Artículo de El estado mental:
La Sexta
Una falacia es una mentira. Una que busca perjudicar al adversario, que permite no contestar directamente a una pregunta y que busca un impacto en el oyente. Ejemplo: si cogemos el titular de este artículo y de él extraemos que todos los políticos mienten, estamos construyendo una falacia. Mintieron esos cuatro y es posible que mientan muchos más, pero decir que todos mienten es un recurso fácil y, además, seguramente sea mentira.
La falacia es un razonamiento incorrecto pero que parece correcto, un razonamiento que resulta convincente pero es erróneo. Toda falacia vulnera alguna regla lógica y, para ello, puede apelar a la emoción, a la invectiva, al insulto y a veces hasta puede vestirse de voz autorizada. Ni Pedro Sánchez, ni Albert Rivera, ni Pablo Iglesias, ni Soraya Sáenz de Santamaría se abstuvieron anoche de emplear alguno de sus tipos. Pero no todos recurrieron a los mismos ni con la misma intensidad.
Las falacias que se han buscado en el debate de los cuatro candidatos son las que atacan al adversario o al partido sin más datos que el ataque (ad hominem); la que consiste en abusar de la autoridad, de ampararse en la mayoría o la costumbre y no en la información fiable para defender una postura (ad verecundiam); la falacia de la falsa causa, que consiste en establecer una relación causal entre dos fenómenos sin mucha base o siendo sólo una parte de la explicación de la causa; otro es el argumento ad populum, el que apela a las emociones; y, por último, la falacia que apela a la amenaza o al miedo para justificar una opinión (ad baculum).
Pedro Sánchez fue el que más tiró de ellas: las usó hasta en 26 ocasiones y el que menos, con 11, Albert Rivera. Cada uno empleó el tipo que mejor le iba: así, mientras la vicepresidenta abusó del argumento ad baculum y ad verecundiam, Pablo Iglesias usó más que los demás el argumento ad hominem. Siguiendo el orden cronológico y de turno de palabra, aquí va un relato de lo falaces que fueron anoche sus futuras señorías.
PEDRO SÁNCHEZ (PSOE)
En su primera intervención el socialista Pedro Sánchez arrancó con cuatro argumentos indemostrables casi seguidos:
“Los españoles no quieren cuatro años más de Rajoy.”
“Sólo ganando el PSOE las elecciones puede producirse el cambio.”
“El PSOE, único partido posible para liderar ese cambio.”
“El propio Pablo Iglesias tiene interiorizado que no va a ganar las elecciones.”
Ninguna de las tres afirmaciones iniciales se puede probar y todas se amparan en una mayoría indemostrada para justificar el cambio. Un cambio que, según Sánchez, sólo puede traer el PSOE, otra afirmación dudosa. El ataque a Iglesias marcó desde el inicio la intención de Sánchez de atacar al líder de Podemos, algo que se repitió en varias ocasiones y que no aplicó con la misma fuerza contra el resto de candidatos.
El argumento ad hominem también lo usó Sánchez contra la vicepresidenta:
“Lo nuevo no puede ser utilizar el eufemismo político como hace la señora Sáenz de Santamaría.”
Y contra el resto de candidatos cuando hablaron de bajar impuestos:
“Quien diga que va a bajar los impuestos está mintiendo.”
El uso de este tipo de argumento lo llevó Sánchez hasta el extremo de usar lo que se conoce como la “falacia del hombre de paja”, es decir, rebatió argumentos disminuyendo personalmente a su adversario con frases construidas sin lógica. Y lo hizo siempre contra Pablo Iglesias:
“El señor Iglesias es incoherente los 365 días del año.”
Sánchez recurrió también a la autoridad que le confiere estar en un partido que ha gobernado:
“Cuando hemos gobernado, hemos demostrado que éramos garantes de la unidad de España y nunca hubo una declaración unilateral de Cataluña.”
La frase no es incierta del todo, pero que no hubiera una declaración de independencia durante los mandatos socialistas no quiere decir que no hubiera otros problemas que Sánchez obvia para mostrarse como un candidato de unidad. Por el contrario, Sánchez fue el que menos empleó el argumento ad baculum, el que, a falta de argumentos racionales, infunde temor:
“Lo que propone Podemos es la autodeterminación, es decir, votar una ruptura.”
