Luís I. Gómez analiza los adjetivos de la libertad con los que se pretenden vender ideas contrarias a la misma, y la constante lucha política para erradicar la misma y aumentar el control total y autoritarismo sobre las personas, a las que considera vulnerables y necesitados de su control y tutoría.
Artículo de Disidentia:
Nada hay más peligroso para la libertad individual que dejar en manos del Estado algo tan fundamental para el desarrollo del propio criterio y el pensamiento como es la educación. Buena prueba de ello la encontramos en la falaz tendencia, aprendida a base de repetirla en escuelas, facultades universitarias y podios políticos, por la que no dudamos ni un segundo en adjetivar alegremente la libertad. Hablar de libertad económica, libertad social, libertad política, libertad cultural,…. como si de objetos reales se tratara es un vacuo ejercicio academicista que en realidad nos aparta de los únicos atributos que le son esenciales a la libertad: es individual e indivisible.
Todos caemos en el mismo error asociativo: creemos que adjetivar una cosa substancia mejor su esencia, representa mejor sus cualidades y calidades. Ocurre que no todos los adjetivos cumplen esa función. Y caemos en un segundo error: confundimos nuestra imagen de “sociedad deseable” con libertad. Por supuesto, existen condiciones sociales que impiden el ejercicio de la libertad. De ahí que sea perfectamente legítimo involucrarse en la defensa de modelos sociales que mejor permitan la apertura de oportunidades vitales para tantos ciudadanos como sea posible. Incluso en ocasiones será inevitable sacrificar un poco de libertad por un poco de seguridad. Sin embargo, y cito a Isaías Berlin
“Nada se gana con la confusión de los términos. Un sacrificio no aumenta lo que se sacrifica, la libertad en este caso, por muy grande que pueda ser la necesidad moral para ello o el beneficio moral resultante. Las cosas son como son: la libertad es la libertad, no la igualdad, ni la equidad, ni la justicia, ni la cultura, ni la felicidad humana o la paz de la mente.”
La eliminación de los males sociales puede ser un objetivo deseable, para mí lo es, pero no es libertad. Eliminar mediante herramientas sociales/políticas todo aquello que no deseamos en nuestra vida social es, irremediablemente, eliminar libertad. Ese es el punto: la libertad no es divisible, ni en “positivo” ni en “negativo”. Lo que normalmente se entiende por “libertad positiva” es esclavitud. Y tal redefinición de la libertad es el certificado que millones de burócratas estatistas utilizan para hacerse pasar por administradores de toda moral, moralizando la política y la ley, dictando las normas de una vida recta y educando a las personas en la represión de sus actos concretos en nombre de lo que es socialmente deseable.
En nombre de la moral han corrido ríos de sangre, se han justificado los métodos y actos más cuestionables. La moral usada por el poder siempre ha sido excluyente. La moral manipulada por el poder hace que el indignado a menudo se comporte como si fuera una víctima, aunque jamás haya sufrido él mismo aquello que denuncia. El poder, investido en la moral, presume de ser el verdadero y único portavoz de todas las víctimas, como si éstas le hubiesen transferido el derecho de hacerlo. En política lo vemos todos los días. Es la forma de actuar de todos los estados: confundir la libertad con el bien común, dando pasos silenciosos hacia el despotismo. Los adjetivadores de la libertad actúan taimadamente, imperceptiblemente, usando adjetivos y más adjetivos. Hablan de protección social, ecológica, preservación, seguridad, ética… ¿Eso los hace mejores que aquellos a quienes quieren enseñar y guiar?
“El Libre no exige de sus conciudadanos “coincidencia en los fines”, pero la sabe cierta, pues nos es común a todos los humanos” (Die Philosophie der Freiheit; Steiner, Rudolf. Berlín 1891).
