domingo, 5 de marzo de 2017

Conciliación vía flexibilización

Juan Rallo analiza la propuesta de la ministra de Trabajo, Fátima Bañez, sobre la conciliación laboral  y familiar, y de qué manera se puede llevar por un buen camino o por uno contraproducente. 
Artículo de su página personal:
Conciliación vía flexibilización
La ministra de Trabajo, Fátima Báñez, pretende impulsar durante la presente legislatura un gran pacto nacional por la conciliación de la vida laboral y familiar. El principal pilar de este cambio en los usos y costumbres de la sociedad española pasa por reorganizar las jornadas de trabajo, de manera que éstas, con carácter general, concluyan a las 18.00. Como medida complementaria para coadyuvar a esta transición laboral, la ministra pretende modificar el huso horario al que se acoge España para así sincronizar más estrechamente nuestros hábitos con las horas solares: esto es, comer, cenar, acostarnos y levantarnos antes, de modo que, verbigracia, en verano no amanezcamos en penumbra y nos recojamos a pleno Sol. Evidentemente, conseguir una mejor conciliación de la vida laboral y familiar impacta positivamente sobre el bienestar de todos aquellos trabajadores que la deseen; sin embargo, debería resultar igual de evidente que para alcanzarla no basta con legislar al respecto y que, de hecho, sin las pertinentes cautelas podríamos empeorar, y no mejorar, la situación de nuestro ya de por sí delicado mercado de trabajo.
Por un lado, tengamos presente que si se adelanta la hora de salida, también habrá que adelantar la hora de entrada o, en su defecto, reducir las horas de descanso (sustituir la jornada partida por una jornada intensiva): en caso contrario, a lo que asistiríamos no es a una reordenación de la jornada laboral, sino a una reducción de la misma, con el consiguiente encarecimiento del coste por hora trabajada. Por otro, no todos los sectores económicos pueden adaptarse con la misma facilidad a una jornada intensiva: justamente por ello, habría que evitar regulaciones generales y excesivamente intrusivas, delegando la negociación de la jornada a cada centro de trabajo en particular. Por último, en ocasiones las inercias sociales son muy lentas o difíciles de corregir: por eso, más allá de eliminar obstáculos regulatorios que dificulten el cambio, no habría que empeñarse por imponerlo. Francia, por ejemplo, cuenta con el mismo huso horario adelantado que España pero exhibe hábitos muy diferentes. No convirtamos este loable objetivo en una nueva cruzada gubernamental que termine hiperregulando el mercado de trabajo.

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