Artículo de El Español:
I hurt myself today to see if I still feel” Trent Reznor
Siempre me ha fascinado la originalidad, innovación y creatividad a la hora de esconder que nos van a subir los impuestos.
La moda actual es la de los impuestos a “algo” indefinido con un supuesto objetivo finalista inexistente. La otra es bajar constantemente el baremo de “rico”. “Vamos a subir los impuestos a las rentas altas” y usted se queda tan tranquilo pensando que no le afecta. Hasta que se da cuenta de que la etiqueta de “rico” es usted. Etiqueta que ha pasado de 120 a 80, a 60 y ahora a 45.000 euros anuales. Y descubre que es usted un millonario a ojos del que piensa que usted gana demasiado y ellos gastan demasiado poco. Ricos, todos. Porque además se suben impuestos indirectos, los que paga usted, sea rico o pobre en todo lo que consume y ahorra.
Por su bien. Por “las pensiones”. Por favor…
La Seguridad Social tiene un agujero de 17.000 millones de euros. Las administraciones paralelas cuestan más de 28.000 millones anuales. El Estado ha despilfarrado más de 80.000 millones de euros en “infraestructuras, equipamientos y obras totalmente innecesarias” en 20 años (4.000 anuales). Sorpresa. Se eliminan los “chocolates del loro”, y se acaba el agujero fiscal de España. Porque la Seguridad Social no va por libre. Suma y resta en la Contabilidad Nacional como cualquier parte del presupuesto.
Pero no, hay que subir impuestos.
Ahora llega el “impuesto a la banca para pagar las pensiones”. El mismo subterfugio lingüístico mágico. Porque es “el impuesto al ahorro que paga usted y que no paga las pensiones”.
No es el impuesto a la banca, es el impuesto al cliente. Y, lo que es más importante, con un agujero de la Seguridad Social de 17.000 millones de euros aproximadamente, no se van a recaudar ni de lejos los 1.000 millones que se estiman, como siempre de manera optimista.
Ni soluciona el problema de las pensiones (como comentamos aquí, dando soluciones) ni mejora la situación de España.
La banca es un sector que pesa el 3% del PIB de España y apenas llega a unos beneficios de 18.000 millones de euros a nivel global –ojo- estimados para 2019. Ni en sueños van a recaudar lo esperado y, en el camino, ponen un escollo adicional a ahorradores, propietarios, compradores de casas y ciudadanos en general.
Su hipoteca, su préstamo, sus ahorros. Esos son los que sufren con el “impuesto a (los clientes de) la banca”.
En un estudio del Fondo Monetario Internacional analizando el caso de 20 países se muestra que un impuesto de 0,2% aumenta los costes de hipotecas y préstamos entre 5 y 10 puntos.
La experiencia de otros casos –todos muy inferiores a lo que se anuncia en nuestro país y aplicado a un número muy limitado de entidades- muestra, además que el mal llamado impuesto a la banca funciona como un impuesto regresivo, es decir, afecta a los consumidores, depositantes y familias con menores recursos porque la capacidad de asumir mayores costes es mucho más limitada.
En Reino Unido, donde yo vivo, solo se aplica a un reducidísimo número de bancos con unos activos y pasivos totales superiores a 20.000 millones de libras. Además han tenido que reducir año tras año la cantidad del impuesto y aumentar los sectores exentos por el impacto en el crédito a pymes y familias. ¿Se solucionó el problema de la NHS (seguridad social) con ello? No.
Pero ¿y los enormes beneficios? ¿No se forran los bancos que “hemos rescatado con dinero público”?
No. La banca privada no ha recibido dinero público, se rescataron los depósitos en las cajas ineficientes –muchas continúan hoy de manera sólida y sin haber recibido ayudas-. No solo eso, sino que los bancos tuvieron que aportar al fondo de garantía de depósitos cuando las cajas en dificultades colapsaron. Importante resaltar también que, en España, nadie ha comprado bancos o entidades “por un euro” como dicen algunos. Se asume el 100% de la deuda, el 100% de los préstamos fallidos y los riesgos de provisiones.
Los beneficios de la banca en España siguen siendo muy frágiles y, como muestran los resultados comparados con las expectativas, lejos de una rentabilidad adecuada.
Esos beneficios existen porque se ha dejado de provisionar a pérdidas los préstamos de difícil cobro (casi el 6,8% del total) a medida que se recuperaba la economía. Si hay que volver a provisionar de manera agresiva esos préstamos, o aumenta la morosidad, adiós beneficios, bases imponibles y recaudación.
No se puede olvidar tampoco que la banca sigue en un proceso de mejora lento. Una bajísima rentabilidad sobre activos totales (ROA 0,47%, aunque el ROTE sea 9,5%) muestra lo frágil que es aún el negocio bancario y lo expuesto que está a escollos al crecimiento.
El impacto de incidencia económica negativa de añadir un impuesto innecesario a la subida de tipos que se avecina podría generar un importante frenazo en la concesión de crédito a empresas y familias.
El saneamiento de la banca viene de mejorar capital y reducir préstamos de difícil cobro. Y ese saneamiento se pone en peligro con medidas que pueden lanzar al sector, con un soplo, de beneficios a pérdidas. Como si no lo hubiésemos vivido en el pasado.
Efectivamente, el mayor riesgo es que el saneamiento de la banca y la concesión de crédito se ponen en peligro. España ha conseguido reducir sus desequilibrios gracias a la reforma financiera, pero mantiene un porcentaje de préstamos de difícil cobro que se ha reducido de manera admirable pero sigue siendo alto. El impuesto que se presenta ataca directamente a la posibilidad de limpiar los balances porque se pone en riesgo que más empresas y familias entren en impago al subir los costes.
El saldo neto de la actividad crediticia ante un impuesto de 20 puntos básicos impacta a hogares con una caída de hasta un 3% y en empresas superior al 1,5%, con el impacto directo que todo ello tiene en crecimiento, inversión y empleo.
Pensamos en recaudaciones calculadas de manera optimista por personas que no entienden el sector financiero, como siempre. Y olvidamos que la experiencia de los casos mencionados es mayoritariamente un impacto recaudatorio agregado negativo con respecto a lo presupuestado.
No es, por lo tanto, un impuesto a la banca. Es un impuesto a los clientes y un escollo a una recuperación frágil que ataca directamente a los más débiles y los más frágiles. Que pone en riesgo el crédito a pymes y familias y que, encima, no soluciona nada de lo que pretende solucionar.
Este es otro caso evidente de incidencia económica negativa superior al efecto recaudatorio estimado. Decía Pedro Sánchez que habían detectado que recaudamos poco. Poco seguiremos recaudando si las administraciones piensan siempre en rascar de lo que queda cautivo en vez de fomentar el crecimiento.
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