El socialista fue poco populista y, junto a Albert Rivera, fue el que menos empleó argumentos ad populum. Pero los usó. Y lo hizo con dos temas sensibles: la violencia de género y la del terrorismo yihadista. Al ser preguntado por sus propuestas, contestó:
“Unidad de las democracias y de los demócratas: así vencimos a ETA, así venceremos al terrorismo yihadista.”
“Nunca olvidar a las víctimas del terrorismo yihadista.”
En este último caso empleó también un argumento de falsa causa, pues no fue (no sólo) la unidad de democracias y de demócratas la que acabó con ETA, y nada garantiza que eso sea lo que acabe con el yihadismo. Es decir, no hizo una propuesta concreta, que era lo que le pidieron los presentadores.
ALBERT RIVERA (CIUDADANOS)
El líder de la formación naranja fue el que menos falacias construyó. Además, pidió en más de una ocasión huir del “y tú más”, clásica construcción del argumento ad hominem, y presentó propuestas concretas cuando se las pidieron. Aun así, empleó algunas medias verdades. La mayoría, ataques a sus adversarios y apelaciones a la mayoría. Aquí algunos ejemplos:
“La vieja política no puede iniciar una nueva política.”
“El capitalismo de amiguetes también es corrupción.”
“Como todos los ciudadanos, estoy harto del ‘tú más’.”
A Rivera se le acumularon las falacias cuando salió el tema de la independencia de Cataluña. Y casi todas hicieron referencia a las emociones:
“Quiero que Cataluña siga siendo parte de España porque es mi tierra.”
“Si puedo aportar como catalán y español que me siento, hay muchas propuestas que se hacen desde allí que son justas.”
“Cuando dicen ‘independentistas’, yo no entiendo independentistas: hablan de mis vecinos, de mis familiares, de mis conocidos…”
“Muchos catalanes, que son mayoría, se pueden sentir ofendidos si decimos que la mayoría son independentistas.”
El otro asunto en el que elaboró un argumento sin contenido fue el referente al terrorismo yihadista, tema en el que todos, a excepción de Iglesias, apelaron a frases grandilocuentes sin detallar medidas concretas. Rivera fue contundente a la hora de explicar lo que haría si tuviera que enviar soldados españoles a una guerra, pero también tiró de frases impactantes sin contenido. Aquí la suya:
“Los aliados derrotamos al fascismo y los aliados debemos derrotar al terrorismo internacional.”
PABLO IGLESIAS (PODEMOS)
El líder de la formación morada fue junto a Rivera el que más propuestas hizo y el que más se ajustó a lo que se le preguntaba. Sin embargo, abusó de la falacia ad hominem. La empleó con todos, incluso con el presentador, Vicente Vallés, al que le pidió que no se pusiera nervioso tras pedirle éste una explicación por lo que había dicho minutos antes sobre el Estatuto de Andalucía. Ese desvío de la atención destacando una falta de calma en sus contrincantes que no siempre era real para destacar su dominio de la situación la empleó contra Sánchez con especial fruición.
“No te pongas nervioso, Pedro.” (Lo repitió hasta tres veces durante el debate.)
“Tranquilo, Albert.”
“Tranquila, Soraya, no te pongas nerviosa.”
“Calmaos.” (Dirigiéndose a los tres contrincantes, la empleó dos veces.)
Iglesias usó casi exclusivamente esta forma de falacia aunque en otras modalidades:
“Es usted inteligente pero no tome a los ciudadanos por tontos.” (Contra Sáenz de Santamaría.)
“Por desgracia no has logrado renovar un partido que contrasta lo que dice en campaña con lo que hace.” (Contra Sánchez.)
“Tengo la impresión de que mandas poco.” (Falacia de “hombre de paja” contra Sánchez.)
“Vuestras ansias de poder os están haciendo ser muletas de lo viejo.” (Falacia de “hombre de paja” contra Rivera.)
“Tengo la impresión de que alguien que ha estado tan cerca de la corrupción podría haberse dado cuenta de algo.”(Contra Sáenz de Santamaría.)
