Artículo de Ataraxia Magacine:
"Los grandes partidos políticos españoles sufren desde hace años un profundo descrédito. A la vez —quizá como causa y consecuencia— atravesamos una crisis nacional en la que, tras una experiencia exitosa que se prolonga desde principios de los años sesenta hasta hoy, España se empeña en acercarse peligrosamente a los abismos del separatismo y la quiebra."
Qué aprender de Vox y Podemos
La aparición de partidos como Ciudadanos, UPyD, Vox y Podemos fueron intentos de responder a la crisis de las formaciones tradicionales en la última década. Pero hoy es importante examinar, para entender las tendencias de nuestro sistema, la evolución de estos dos últimos partidos, que podrían dominar el juego político. El de Pablo Iglesias es un partido de extrema izquierda —con los matices que se quieran hacer— que ostenta un enorme poder político local, regional y, en cierta medida, nacional. El liderado por Santiago Abascal ha aparecido súbitamente desde una supuesta marginalidad, y muchos lo califican como de extrema derecha. ¿Es cierto? ¿Pueden dos extremismos opuestos alcanzar entre el treinta y el cuarenta por ciento de los votos en España? ¿Dominan las ideas extremistas el escenario político nacional?
Examinaré otro día la ideología, estrategia y praxis de ambas formaciones, comentando hoy el camino que les ha llevado hasta este momento y lugar. Ambos partidos, con distintas intenciones y suerte dispar, levantaron en 2014 la bandera de la regeneración ante una situación excepcional. Podemos fue en un tiempo sinónimo de renovación y regeneración, por mucho que eso escandalizara a quienes conocíamos la moral e intenciones de su cúpula. Vox ofrece hoy —conviene entenderlo— una imagen de renovación y regeneración para muchos españoles hambrientos de esperanza, aunque sea tildado —con razón o sin ella— de xenófobo o ultraderechista. Ambos partidos se sitúan en ese margen político desde el que mirar a España y comprender mejor su situación y su posible futuro.
Dos vidas en un instante
El 16 de enero de 2014, casi al mismo tiempo, dos acontecimientos sin relación aparente ocurrían en la capital de España: se presentaban ante los medios dos formaciones políticas de signo opuesto. Que se lanzaran públicamente el mismo día es la coincidencia más evidente y olvidada entre Vox y Podemos. Pero no la única.
Vox se presentó en rueda de prensa en un “loft” llamado Estudio Pradillo 54. “Elegimos un sitio rompedor, completamente fuera del circuito habitual” me cuenta uno de sus promotores, Iván Espinosa de los Monteros. “Un entorno que sorprendió a los que seguían pensando en las viejas formas de hacer política, en hacer lo que se hace siempre”. Allí, exministros de UCD, como Carlos Bustelo, representantes de víctimas del terrorismo, como Ana Velasco, o cualificados profesionales, como el mismo Iván, arropaban a una mesa en la que destacaba un “histórico” de la UCD, Ignacio Camuñas, la incansable y valiente Cristina Seguí, un Santiago Abascal que parecía querer esquivar su liderazgo natural en la formación, y, por encima de todos, ese ejemplo de sufrimiento, principios, compromiso y humildad llamado José Antonio Ortega Lara. Aquel acto quería ser respuesta al presunto abandono de los principios liberales y conservadores por el Partido Popular, a su renuncia a la regeneración frente a una creciente percepción de corrupción y, especialmente, a su oscura gestión de la liquidación de la banda asesina ETA. Aspiraba Vox, pues, a ser el partido liberal conservador que el PP habría dejado de ser.
Al mismo tiempo, en el abarrotado Teatro del Barrio, en Lavapiés, un orgulloso miembro de la izquierda radical, conocido por muchos de “La Tuerka”, y presente en algunos programas televisivos, era aclamado por Juan Carlos Monedero —remunerado cómplice de la dictadura chavista y frustrado asesor de Llamazares— junto a representantes de Izquierda Anticapitalista, las “mareas” de todos los colores, la izquierda antisistema y la mirada de Jaime Pastor, viejo fundador de la Liga Comunista Revolucionaria y símbolo de la confluencia de los radicalismos comunista, etarra y antisistema. Pretendían “convertir la indignación en cambio político” —como rezaba el manifiesto “Mover Ficha [1]”—, convirtiendo la experiencia del 15M y las protestas sociales sectoriales en un movimiento político exitoso. Su designado líder —quizás el único comunista radical que inspiraba credibilidad y cuyo discurso conmovía sin aburrir — aspiraba a corregir “la traición de la izquierda”, como llamaba a la aceptación por el Partido Comunista en la transición de la bandera de España y su unidad, de la monarquía parlamentaria y la democracia burguesa. Retomaba, pues, la idea de derrocar el “régimen del 78”, sustituyendo a la izquierda acomodada que, ante la crisis económica y la corrupción, no llamaba al pueblo a las barricadas.
