viernes, 16 de noviembre de 2018

Sánchez no tiene ocurrencias, es ingeniería

Jorge Vilches analiza la creciente y sin fin ingeniería social de la izquierda, y el fin de las libertades, así como el absoluto control de cada esfera de la vida que conlleva, como herramienta de poder. 
Artículo de Voz Pópuli: 
Pedro Sánchez.Pedro Sánchez. EFE
Pregunté a mis alumnos si sabían decirme a qué ideología correspondía la sentencia siguiente: “Todo en el Estado; nada fuera del Estado; nada contra el Estado”. No dije el autor, así que la incógnita se mantuvo durante unos segundos. “Comunismo”, dijeron unos; “fascismo”, respondieron otros. Valdrían ambas respuestas, aunque en realidad fue una sentencia de Mussolini que podría haber firmado Lenin, y que hoy tomarían algunos ingenieros sociales.
No falta quien se entretiene con las batallitas internas de Podemos, otrora debido a la hegemonía de dogmas, hoy simple lucha de poder. Carmena quiere elaborar su propia lista, mantener su autonomía frente al Caudillo, pero Iglesias insiste en el exmilitar y su brigada paracaidista para tomar Madrid. Da igual si hay distintas sensibilidades socialistas, matices populistas, o estrategias para engullir al socialismo madrileño. Hay algo que les une y que hará que sigan juntos: la ingeniería social.
Es propio de las izquierdas. El individualismo, las libertades y la sociedad abierta son, gritan, enemigos del progreso. Ese nuevo clero sostiene que siempre hemos vivido en pecado patriarcal y capitalista, contaminante e insolidario, acaparador y alienante, y anuncian que vienen a salvarnos, a reconstruir la comunidad sobre “la verdad”. Por esta razón, PSOE y Podemos, pueden ser rivales en las urnas, pero son compañeros de viaje en todo lo demás. Comparten un “proyecto transformador” de la vida privada y pública.
De ahí ese empeño en cambiar las costumbres y el lenguaje, el paisaje urbano y el consumo, las creencias y las relaciones personales. Toda esa ingeniería social, esos cambios a golpe de decreto y propaganda mediática, se envuelve en un democratismo y progresismo que encubre un espíritu mussoliniano.
De esta manera, estas izquierdas, estos aprendices de Frente Popular, consideran que el individuo solo tiene sentido si contribuye a la construcción y mantenimiento de su paraíso ecologista, antipatriarcal y socialista. ¿Para qué están las leyes y las instituciones si no es para enseñar a la gente cómo tiene que vivir?
La ingeniería social que ha puesto en marcha Ahora Madrid, la marca de Podemos en la capital, es una broma en comparación con el cambio radical que planean para un segundo mandato. No se diferencian del PSOE de Pedro Sánchez. Es cierto que su ocupación de La Moncloa, legal pero irreverente con la democracia, es una simple pasarela propagandística, un sinfín de spots políticos. Ahora bien, todas sus propuestas han tenido hasta ahora el freno de la oposición y de otras instituciones; el check & balances del que alardean con justicia los norteamericanos. Pero esto se puede acabar.
El gobierno de Pedro Sánchez se está destacando por contraponer su debilidad parlamentaria y su corta legitimidad, no pasada por las urnas, con la contundencia de sus propósitos y el desprestigio de los poderes del Estado. Al faltar a su palabra y no convocar elecciones, restó confianza en el Ejecutivo, por mucho que diga el chef Tezanos. ¿Y qué decir de su tolerancia con la campaña contra Felipe VI?
Al pactar con los enemigos del orden constitucional y poner en duda el carácter democrático y la validez del Senado, desprestigió al Legislativo. Al impedir la independencia del máximo órgano del Poder Judicial, una vez más, siguiendo la tradición impuesta por Alfonso Guerra en 1985 y no deshecha por el PP, ha restado confianza de los españoles en la justicia.
De esta manera, al mismo tiempo que va alimentado la creencia de que el régimen del 78 está agotado o que contraviene unos supuestos nuevos tiempos, se dedica a crear conflictos. Las izquierdas han considerado siempre que la política es descubrir problemas que nadie había percibido, extremar las posiciones, y presentarse como solución a una cuestión que nadie había planteado. Es ingeniería social.
Las ocurrencias del sanchismo se dirigen todas hacia el mismo objetivo: corregirnos, asegurar que hasta ahora hemos vivido en el pecado social, ecológico o de género. Unos días son planteamientos para cambiar la educación y eliminar la concertada, otros para un referéndum de “autogobierno” en Cataluña, después quiere despatrimonializar a la Iglesia, al día siguiente nos llama machistas por tener una Constitución con lenguaje “no inclusivo”, y finalmente, tras anunciar más impuestos, impondrá que conduzcamos todos un coche eléctrico hacia el paraíso ecosocialista.
Estos ingenieros sociales quieren que todo, lo público y lo privado, esté regulado por el Estado hasta el milímetro. Por supuesto, nada puede quedar fuera del ojo incansable y fiscal del Gran Hermano, y nada debe ni puede oponerse al supuesto progreso. No hay más que ver la manifestación del Sindicato de Estudiantes, el 14 de este mes, exigiendo que el Estado imponga una asignatura que les diga cómo tener sexo y tratar el género. Cada día somos menos libres.

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