El otro recurso más empleado por Iglesias es el argumento ad populum. Aunque es cierto que dio cifras y contestó con concreción, también lo es que cayó en la tentación de crear frases emotivas con poco contenido con la intención de convencer a través del impacto:
“Si algunos de los que gobiernan este país supieran lo que es tener una pensión pública o un salario de 900 euros, igual nos iría mejor.”
“El problema de la última reforma educativa es que la ha hecho gente que no conoce lo público.” (Incurre también en la falsa causa: obviamente ése no es sólo el problema.)
“Quiero recordar que estamos haciendo un proyecto en que la fraternidad puede construir una sociedad nueva.”
SORAYA SÁENZ DE SANTAMARÍA (PP)
La vicepresidenta fue, junto a Pedro Sánchez, la que más apeló a argumentos falaces para acompañar otros que no lo eran. Incluso en el tema de la violencia de género, sobre el que habló muy seria e incluso afectada, no hizo ninguna propuesta tal como le pidieron los periodistas. Tiró de emotividad y no planteó ni una medida nueva para combatirla:
“No seremos una sociedad madura hasta que no consigamos erradicar la violencia de genero.”
“Quiero enviar un mensaje directo a las adolescentes: no consintáis que os miren el móvil, que os vigilen. No consintáis.”
Saénz de Santamaría empezó su discurso apelando a la autoridad del que gobierna, siempre con toques de amenaza:
“El PP es un equipo que trabaja para esos españoles que nos están viendo en sus casas y que valoran qué pueden ganar y qué pueden perder en estas elecciones.”
“Este equipo ha llevado a la población de la crisis a la recuperación y del desempleo al empleo.”
“Me preocupan los partidos personales y personalistas.”
A pesar de contar con una experiencia de gobierno reciente, la vicepresidenta fue la política que más apeló al miedo:
“Evitamos el rescate, que hubiera sido un problema para muchos españoles que habrían visto peligrar su pensión y los servicios públicos.”
“Hace cuatro años estábamos al borde de un rescate, a punto de que nos intervinieran, tuvimos que recortar un 20% las pensiones. Tuvimos que tomar medidas difíciles.”
“Les oigo hablar de bipartidismo. Ojo que no sea la alternativa un tripartito de perdedores.”
“Con esa reforma, Artur Mas sería el único representante de los catalanes en el Senado.”
También usó la estrategia de atacar directamente al contrincante. Concretamente, usó la fórmula del tu quoque, es decir, del “y tú también”. Especialmente contra Sánchez:
“Que el señor Sánchez diga que el gobierno miente en materia de déficit… Cuando llegamos al gobierno nos encontramos con que el déficit no era del 6% sino del 9%.”
EL MINUTO FINAL, EL MÁS FALAZ
Durante el debate, Rivera pidió varias veces a sus contrincantes abandonar “el argumentario”. Lo que quiso decir el líder de Ciudadanos es que se centraran en hacer propuestas concretas y no se enredaran en argumentos elaborados por los partidos para convencer a la audiencia sin importar mucho si los datos eran o no reales o si lo que se decía coincidía con la realidad. Pero ninguno, tampoco Rivera, lo consiguió.
En algunos momentos intentaron desmontarse las falacias entre ellos. Por ejemplo, cuando la vicepresidenta pidió y repitió que no se dijera que el PP era corrupto: “Lo son algunas personas, no el partido”, sabiendo que Sánchez estaba empleando un recurso fácil pero engañoso con el fin de que el espectador identificara al PP en su conjunto con la corrupción.
Algunas frases del debate se repitieron en el minuto final, lo que indica que eran las frases fetiche, las que habían preparado con sus equipos de campaña y los candidatos debían soltar a toda costa. Y ése fue el minuto de oro para las falacias. Sánchez apeló a la emotividad y al miedo de que pudiera repetirse un gobierno del PP; Rivera tiró también de las emociones, no en vano la palabra clave de su campaña es “ilusión”; Sáenz de Santamaría fue más concreta en el minuto final que en el resto del debate y apeló a la experiencia y a lo conseguido en este mandato; y Pablo Iglesias, el encargado de cerrar la ronda de minutos finales, lo hizo pidiéndole al público una sonrisa, seguida de un “sí, se puede”.
Más ad populum, imposible.
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