Ignacio Blanco muestra la excusa del Cambio Climático y la ecología como subterfugio ideal empleado por los políticos para adquirir más poder restringiendo las libertades del ciudadano y expoliarnos con más impuestos.
Artículo del Club de los Viernes:
La ecología se ha convertido en una excusa más para restringir su libertad y recaudar impuestos. Capitalizada por la izquierda, tras perder todo referente ideológico con el derrumbamiento del comunismo, que sólo por desconocimiento, desidia o mala fe, vuelve a nuestras vidas, es la vía más fácil para justificar la intervención en nuestras vidas. Estoy esperando escuchar un mantra del nuevo metalenguaje del estilo, “sin ecología no hay democracia”, muy propio del partido de la sonrisa forzada y los corazones rencorosos.
Tenemos tasas para turistas, supuestamente por su impacto medioambiental; el impuesto a las grandes superficies, basado en el daño que usted ocasiona al medioambiente cuando va de compras; la absurda propuesta de limitación de velocidad en autovías a 90 km/h de Belen Fernandez (Consejera de Industria); las restricciones al automóvil de Xixón Si Puede; las subvenciones a energías renovables, la prohibición del fracking o la moratoria nuclear que hacen de España uno de los países con los costes energéticos más altos del mundo; la obsesión por quemar carbón nacional subvencionado con impuestos, en centrales térmicas como la de Aboño, para luego protestar por sus nubes de humo; los problemas para ampliar el vertedero de Cogersa y la prohibición de la incineradora; la limitación de uso de la propiedad privada en el conservacionista PGOU de Gijón, que ha reducido la edificabilidad, castigando a propietarios privados a no poder construir en sus parcelas, para que puedan aliviarse los canes de la ciudad, que acabarán teniendo más derechos que los seres humanos. No en vano, hay hasta un partido político que lucha por sus derechos –PACMA-, los de los animales, unos seres sin obligaciones ni responsabilidades que algunos pretenden equiparar en derechos a los que pagamos impuestos. Y sobre todo el doble rasero de unas administraciones públicas que no sufren consecuencias por el vertido incontrolado de los purines de 150.000 seres humanos en Peñarrubia, mientras un ganadero es castigado con fuertes sanciones si sus cerdos vierten un poco de purín a la caleya.
Se busca modelar un ser humano perfecto, cuya vida no deje huella ecológica alguna, mientras otros, como Al Gore, se hacen millonarios con el lucrativo negocio del apocalipsis medioambiental. Nos llevan por un camino en el que no querrán que encendamos la luz de casa, que nos comamos nuestra basura, que vayamos en bicicleta a todos sitios, que evitemos ir al servicio o dejemos de respirar, toda vez que la respiración humana vierte 7,8 millones de toneladas diarias de CO2 a la atmósfera, lo que supone el 10% de todas las emisiones de CO2 por quema de combustibles fósiles.
Estas restricciones suponen un coste devastador, no dentro de unos años, sino hoy, que se traduce en salarios más bajos, menos puestos de trabajo y alas al populismo.
El reciente premio Princesa de Asturias de cooperación Internacional al Pacto Mundial por la Tierra de la ONU, confirma la senda de obsesión por la ecología. Una organización, creada en 1945, al término de la 2ª guerra mundial, que debió haber desaparecido hace mucho tiempo, tal y como lo hiciera la Sociedad de Naciones, tras el fracaso en el establecimiento de un sistema de seguridad colectiva. Pero, como toda institución que se crea con dinero público, presenta una resistencia a la muerte superior a la de un hombre lobo con luna llena.
La solución sólo pasa por redefinir propiedades, pues es más sencillo contaminar lo que no es de nadie, como el aire, los ríos o mares, que lo que tiene propietario, por asignar correctamente los costes de la contaminación y que el causante del daño responda directamente frente a quien lo ha sufrido, no frente a la administración.
Estando así las cosas, no descarto en un futuro ver a la Mula Francis o al Oso Yogui de candidato electoral, pero viendo lo que hay no harían tan mal papel.
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