lunes, 26 de noviembre de 2018

Carmena y los coches: Respirar Madrid o ahogarlo en demagogia

Jesús Cacho analiza la guerra al coche por parte de Podemos (Ahora Madrid) con el apoyo del PSOE, la propaganda y estrategia que subyace, la demagogia populista empleada y la ingeniería social liberticida que conlleva. 

Artículo de Voz Pópuli: 
Nueva imagen de la Gran Vía.Nueva imagen de la Gran Vía. AYUNTAMIENTO DE MADRID
Fue Felipe II quien, tras tomar la decisión de trasladar la capitalidad de Toledo a Madrid, estableció hacia 1561 una primera cerca en torno a la nueva capital, un recinto que, lejos del fin defensivo de las viejas murallas, perseguía el control de la población, reforzar la seguridad y, sobre todo, recaudar impuestos. Y fue su nieto Felipe IV quien, a partir de 1621 y a cuenta del crecimiento exponencial de la ciudad, ordenó levantar la “Real Cerca de Felipe IV”, cuyas salidas estaban indicadas por cinco grandes puertas en las que se pagaban los impuestos: Segovia, Toledo, Atocha, Alcalá y Bilbao, además de catorce portillos de menor importancia. La existencia de la cerca, que se mantuvo en pie casi dos siglos hasta su derribo en 1868 durante la “Gloriosa”, impidió la expansión horizontal de Madrid hasta bien entrado el siglo XIX, hacinando su población durante más de 200 años. Sólo cuando fue demolida pudieron acometerse los primeros ensanches. Hoy, 150 años después, el Gobierno municipal de Manuela Carmena pretende erigir una especie de nueva muralla, la “Real Cerca de Carmena”, no ya para poder cobrar a gusto la sisa de vino, sino para freír a multas a los madrileños so capa de cuidar de su salud, afectada, dicen, por los humos que despiden los tubos de escape de miles y miles de coches.
Este viernes, la doña inauguró con gran pompa la nueva Gran Vía como icono de su Madrid Central, el plan que, dentro de la nueva ordenanza de “movilidad sostenible” del Gobierno de Ahora Madrid, pretende eliminar el tráfico de paso por el centro de la capital, reduciendo la velocidad a 30 km/hora. La nueva Gran Vía, en la que se han invertido más de 9 millones, cuenta con más espacio para los manteros, nuevos semáforos, bonitos bancos, unos cuantos árboles chinos y un solo carril por sentido para los coches. El eje que antaño unía Princesa con Cibeles se ha convertido en un auténtico cuello de botella para el tráfico rodado. Estos días es frecuente ver en la Gran Vía a gente bajarse de los autobuses de la EMT porque llega antes andando a su destino. A partir de la próxima semana, la mayoría de los coches que hoy acceden a la almendra central tendrán vetado el acceso a la misma. Una improvisación mayúscula, en teoría guiada por el principio ecológico de mejorar la calidad del aire que respiran los madrileños, llamada a tener un gran impacto sobre el comercio de la capital y sobre la vida de las cerca de 300.000 personas que cada día acceden al distrito centro. Una de esas operaciones de ingeniería social tan del gusto de la extrema izquierda, disfrazada de argumentos ecológicos contra los que resulta difícil oponerse de entrada. Y una operación en la que, como casi siempre, sale perdiendo la libertad.
Es el gran reclamo propagandístico del equipo municipal de Podemos que gobierna Madrid con el apoyo del PSOE, pergeñado para hacer patentes las diferencias de una Corporación, la que preside Carmena, que en la mayoría de los casos no se ha distinguido gran cosa de la que hace tres años regía Botella. Con las elecciones municipales a la vuelta de la esquina y con Madrid tan sucio y atractivo como de costumbre, la izquierda podemita necesitaba romper el espinazo de esa equivalencia, hacer patente las diferencias entre unos y otros, obligar al madrileño a visualizar un cambio de modelo en la gestión de la ciudad, hacerle ver que ha cambiado y que el Madrid de Podemos no tiene nada que ver con el Madrid del PP. No hay otro motivo para esta revolución –sencilla de llevar a la práctica, puesto que se trata de un simple cambio de normativa y cuatro obritas de menor cuantía- que no figuraba en el programa electoral de la candidatura de Carmena y de la que ni se hablaba hace apenas un año.
La situación amenaza con convertirse en desesperada para los cientos de miles de conductores que habitan en el noroeste madrileño, gente que, procedente de Aravaca, Pozuelo, Boadilla, Majadahonda, Las Rozas y más allá, pretenda como hasta ahora atravesar Madrid accediendo desde la autopista de La Coruña o desde el Puente de los Franceses. Tras el práctico cierre al tráfico de la Gran Vía, el colapso de los denominados bulevares (Alberto Aguilera) y su absurdo carril bici, utilizado por 41 personas a la hora según datos del propio Ayuntamiento, la perpetua congestión del eje Cea Bermúdez-José Abascal, y la saturación de la M-30, la tarea amenaza convertirse en misión imposible. Un conductor que viva en una urbanización de Pozuelo, por ejemplo, no podrá plantearse acceder a la zona de Princesa,  Puerta de Hierro o  Ciudad Universitaria con la esperanza de dejar allí el coche para proseguir su camino en transporte público. No hay plazas de aparcamiento, y si encuentra alguna tendrá que estar dispuesto a pagar 25 euros diarios por la misma. El Ayuntamiento de Carmena no se ha preocupado de proporcionar soluciones alternativas de ningún tipo para la movilidad de los ciudadanos. Y otro tanto ocurre en la zona norte y en otras del extrarradio madrileño.

