Artículo de El Confidencial:
Un empleado de Amazon, en uno de los supermercados de Amazon Go 100% automatizados, sin cajas ni líneas de espera. (Reuters)
“Si las máquinas no hicieran otra cosa que privar al hombre de su trabajo, en la industria del alfiler existiría ya en aquella época un 99,98% de desempleo”.
Herny Hazlitt, 'Economía en una lección'
La historia de la economía es la historia de la humanidad. Y no puede entenderse la economía sin la evolución de los métodos de producción, que es la evolución de la productividad y del ocio asociado. Por el trabajo se ha matado, se ha muerto, se han hecho revoluciones y se ha logrado reducir la pobreza hasta límites inimaginables hace solo unas décadas.
Amazon presenta Amazon Go, supermercados 100% automatizados, sin cajas, sin líneas de espera ni cajeros
Una de las principales críticas a la actual revolución industrial en la que estamos inmersos, la cuarta (si aceptamos la división según la cual la primera fue la de la máquina de vapor, la segunda la de la producción masiva gracias a la aplicación industrial de los combustibles fósiles en los procesos de producción y la tercera, la verde preconizada por Rifkin, aún pendiente de ocurrir y, desde luego, posterior a la cuarta en cuanto a su implantación), es la habitual en los periodos convulsos que suponen la transición entre dos de ellas. Ya señala Hazlitt, en su tan olvidado como imprescindible 'Economía en una lección' (que debería ser de lectura obligada no ya en todas las escuelas de comercio sino en el Bachillerato, para que el menos nuestros futuros economistas tuviesen algún conocimiento de la realidad que los rodea) que, “en cuanto a la creencia de los amotinados de que la máquina habría de estar desplazando continuamente obreros, se equivocaban, ya que antes de que finalizase el siglo XIX la industria de fabricación de medias empleaba, por lo menos, 100 obreros por cada uno de los empleados a comienzos del siglo”. No es menos cierto, y no lo omite el norteamericano, que dirigió la línea editorial económica del 'The New York Times' entre 1934 y 1946, que los más de 50.000 obreros afectados por la sustitución de su trabajo por máquinas tardaron más de 40 años en sobreponerse a la situación. Como tampoco lo es que la situación es hoy distinta, completamente diferente.
Amazon presenta Amazon Go, supermercados 100% automatizados, sin cajas, sin líneas de espera ni cajeros
Una de las principales críticas a la actual revolución industrial en la que estamos inmersos, la cuarta (si aceptamos la división según la cual la primera fue la de la máquina de vapor, la segunda la de la producción masiva gracias a la aplicación industrial de los combustibles fósiles en los procesos de producción y la tercera, la verde preconizada por Rifkin, aún pendiente de ocurrir y, desde luego, posterior a la cuarta en cuanto a su implantación), es la habitual en los periodos convulsos que suponen la transición entre dos de ellas. Ya señala Hazlitt, en su tan olvidado como imprescindible 'Economía en una lección' (que debería ser de lectura obligada no ya en todas las escuelas de comercio sino en el Bachillerato, para que el menos nuestros futuros economistas tuviesen algún conocimiento de la realidad que los rodea) que, “en cuanto a la creencia de los amotinados de que la máquina habría de estar desplazando continuamente obreros, se equivocaban, ya que antes de que finalizase el siglo XIX la industria de fabricación de medias empleaba, por lo menos, 100 obreros por cada uno de los empleados a comienzos del siglo”. No es menos cierto, y no lo omite el norteamericano, que dirigió la línea editorial económica del 'The New York Times' entre 1934 y 1946, que los más de 50.000 obreros afectados por la sustitución de su trabajo por máquinas tardaron más de 40 años en sobreponerse a la situación. Como tampoco lo es que la situación es hoy distinta, completamente diferente.
Muchos aún recordamos el alborozo que produjo la reducción de la jornada laboral desde las 48 horas semanales hasta las 40 por el primer Gobierno de Felipe González en España allá por 1982. Recordemos que, en las colonias americanas, bajo Carlos II, se limitó esa jornada laboral desde la salida del sol hasta el ocaso, en verano, y de 10 de la mañana a las cuatro de la tarde, en invierno, tal y como recogen las Leyes de Indias. La regulación laboral británica de 1496 limitaba la jornada laboral a 15 horas diarias, aunque jamás se aplicó. Durante la Revolución industrial, las condiciones de trabajo de los empleados rozaban la esclavitud, y el empleo de niños en la industria era habitual.