Cuatro años después, nadie puede negar la importancia de aquel día hoy casi olvidado en el que dos nuevas formaciones vieron la luz pública. Pero las interpretaciones sobre las mismas son diversas. Observar paralelamente ambos fenómenos puede ser útil para entender las tendencias de nuestro régimen político, porque ambas responden precisamente al supuesto derrumbe o decadencia del mismo. Hoy que Vox ha dado el salto de la heroica irrelevancia política a la vigorosa emergencia, es, además, urgente.
¿Son Podemos y Vox la extrema izquierda y la extrema derecha? ¿Son fuerzas antisistema? ¿Tienen vocación de mayoría? ¿Implican una polarización de la vida política española?
Entre el cielo y el infierno
La clave de la coincidencia aquel 16 de enero era la cercanía de las elecciones europeas. Para afrontarlas, Vox ya había solicitado su inscripción como Partido Político el 12 de diciembre de 2013, un mes antes de su presentación pública. Por su parte, el asesor chavista Monedero había proclamado: “no somos un partido, sino un movimiento”. Pero el 11 de marzo siguiente –“por imperativo legal” – el mismo Monedero, junto a Pablo Iglesiasy Carolina Bescansa, solicitaban su inscripción en el Registro de Partidos.
Vox no se atrevió —o él no quiso— a presentar a José Antonio Ortega Lara, un “amateur” sin pretensiones políticas, como cabeza de lista en las elecciones al Parlamento Europeo. Pero la opción elegida no pudo ser más “institucional”: Alejo Vidal Quadras no era precisamente un extremista antisistema. Quince años como eurodiputado por el Partido Popular y Vicepresidente del Parlamento Europeo eran solo la culminación de la carrera política de un hombre formado al que nadie podría llamar seriamente extremista.
Por el contrario, el cabeza de lista de Podemos, el “logo” de su candidatura y su indiscutible, omnipresente y carismático líder era un autodenominado comunista radical que nueve meses antes animaba a sus huestes a “cazar fachas” y aprender a preparar cócteles molotov. Versado en protestas callejeras y manifestaciones antiglobalización, en las anteriores elecciones europeas había anunciado su voto a Izquierda Anticapitalista, formación trostkista que obtendría un 0,12% de los votos. En 2014, los exóticos y marginales “anticapis” pasarían a ser su mano de obra y su guardia pretoriana. Mientras los necesitara.
Con esos mimbres, entraban en la tierra que Iglesias les prometió: un millón doscientos cincuenta mil votos y cinco escaños lanzaron a Podemos a una gloria hacia la que cabalgaría a lomos de una machacona presencia en grandes cadenas de televisión —“Podemos por la mañana, Podemos por la tarde, Podemos por la noche”, fue consigna impartida por Roures— y con la inestimable y escandalosa complicidad de una poderosa Vicepresidente del Gobierno que —arriolismo desbocado— creyó moralmente admisible intentar dividir a la izquierda potenciando en la sombra a una formación comunista.
A Vox, sin embargo, le separaron menos de dos mil votos del paraíso: casi doscientos cincuenta mil no bastaron para obtener el diputado que les habría sacado de la nada. Así, mientras los podemitas adoptaban un aire de divos que pronto entonaría con la Mansión de los Iglesias en La Navata, Vox comenzaba su dura travesía por el desierto, durante la que pocos medios —entre ellos Es Radio e Intereconomía— se atrevían a dar un mínimo cobijo al apestado.
Recuerdo el aniversario de Vox, en un cine en el centro de Madrid, al que acudí por motivos personales. Un público entregado abarrotaba la sala. Pero la ausencia de periodistas y personajes destacados era tan evidente que yo —en absoluto un personaje público— fui invitado como periodista a sentarme en una primera fila casi vacía. Estaban muy solos.
Desde esa privilegiada posición pude, por cierto, escuchar, entre otros, el sencillo y brillante discurso liberal de un Ignacio Blanco al que entonces no conocía. Comenté a Santiago Abascal mi agradable sorpresa por un discurso francamente liberal, a lo que me respondió con una amplia sonrisa: “¡No creas que todos pensamos todo eso!”. Era un expresivo resumen de lo que entonces —y creo que hoy— era Vox: un partido con discursos conservadores y liberales que convivían como en cualquier partido europeo de centro derecha. Un partido con vocación de sustituir a un PP entonces tibio y desideologizado. Pero en una semiclandestinidad de la que parecía imposible salir y de la que, por méritos propios o ajenos, salió.