Ser “Libre” es la forma más natural de ser “Humano”. La propiedad de “ser libre” no radica en el pasado del hombre (herencia o socialización), sino en su futuro; es expresión y marco de nuestra acción, la meta de nuestro desarrollo. De nada servirían los contratos, las normas, las reglas y las leyes si los humanos que se someten a ellas no dispusiesen ya de una predisposición natural por la acción conjunta, social. La libertad no se regala: se conquista.
Efectivamente, el culto puro al “yo-individuo” no deja sitio para el cerdo que llevamos dentro, sólo para los muchos que hay ahí fuera. Toda la parafernalia entorno al ego no desemboca ni en la autorealización, ni en la felicidad. Tampoco en la libertad. Y de libertad se trata. Estudiar, informarse, formarse (lo contrario de adoctrinarse, aborregarse, apandillarse) proporciona esa masa crítica de ideas necesaria para, desde la percepción de uno mismo, poder proyectarse en las tareas de un grupo.
“La verdadera base del pensamiento liberal es que nadie puede saber quién es el que más y mejor sabe sobre algo, y que el único proceso para averiguarlo es un proceso social espontáneo en el que cada cual intenta lo mejor de sí mismo para ponerlo al servicio de los demás.” Lo dice Friedrich August von Hayek.
Yo no soy creyente de ninguna religión o ideología. No existe ninguna ortodoxia con la que pueda sentirme completamente identificado. Pero ello no significa que no exista nada en lo que creer. Y de mi profundo respeto por aquello en lo que creo nace mi profundo respeto por aquellos que creen. Comunistas, conservadores, monárquicos, republicanos, católicos, budistas, mahometanos, cientólogos, ateos, calentólogos, … me da igual. Y de ese profundo respeto por los otros nace mi firme decisión de no imponer a nadie ni mis ideas, ni aquello en lo que creo.
Mi manera de pensar es la mía, ni mejor ni peor que la suya. Podemos discutir, acaloradamente si le gusta. Pero mi meta no será jamás obligarle a pensar lo mismo que yo pienso. Mi meta jamás será obligarle a hacer lo mismo que yo hago. Mi meta se limitará a hacerle entender que usted no tiene ningún derecho a obligarme a mí a hacer lo que usted cree correcto, pues yo lo veo de otra manera.
Recordemos: los individuos fuertes impusieron siempre su voluntad, utilizando para ello las armas y argumentos que en sus manos ponen el Estado y las leyes. Los débiles serán quienes realmente se beneficien de la máxima “respeta al otro y su propiedad”. El hombre libre se protege a sí mismo y su propiedad en la misma medida en que respeta al otro y su propiedad, no limitándola ni destruyéndola.
El autoritarismo políticamente correcto de nuestros días se basa en una imagen errónea del ser humano. Nos considera a todos como seres altamente vulnerables, necesitados de continua protección, al tiempo que nos considera lábiles en nuestro criterio, presa fácil de cualquier manipulación y peligrosos, por lo que necesitamos de constante e implacable tutorado. Control. Se necesita control. Cada espacio no regulado y sin control se considera como punto de partida de posibles agresiones personales o tentaciones sociales perjudiciales. Envueltos en este paradigma la misma exigencia de libertad es sospechosa: quien reclama una “desenfrenada” libertad, sólo puede tener en mente la intención de causar algún daño.
Creo, sin embargo, que esta imagen actual del hombre, dominante, aunque errónea, es muy frágil: ha elegido como “enemigo” la sana autoestima humana. Cuanto mayor sea la presión legal ejercida para limitar los procesos naturales de maduración personal mayor será el número de aquellos que se sientan agredidos en su propia capacidad de discernimiento, pensamiento, creatividad y aprendizaje.
El único antídoto frente a la dictadura de la corrección política, en mi opinión, es el desarrollo de puntos de vista propios y defender éstos de manera contundente, no permitiendo que nadie nos tape la boca o borre el mensaje. No hay arma más efectiva contra la cultura de lo políticamente correcto que el cuidado escrupuloso de la propia, radiante y contagiosa cultura de la confianza en la capacidad de todos de aprender… en libertad.
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