La misión imposible de atravesar Madrid

La Plataforma de Afectados por Madrid Central ha mantenido reuniones con el equipo de Carmena para trasladar la necesidad de que el cierre del centro garantice el funcionamiento de las miles de empresas, cerca de 30.000, y proveedores que operan en el distrito. Ningún estudio de impacto sobre la actividad económica en ese distrito. Ninguna respuesta capaz de garantizar la accesibilidad y evitar el riesgo de desabastecimiento que puede provocar su entrada en vigor. Como es natural, el cierre al tráfico rodado del centro supondrá congestionar dramáticamente las zonas limítrofes (Chamberí, Arganzuela y otras) hasta el punto de convertir gran parte de Madrid en algo parecido a un infierno. A falta de los estudios adecuados, ha sido la concejala del distrito de Chamberí por Podemos, Esther Gómez, la que ha pedido un informe a la Universidad Politécnica (contratado a dedo por 18.000 euros), que fue entregado el pasado 15 de octubre, en el que literalmente se dice que el plan de Carmena “afectará radicalmente a las intensidades de tráfico del primer cinturón (rondas y bulevares)”, y se recomienda “adoptar medidas” tales como el cierre paralelo de accesos a Chamberí y la subida de las tarifas del SER en los cuatro barrios fronterizos con Madrid Central.
¿Qué hace una concejala de distrito encargando informes que deberían realizar los técnicos del Ayuntamiento? Descoordinación, improvisación y demagogia. Además del cierre de la almendra central, el Ayuntamiento de Carmena trabaja, con tanta opacidad como prisas, en un proyecto de remodelación de aceras, con paralelo recorte de carriles de tráfico, en el Paseo de Recoletos, Alcalá (entre Cibeles e inicio de Gran Vía), y Paseo del Prado. Sin estudio previo de impacto alguno. En realidad, todas las medidas en curso -cierre del Centro, semáforos en la A5, bloqueo de túneles, eliminación de carriles y plazas de aparcamiento- se hacen sin un mínimo estudio técnico que las avale y guiadas por el apriorismo ideológico de los Círculos de Podemos, Anticapitalistas, Equo y demás facciones que conviven en la Casa de la Villa. Con el respaldo del PSOE. “A nadie puede sorprender que este Ayuntamiento plantee medidas de urbanismo táctico para evaluar determinadas actuaciones. Es la mejor manera de funcionar”, asegura con desparpajo José ManuelCalvo, delegado de un tal Desarrollo Urbano Sostenible, “porque hay fenómenos del tráfico que son muy difíciles de evaluar en informes, como el efecto disuasorio que puede tener cerrar una determinada zona, y hay que evaluarlos con actuaciones empíricas y no teóricas”. Jodemos la vida al prójimo sin consulta previa, y luego le preguntamos cómo le ha ido. Los ciudadanos, utilizados como cobayas en los experimentos de ingeniería social de Podemos y de la izquierda sandía (verde por fuera, roja por dentro) que ha hecho de la ecología una nueva religión. Leninismo puro. Y a correr. 
Cuidar de la calidad del aire que se respira se ha convertido en una obligación inexcusable para cualquier administración local del signo que sea. Ocurre en todas las grandes ciudades europeas. En París, la pretensión de la alcaldesa Hidalgo de erradicar del centro vehículos particulares, taxis y autobuses turísticos, duplicando los 700 km. de carril bici existentes, ha provocado una auténtica guerra civil en las calles entre los conductores de la periferia y las tribus ecologistas del centro, entre los taxis y los nuevos sistemas de transporte, y entre los propios peatones y los patinetes que invaden las aceras. Más o menos como en Madrid. Tanto el equipo de Carmena como la oposición municipal esgrimen informes sobre el nivel de óxidos de nitrógeno –el principal problema de la capital- detectado en la red de estaciones de Madrid, las emisiones de CO2, y la calidad del aire que se respira en la ciudad, con cifras y porcentajes que invitan a la prudencia cuando no a la desconfianza. Ocurre que según un informe de la británica The Eco Experts, elaborado con datos de la AIE y de la OMS, España es el noveno país del mundo con menos muertes por contaminación, con apenas siete fallecidos por cada 100.000 habitantes, y Madrid resulta ser la cuarta capital con mejor calidad de aire de Europa, solo por detrás de Tallin, Lisboa y Dublín. Por si fuera poco, el distrito centro no es precisamente donde habitualmente se registran los mayores índices de contaminación.
Parece evidente que existe un componente ideológico claro en la decisión de blindar Madrid al coche, porque, para algunas mentes de la izquierda más rancia, continúa siendo un símbolo de riqueza, un artículo de lujo, no instrumento de trabajo, y por lo tanto hay que luchar contra él. “Lo que estamos haciendo es desincentivar el uso del coche. La  gente va a tener que dejar de utilizarlo por las buenas o por las malas, porque se lo estamos poniendo tan difícil que al final tendrán que prescindir del vehículo propio para desplazarse por Madrid y utilizar al transporte público”, confesaba no hace mucho uno de los hombres fuertes de Carmena. Ocurre, sin embargo, que el transporte público no tiene capacidad para absorber todo el tráfico que antes se movía en vehículo propio, no desde luego la red de autobuses (La EMT ha perdido en lo que va de año un 3,2% de viajeros, según el último estudio del INE) y mucho menos un Metro de los mejores de Europa pero también muy saturado (ha subido un 4,8%). ¿Consecuencia? Será peor el remedio que la enfermedad, porque el conductor medio terminará por llegar a la conclusión de que le va a merecer la pena perder media hora más de coche en atascos para llegar a su trabajo, antes que dejarlo en casa y ponerse en manos del transporte público ineficiente. Mismo volumen de tráfico y mayor contaminación.