El erróneo escarceo de Santiago Abascal con Marine Le Pen propició la salida de algunos de esos liberales de la formación. Pero justo es decir que no se profundizó en ese error, y que hoy el liberal Ignacio Blanco es el más probable candidato de Vox en Asturias, mientras que Santiago Abascal será, presumiblemente, el nacional.
Mientras tanto, Podemos se disparaba. Dos días después de las elecciones europeas, coincidí en un programa de televisión con la periodista Isabel San Sebastián. En privado, le comenté mi creencia de que Podemos obtendría alrededor de sesenta diputados en las siguientes elecciones generales. Cordialmente, Isabel me llamó exagerado. Me quedé corto.
La bula de la izquierda
Vox y Podemos se presentaron, pues, como respuestas a la corrupción y la supuesta traición a sus ideas y principios de la derecha y la izquierda, y decían pretender una regeneración de la vida política.
En un artículo publicado en el New Left Review en Mayo de 2015, Iglesias explicaba su “inevitable” liderazgo de la izquierda, ante el que el PSOE habría de someterse o desaparecer. Todos los escritos y discursos internos de la formación reflejaban la necesidad de aprovechar una situación especialmente delicada —un sistema político supuestamente debilitado por la crisis económica y la corrupción— para conquistar el Poder. Iglesias exponía acertadamente que los comunistas solo tenían opciones de derrocar el sistema en estos “momentos de excepcionalidad”.
Por el contrario, Vox no proponía derribar el régimen constitucional explotando sus debilidades, sino eliminar dichas debilidades para preservar la unidad de España y la libertad individual. Vox no nació como una escisión de un “ala extrema” del Partido Popular, sino de los que exigían que este cumpliera su programa. La presencia de elementos e ideas liberales, la defensa de la vida o la de la unidad de España lo ilustraba. Vox pretendía retomar un programa político con el que el Partido Popular había llegado al Gobierno.
A pesar de todo lo anterior, la izquierda tenía bula. Quienes fundadamente consideraban a la cúpula de Podemos como de “extrema izquierda” eran y son descalificados. Por el contrario, calificar a Vox como de extrema derecha no parece precisar siquiera demostración: basta citar alguna frase de tono populista o alguna referencia al problema de la emigración para situarlos en la ultraderecha. Su enorme y meritorio esfuerzo en el campo de la justicia, dirigido a la defensa de la Constitución frente a los que quisieron derogarla por la fuerza, no cuenta.
¿Es Vox el Podemos de la Derecha?
En octubre de 2014, Libertad Digital publicó un artículo titulado “¿A quién teme Podemos? [2]”, que era un extracto de mi libro sobre dicho partido. Tras explicar por qué Pablo Iglesias temía especialmente lo que Albert Rivera significaba, escribía lo siguiente:
“Ciudadanos es una fuerza regeneradora, y tiene la ventaja de no tener el lastre del pasado. El Podemos de la derecha solo puede ser Ciudadanos.”
En ese contexto, se entendía el significado de ser “el Podemos de la derecha”: la imagen de renovación y regeneración que Pablo Iglesias representaba frente a un régimen supuestamente corrupto solo podía ser disputada por Albert Rivera.
Dos días después, recibí el siguiente mensaje —correcto y caballeroso, como siempre— de Santiago Abascal:
Estimado Asís; te lo digo con humildad. Es probable que Vox no despegue. Pero es seguro que Ciudadanos nunca será el Podemos de la derecha. En todo caso será el Podemos del consenso socialdemócrata, autonomista y regenerador. Eso sí.
Añadía Santiago Abascal las siguientes palabras: Nos dejaremos la piel.
El resurgir de Vox ha revuelto el panorama político español. Y, en gran parte, de forma positiva. Pese a su insistencia en ciertos asuntos delicados como la inmigración, y a algunos mensajes populistas —que no son exclusivos de su formación— sostengo firmemente que Vox no es en absoluto un partido de extrema derecha. Y que, por supuesto, no es ni puede ser “el Podemos de la derecha”, porque el sueño totalitario de Iglesias nada tiene que ver con el proyecto político del partido Vox, se comparta o no su tono, sus mensajes y sus propuestas, que en otro momento analizaré.
Abascal tampoco es comparable a Iglesias, se compartan o no sus ideas: uno defendió la libertad en el País Vasco, y el otro simpatizó con los etarras. Uno fue acosado y perseguido por los batasunos, y el otro tomó chiquitos con ellos. Uno promueve en los tribunales la defensa de la Constitución frente a los golpistas, mientras el otro procura su impunidad.
En algo erró Santiago Abascal en ese amargo y educado mensaje personal que me envió hace ya cuatro años: Vox sí ha despegado. Porque se dejaron la piel.
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