Manuel Llamas analiza el cuento de la guerra al coche y su justificación con la cuestión de la polución.
Artículo de Libre Mercado:
El coche se ha convertido en el nuevo objetivo a eliminar por parte de la izquierda cool o, si se prefiere, la izquierda sandía (verdes por fuera y rojos por dentro). Primero fueron los "ayuntamientos del cambio", presididos por las marcas blancas de Podemos, los que declararon la guerra a este medio de transporte aplicando exagerados protocolos de contaminación y restringiendo la circulación por el centro de las ciudades, al tiempo que amenazaban con impedir la entrada de vehículos diésel. Y ahora es el Gobierno del PSOE el que, yendo un paso más allá, pretende prohibir la matriculación de turismos y furgonetas que emitan CO2, lo cual afectaría a los motores de gasolina, diésel, gas e incluso híbridos.
Así pues, el plan de los socialistas consiste, simple y llanamente, en imponer por la fuerza el uso del coche 100% eléctrico a todos los españoles, lo cual, además de las dudas jurídicas que genera en la UE, supondría un elevado coste a nivel energético y económico. Lo más relevante de este debate, sin embargo, no radica tanto en sus posibles efectos, que también, como en los argumentos que esgrimen sus precursores para justificar la implementación de dicho proyecto.
Por un lado, alegan que el grado de contaminación que sufre España, y especialmente las grandes ciudades, es insoportable y, lo que es peor, causa un alto número de muertes. En concreto, la contaminación atmosférica se llevaría por delante entre 10.000 y 40.000 vidas cada año, según diversas estimaciones, un rango tan amplio que ya debería hacer sospechar sobre la solvencia de tales cálculos. Y, en segundo término, los detractores del coche también afirman que es uno de los máximos responsables de la emisión de CO2 y, por tanto, del catastrófico calentamiento global que, según los ecologistas, padece el planeta. Los datos, por el contrario, desmienten estas y otras soflamas alarmistas.
1. La mayor esperanza de vida de la OCDE
Para empezar, España es uno de los países con mayor esperanza de vida del mundo. De hecho, ocupa el primer puesto de la OCDE en este indicador, con 83,4 años, y un reciente estudio publicado en The Lancet prevé que España alcance el primer puesto mundial en apenas una generación (20 años).
Y lo más curioso es que Madrid es una de las regiones con más esperanza de vida de Europa, con el añadido de que la incidencia de muertes por enfermedades respiratorias, asociadas a las contaminación, no es mayor que en otras muchas zonas del país con menos tráfico. Si la contaminación supusiese un grave problema de salud, estos indicadores se verían afectados, pero no es el caso.
De hecho, según un informe de la asociación británica The Eco Experts, elaborado con datos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), España es el noveno país del mundo con menos muertes por contaminación, con apenas siete fallecidos por cada 100.000 habitantes, lo que hace un total de poco más de 3.000 al año, diez veces menos que las alarmistas cifras aireadas por algunos políticos.
2. Uno de los aires más limpios del mundo
Y la razón de esta escasa incidencia no es otra que el bajo nivel de contaminación atmosférica que registra España, ya que, según este mismo informe, se encuadra en el top ten de países con menos polución. Unas de las sustancias más nocivas es el denominado PM2.5, que hace referencia a las partículas contaminantes en suspensión más pequeñas (2,5 micras de diámetro, equivalente al tamaño de una bacteria), causantes, entre otros problemas, del asma y enfermedades pulmonares crónicas.
Una concentración superior a 35 microgramos por metro cúbico de aire puede representar un riego para la salud. En España, este nivel se sitúa por debajo de 10, a diferencia de lo que sucede en Arabia Saudí, con un nivel medio de 108 por la producción de petróleo, o algunas grandes urbes chinas, donde llega a superar los 500 microgramos.
El propio Ministerio de Transición Ecológica ratifica este extremo en su último informe anual de Evaluación de la Calidad del Aire, correspondiente a 2017, donde se observa que no se superan los límites establecidos de PM2.5.
Y en el caso concreto de Madrid, donde el tráfico es mucho más intenso, resulta que es la cuarta capital más limpia de Europa, tan sólo superada por Tallin, Lisboa y Dublín, confirmando así que las habituales alertas políticas y mediáticas al respecto están fuera de lugar. Igualmente, llama la atención la favorable mejora que ha registrado la calidad del aire en Madrid en los últimos años, ya que la concentración de PM2.5 se ha hundido un 40% en la última década, según las propias mediciones oficiales del Ayuntamiento.
3. Escaso impacto en CO2
Por si fuera poco, España tampoco destaca especialmente en cuanto a emisiones de CO2. En primer lugar, conviene recordar que este gas, a diferencia de otros, no es contaminante ni supone ningún riesgo para la salud. Y, más allá de que son muchos los estudios científicos que cuestionan el origen antropogénico del cambio climático, la cuestión es que los coches apenas son responsables del 20% del total de emisiones, de modo que su impacto es escaso. Dado que España genera el 0,7% de todo el CO2 que se lanza a la atmósfera, la electrificación total del parque automovilístico nacional apenas reduciría el volumen de emisiones en poco más de un 0,1% a nivel mundial, un logro ridículo para tan alto coste.
Y ello sin contar que los coches eléctricos también emiten CO2 si se tiene en cuenta el proceso de producción -especialmente la batería- y el consumo de energía durante su vida útil. Así, por ejemplo, la emisión real de CO2 de un coche eléctrico como el Renault ZOE es de unos 60g por cada kilómetro, frente a los 75g de un híbrido como el Yaris o los 100g de uno de gasolina. La reducción real de emisiones sería, por tanto, escasa, al igual que su contribución a la lucha contra el calentamiento global.
Otro despropósito político
En definitiva, la prohibición de los coches de combustión que pretende imponer ahora el PSOE es un despropósito desde todos los puntos de vista, al igual que la injusta y perniciosa guerra al coche declarada por los ayuntamientos de Podemos. Ni los niveles de contaminación ni las emisiones de CO2 justifican la electrificación obligatoria del parque automovilístico, así como las restricciones de tráfico en el centro de las ciudades.
Este plan, al igual que otras muchas prohibiciones impulsadas por el ecologismo, no solo sería tremendamente costoso a nivel económico e incluso ineficaz desde el punto de vista medioambiental, sino que perjudicaría a la mayoría de conductores, sobre todo a los de menor renta, para tratar de cumplir el nuevo sueño verde de la élite izquierdista. La mejor receta contra la contaminación y en favor de la naturaleza, por el contrario, es el capitalismo.
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