PP y Ciudadanos, partidarios del cáncer

La gente de Carmena, siempre presta a proponer soluciones sencillas para problemas complejos, despacha las críticas de la oposición acusándola de “ser partidaria del cáncer”. Como suena. “El PP y Ciudadanos han ejercido todo tipo de presiones para liquidar Madrid Central. El vergonzoso discurso del PP se fundamenta en que no debe haber restricciones al libre uso del vehículo en la ciudad. Para ellos la libertad de movimiento es la libertad de destruir la salud y calidad de vida de la población”. Brocha gorda. Es obvio que algo habrá que hacer con los coches que inundan nuestras ciudades y contaminan el aire que respiramos, pero seguramente habrá que hacerlo planificando las medidas a adoptar y consensuándolas con la ciudadanía. Nunca como una imposición ideológica. Nunca como un trágala forzado por la inminencia de elecciones municipales. La nueva “Cerca de Carmena” es un diseño de corte totalitario que busca llevar al ciudadano, previamente macerado a golpe de imposición/prohibición, a aceptar sin rechistar los caprichos y arbitrariedades del poder, convirtiéndolo en un perro apaleado -al que cierran calles, cambian normas, fríen a multas y complican la vida con ordenanzas mil-, dispuesto a aceptar en silencio todo tipo de humillaciones.
Hacia el país de la resignación. Pierde la libertad. La libertad de movimientos de quienes quieran desplazarse o atravesar el centro de Madrid. La libertad de elección de los ciudadanos respecto al modo de transporte que prefieren usar. La libertad de empresa de los sectores que dependen del transporte de personas y mercancías para su subsistencia. Y la contradicción de quienes se dicen defensores de la democracia participativa y hacen gala de una absoluta falta de diálogo con los sectores afectados. Hemos cedido cuotas tan importantes de nuestra libertad, entendida como la capacidad de ejercitar un derecho inalienable que nos conduce al disfrute de una vida personal plena, que de esa libertad solo queda el recuerdo. Víctimas de tanto aprendiz de dictador, tanto funcionario dispuesto a utilizar contra nosotros el bastón de sus reglamentos, nos dicen a qué velocidad hemos de conducir, cuánto podemos beber, dónde podemos aparcar y hasta qué debemos pensar. Del hombre libre que describió Hegel como aquel que, sin abandonar su convivencia con los demás, es capaz de permanecer solo consigo mismo haciendo de su existencia una propiedad indiscutible, no queda huella. Mientras tanto, la abuela Carmena acaba de anunciar que volverá a presentar su candidatura a la alcaldía de Madrid, pero que si pierde no se quedará en la oposición, que se irá a su casa. Con todo el papo.

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