Carlos Rodríguez Braun expone una muestra más del populismo kirchnerista en Argentina, por parte del ministro Kicillof en uno de los frecuentes desvaríos en cuestiones sobre empresas, el Estado y el mercado.
Artículo de Expansión:
Vimos el lunes pasado cómo se manifiesta el populismo en Europa, concretamente en el caso de Grecia. Hoy lo veremos en el caso de un país con una larga tradición populista: mi Argentina natal, donde la siniestra dinastía Kirchner toca a su fin, pero ha campado a sus anchas durante los últimos doce años.
Hace poco, el ministro de Economía, Axel Kicillof brindó una ilustrativa lección de populismo al anunciar la creación de un Consejo y una Defensoría para las pequeñas y medianas empresas, y un canal para la comercialización de productos regionales en grandes cadenas de supermercados. Sostuvo entonces: “Si en la Argentina se aplica de nuevo un plan liberal, ninguna pyme va a sobrevivir”. Repite aquí el canon populista, que se aparta del comunismo, porque no se centra en las clases sociales, no enfrenta a proletarios contra capitalistas, sino que se presenta como defensor de los empresarios, siempre que sean pequeños, pero los trata igual a como el socialismo de toda la vida ha tratado a los trabajadores: como víctimas de un poderoso depredador que, en ausencia del Estado, arrasará con los más débiles; los trabajadores en un caso, las pymes en otro.
Es un error porque ni los trabajadores tienen intereses de clase incompatibles con los de los empresarios ni las pymes requieren como grupo que el poder las defienda frente al hostigamiento de las empresas grandes. En ninguno de los casos la libertad debe ser suprimida y sustituida por la coacción política y legislativa.
La realidad histórica
Asimismo, Kicillof quebranta la realidad histórica doblemente. De una parte, no hubo en Argentina “un plan liberal”, sino un híbrido con numerosos elementos intervencionistas, como se ve en la expansión del gasto público, los impuestos y la deuda. De otra parte, asegurar que el mercado libre da como resultado que “ninguna pyme va a sobrevivir” no tiene el menor aval empírico.
Pero insiste con la patraña: “En el mercado, si no está el Estado, rige la ley de la selva, que significa que el más grande se morfa al más chico”. Precisamente, en el mercado no sucede eso sistemáticamente, porque competencia no significa siempre que el grande acabe con el chico: de hecho, hay bastantes ejemplos de lo contrario. Y, por supuesto, la clave de la mentira populista es la ficción intervencionista fundamental: el Estado es presentado como un dócil instrumento de la sociedad para la mayor felicidad del mayor número, como diría Jeremy Ben-tham, ese protosocialdemócrata.
Tras otros desvaríos habituales, como la abominación de la libertad porque “siempre beneficia al mismo actor: el capital financiero concentrado”, como si no fueran las finanzas las beneficiadas precisamente por el intervencionismo, Kicillof repite el mantra: la burocracia estatal es imprescindible “para evitar los abusos que genera la asimetría de los mercados”. Lógicamente, no hay ninguna “asimetría” entre el poder y sus súbditos, ese pueblo que los populistas pretenden representar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario