobre todo, no se pueden fabricar coches más duraderos, y por tanto también más caros, si los consumidores no están dispuestos a pagar por esa durabilidad y lo que desean es tener un bien más barato y renovable.
Todos aquellos que dan crédito a esa estúpida idea que asocia la conspiración encubierta de los empresarios con la obsolescencia programada, podrían hacernos al resto un pequeño favor. Se podrían ir a vivir a una comuna hippie. Allí les podríamos ofrecer una lavadora que durase 50 años, un ordenador que estuviese activo durante 12 lustros, y una bombilla que no se apagase en 7 décadas. Así, cuando dentro de cinco años los demás podamos tirar a la basura los electrodomésticos viejos, y comprar una lavadora que ahorre más energía, un ordenador más potente, barato y liviano, y una bombilla de menor consumo, también podremos beneficiarnos del avance de la ciencia y la tecnología sin tener que soportar a todos estos neoluditas y anticapitalistas de la nueva era. Ahorraremos muchos vatios, y también nos ahorraremos muchos comentarios, admoniciones y obligaciones inútiles, y no tendremos que aguantar la matraca que nos dan algunos con motivo de ese mito absurdo de la obsolescencia programada.

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