Hoy, esa práctica está casi totalmente erradicada, aunque algunos países como Bolivia (presidido por Evo Morales, puesto como ejemplo social por algunos de nuestros diputados) está regulada y permitida desde los 10 años de edad. Y ha sido la productividad, esencial en el sistema capitalista, la que ha permitido reducir la jornada laboral, sacar a los niños del mercado hasta los 16 años (en los países desarrollados, con la práctica universalización de los estudios superiores, hasta más allá de los 20) y permitir a los mayores jubilarse a los 65 años —para vivir de media al menos 20 años más en condiciones saludables, como señalaba en mi anterior artículo.
Tal y como relata Maddison en su 'The World Economy. A Millennial perspective', el número de empleados en Europa se duplicó entre 1870 y 1998. En España ha ocurrido lo mismo —en solo 85 años—. La jornada laboral, en el mismo periodo y para los mismos países, ha pasado de casi 3.000 horas por año y trabajador a menos de 1.600. En el mismo periodo, la renta per cápita por empleado, valorada en moneda constante de 1990, ha pasado de los 4.700 dólares en 1870 a los más de 43.000 en 1998 en los países del centro y del norte de Europa. En España, desde 1913 y hasta 1988, se ha pasado de 6.000 dólares a casi 42.000, multiplicando por siete la producción por trabajador.
Tal y como relata Maddison en su 'The World Economy. A Millennial perspective', el número de empleados en Europa se duplicó entre 1870 y 1998. En España ha ocurrido lo mismo —en solo 85 años—. La jornada laboral, en el mismo periodo y para los mismos países, ha pasado de casi 3.000 horas por año y trabajador a menos de 1.600. En el mismo periodo, la renta per cápita por empleado, valorada en moneda constante de 1990, ha pasado de los 4.700 dólares en 1870 a los más de 43.000 en 1998 en los países del centro y del norte de Europa. En España, desde 1913 y hasta 1988, se ha pasado de 6.000 dólares a casi 42.000, multiplicando por siete la producción por trabajador.
En Japón, la evolución ha sido aún más espectacular, pues ha pasado de una economía prácticamente medieval en 1870 al paradigma de tecnificación y desarrollo tecnológico; en el periodo que abarca el estudio, el referido 1870-1998, el trabajador japonés ha pasado de producir unos escasos 1.400 dólares a más de 39.000. La productividad por hora trabajada en Europa ha pasado de 1,6 dólares a más de 28. Y todo esto manteniendo una proporción casi constante de masa laboral de menos de la mitad de la población desde la segunda mitad del siglo XIX.
No, el progreso no destruye empleo. El progreso tecnológico permite sustituir unos empleos de bajo valor añadido por otros de valor añadido superior. La automatización de los sistemas de telecomunicaciones mandó al paro a los operadores de las centralitas que conectaban las llamadas. Los mecanismos automáticos de los ascensores mandaron al paro a los botones que manejaban sus palancas. Los taxistas, a los conductores de carros de caballos. Las tuneladoras, que contribuyeron al desempleo de mineros, han evitado cientos de muertes y bajas laborales, permitiendo la comunicación más rápida y eficiente entre regiones. McDonald’s tiene varios restaurantes en España donde la comanda se hace obligatoriamente en un terminal. Las grandes firmas de auditoría comienzan a sustituir a jóvenes licenciados en Administración de Empresas por algoritmos que inspeccionan más cuentas, más deprisa, con menos errores, a menor precio y, en definitiva, mejor.
No, el progreso no destruye empleo. El progreso tecnológico permite sustituir unos empleos de bajo valor añadido por otros de valor añadido superior. La automatización de los sistemas de telecomunicaciones mandó al paro a los operadores de las centralitas que conectaban las llamadas. Los mecanismos automáticos de los ascensores mandaron al paro a los botones que manejaban sus palancas. Los taxistas, a los conductores de carros de caballos. Las tuneladoras, que contribuyeron al desempleo de mineros, han evitado cientos de muertes y bajas laborales, permitiendo la comunicación más rápida y eficiente entre regiones. McDonald’s tiene varios restaurantes en España donde la comanda se hace obligatoriamente en un terminal. Las grandes firmas de auditoría comienzan a sustituir a jóvenes licenciados en Administración de Empresas por algoritmos que inspeccionan más cuentas, más deprisa, con menos errores, a menor precio y, en definitiva, mejor.
La mejor formación de los ciudadanos permite su acceso a trabajos menos alienantes, en mejores condiciones de higiene y de salud. La internacionalización de la economía, el comercio libre de bienes y servicios entre países y zonas económicas permiten el desarrollo de quienes más difícil lo han tenido. El valor añadido del trabajo es clave para su adaptación a un mercado laboral cada vez más exigente. Amazon Go supondrá que seamos más libres, disponiendo de nuestro tiempo para nosotros. Bienvenido sea.
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