Juan Rallo analiza los resultados de PISA, la relación con los recortes en la educación pública, la relación entre más gasto y más resultados y la finalidad de las proclamas de las Mareas Verdes.
Artículo de El Confidencial:
Varios jóvenes con carteles durante una manifestación contra as reválidas, los recortes y la Lomce. (EFE)
Los recortes en educación aprobados por el gobierno desde 2012 fueron contestados socialmente a través de las llamadas “Mareas Verdes”: colectivos de profesores que reclamaban más gasto público en la enseñanza estatal. Si tenemos en cuenta que el 70% del gasto en educación se corresponde con los salarios de los profesores, cualquier observador imparcial podría haber confundido tales manifestaciones con una mera reivindicación laboral frente a la administración: “queremos cobrar más y queremos que se contrate a más personal para que cada uno de nosotros deba trabajar menos horas”. Pero no. Las Mareas Verdes nos repetían que, en el fondo, no protestaban por sus condiciones laborales, sino porque se estaba desmantelando la educación de nuestros hijos. Su lucha, en el fondo, era una lucha desinteresada por el bienestar de la sociedad española.
Bien, pues tengo excelentes noticias para ellos: ya pueden dejar de preocuparse tanto. Según los últimos datos de PISA, correspondientes al año 2015, los estudiantes españoles han obtenidos los mejores resultados de toda la historia de este indicador tanto en matemáticas como en lectura, y los segundos mejores en ciencia.
La calidad de la enseñanza no se ha deteriorado después de los recortes. Al contrario, si algo ha hecho tras los recortes ha sido mejorar hasta su nivel más elevado en los últimos quince años. Acaso algunos me acusen de estar confundiendo causalidad y correlación: a saber, que estoy llegando a la errónea conclusión de que los resultados educativos han mejorado debido a los recortes. Nada más lejos de mi intención: no estoy afirmando que los recortes hayan causado la mejora, sino que los recortes no han obstaculizado la mejora. O dicho de otro modo: gastar más en educación, a partir de un cierto nivel que España ya ha rebasado, no tiene por qué contribuir a mejorar el rendimiento académico y, por consiguiente, recortar el gasto en educación tampoco contribuye a empeorar ese rendimiento académico.
La tesis, por cierto, no es mía, sino que el propio informe PISA la suscribe: “Entre los países y las economías cuyo gasto acumulado por estudiante se ubica por debajo de 50.000 dólares, un mayor gasto en educación sí se asocia con mejoras significativas en los resultados de PISA. Pero éste no es el caso entre aquellos países y economías cuyo gasto acumulado por estudiante supera los 50.000 dólares, categoría en la que se hallan la mayoría de países de la OCDE. En este último grupo, los elementos que explican el rendimiento académico son otros distintos a la inversión educativa”. En el siguiente gráfico de PISA, de hecho, podemos observar cómo aumentar el gasto por estudiante por encima de 50.000 dólares (acumulado entre los 6 y los 15 años) no mejora el rendimiento académico en ciencias (gráficos similares podrían construirse en matemáticas o lectura). España gasta 74.900.
La lógica del argumento es sencilla de entender: el gasto educativo termina teniendo rendimientos decrecientes. Una vez alcanzada una infraestructura mínima para poder impartir clase, la utilidad de la inversión adicional resulta más que discutible: en esencia, porque casi el 70% de todo el gasto en educación se corresponde con salarios del personal (España gastó en 2014 42.298 millones de euros en educación, de los cuales 28.625 fueron salarios). Y si el gasto adicional es estéril, ¿qué lógica tiene seguir bombeando dinero arrebatado coactivamente al contribuyente a un sistema que no arroja mejores resultados? Ninguna, salvo una lógica puramente extractiva.
De hecho, todos aquellos que machaconamente nos repiten día tras día que España debe copiar el sistema educativo finlandés por la vía de incrementar el gasto público (Finlandia gasta un 35% más que España por alumno) se topan con dos contra-ejemplos que refutan completamente su tesis. En primer lugar, Estonia obtiene mejores resultados en ciencia y matemáticas que Finlandia gastando incluso menos que España: ¿por qué en lugar de emular el gasto público de Finlandia no copiamos el de Estonia? Y, en segundo lugar, dentro de nuestro país ya tenemos sistemas de enseñanza que obtienen tan buenos resultados como el finés: después de ajustar por nivel socioeconómico y cultural, la educación de Finlandia logra en ciencias una puntación de 521; el sistema educativo de Aragón y Madrid, de 519; el de Navarra, 521; el de Galicia, 522; y el de Castilla y León, 528. Dicho de otro modo, dentro de España ya contamos con sistemas educativos mejores que el de Finlandia: no hace falta gastar más para que el resto de autonomías mejoren sus resultados hasta equipararse con el país nórdico.
Es más, de acuerdo con PISA, la educación privada y concertada en España arroja un resultado mejor que la pública aun después de eliminar los diferenciales sociales, culturales y económicos de su distinto alumnado (en concreto, ocho puntos más). Y la educación privada y concertada es mucho más barata que la pública: según la propia OCDE, el gasto por alumno en la enseñanza privada y concertada en España es la mitad que en la pública (página 221 del Education at a Glance de 2016). Por tanto, sigue habiendo margen para mejorar organizativamente nuestro sistema educativo (emulando las prácticas de los centros privados y concertados) para, por un lado, obtener mejores resultados y, por otro, continuar recortando el gasto.
Quienes aseguran que sólo gastando (o “invirtiendo”) más en educación podremos mejorar su calidad están tremendamente equivocados. De hecho, durante los últimos años hemos gastado menos y hemos conseguido mejores resultados. Hay espacio para seguir mejorando la eficiencia por mucho que ello vaya en perjuicio de aquellos actores improductivos que se benefician de esa ineficiencia a costa del contribuyente. La próxima vez que le intenten manipular equiparando cualquier recorte del gasto con un “desmantelamiento” de la educación, recuerde que acaso lo único que se esté desmantelando sean las ineficiencias y los privilegios de aquellos que están protestando.
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