domingo, 4 de noviembre de 2018

La mala educación como excusa

José Antonio Gabelas analiza la mala educación como excusa ante el abandono de valores primordiales para el desarrollo y la creciente, así como la infantilización de la sociedad. 

Artículo de Disidentia: 
“Yo tendría tres o cuatro años; no estoy seguro de la fecha precisa, pero fue un episodio decisivo en mi vida. Mis primeros años fueron muy difíciles porque mi brazo estaba pegado a mi cuerpo, los tratamientos eran muy dolorosos. Mi madre me dijo: ¡Tienes una suerte increíble! Te librarás del servicio militar. Esa conversación cambió mi vida. Era extraordinario que pudiera decir algo así. Pude empezar mis estudios superiores dos o tres años antes que mis coetáneos”. Relata George Steiner en una entrevista con Laure Adler.
Es obvio que se trata de una época en la que no se daban palmaditas y aspirinas. Steiner tuvo que aprender a atarse los cordones de los zapatos a pesar de que había zapatos con cremallera. No es nada fácil, aunque los que tengamos dos manos hábiles no lo apreciemos. Y tuvo que aprender a escribir con la mano izquierda aunque se negara, dado que su madre se la puso a la espalda. ”Escribirás con la mano mala”. Y le enseñó.  Ante lo cual, reflexiona Steiner: “Se trataba de una metafísica del esfuerzo. De la voluntad, de la disciplina y sobre todo de la felicidad, considerarlo un enorme privilegio; y lo ha sido a lo largo de mi vida”.
Es un testimonio que no anda solo, Beethoven era sordo, Sócrates muy feo, Nietzsche tenía horribles migrañas, Walt Disney perdió su trabajo en un periódico porque “le faltaba imaginación” y “no tenía buenas ideas”. Joanne Rowling fue madre soltera y vivía de la seguridad social, hasta doce veces le devolvieron el manuscrito de “Harry Potter” y sólo una pequeña editorial londinense apostó por su publicación. Steven Spielberg intentó dos veces entrar a la escuela de cinematografía pero su currículum fue rechazado por “faltarle talento”, fue víctima de acoso escolar por parte de sus compañeros, y era disléxico. Y podríamos seguir y seguir con una larga lista, no solo de celebridades y famosos, también de muchos triunfadores anónimos, a pesar de las dificultades y limitaciones.
Como acostumbraba a recordar con frecuencia Gustavo Bueno, definamos de qué estamos hablando para poder hablar. Se trata de la resiliencia,  esa capacidad  que tienen los seres humanos frente a la adversidad, bien para superarla o incluso salir fortalecidos  de la experiencia. Parece que no es fácil identificarla, apreciarla, y menos ejercerla. Con frecuencia, la etimología de las palabras también ayudan a su comprensión. El término proviene de aquellos materiales que absorben y almacenan energía de deformación para después recuperar su forma original. Dicho de otro modo, es el ser el que sufre, el que se adapta y el que continua. Nada que ver con el tener y el parecer que impera en lo efímero y superficial.
Hoy solo se recuerda a los triunfadores, grandes deportistas, artistas que parece que han llegado sin más. Ni el tiempo (su falta), ni el ruido (su exceso), ni los rankings sociales, sus redes y sus algoritmos dejan hueco para conocer el camino, el proceso, labrado de esfuerzo, voluntad y constancia. Aunque de vez en cuando, algunas crónicas sociales y deportivas, y algunas memorias mencionen la dificultad para llegar a los objetivos buscados, la sociedad del primer plano y la portada, el culto al yo, y el egocentrismo facilón ocultan la prosaica realidad.
Hace ya un tiempo en una tutoría con una madre y su hija de dieciséis años, me tocó ver como en un momento determinado la hija le levantaba la mano a su madre, que atemorizada bajó la mirada. No es un caso aislado, ni una situación puntual, a la cual se ha llegado después de un largo camino de ausencia de límites y consentimiento. La familia y la escuela han creado un parque infantil permanente. Los padres y madres delegan  sus funciones en los maestros, con frecuencia muy presionados para satisfacer las aspiraciones de sus padres, de los innecesarios y de los diluidos contenidos curriculares de las instituciones. Muchas madres se quieren parecen a sus hijas adolescentes, en sus maneras y modos de hablar y vestir. Los padres y madres pretenden ser colegas y amigos de sus hijos.
La infantilización invade todas las esferas sociales, como señala J.M. Blanco, inmersos en la incontenible infantilización de Occidente “los dirigentes han contribuido con todas sus fuerzas a difuminar la responsabilidad individual. A sumir al ciudadano poco avisado en una adolescencia permanente. El discurso político se simplifica, dogmatiza, se agota en sí mismo, se limita a meras consignas, sencillas estampas.”
Los viajes se convierten en un conjunto de postales, como si viajar no exigiera ciertas destrezas en la gestión de recursos y cierta disposición en la mirada, o no fuera incómodo y cansado.  Hasta los espacios de trabajo están al servicio de un diseño, con una decoración de oficinas, en particular las empresas tecnológicas, que convierten sus lugares de producción en una vistosa y colorida guardería para niños grandes. Sorprende que la economía y la industria de un país hayan quedado relegadas, y que los grandes centros de ocio concentren la actividad productiva en una economía de servicios. Sol y playa, es el plato seguro en España y otros países mediterráneos, donde los grandes centros de trabajo y producción se han convertido en “no-lugares”, donde se miran escaparates y se compra.
Memoria, entendimiento y voluntad, que a lo largo de los siglos han descrito el funcionamiento del alma, hoy son denostados o ignorados. La primera nos permite determinados procesos mentales, que de otro modo no podemos ejercitar, como son codificar, almacenar y recuperar información útil. No hablo de “algo externo” a nosotros mismos, y no me refiero a una repetición mecánica, que conduce a la fácil expresión “aprender de memoria”, aunque tiempo y esfuerzo sí requiere, por tanto voluntad. En cuanto al entendimiento, convendrán conmigo en que los eslóganes, titulares, portadas y consignas simplifican cualquier mínima complejidad,  como podemos observar con el éxtasis de infantilismo en los populismos políticos.
La madurez exige adquirir un juicio, diferenciar la estética del exhibicionismo, el bien del mal, y entender (entendimiento) que lo que hacemos, incluso lo que no hacemos tiene consecuencias. El sentido de la responsabilidad apenas tiene hueco en muchas agendas familiares, políticas, sociales. A cambio, los medios de comunicación en general y sus amplificadores, las redes sociales en particular, mueven constantemente las voces plañideras del victimismo (de género, de etnias, de religiones (aunque solo algunas).
Tuve un amigo, que había estado en un colegio de curas, y que siempre que recordaba el pasado, atribuía todos sus males a la represiva, rígida y violenta educación que había recibido. Me cuesta creer que exista tanto trauma infantil debido a una “mala educación,” como predican los psicólogos y expertos en esto de la naturaleza humana. Permítanme creer que las riendas de nuestro presente y futuro las forjamos en la voluntad del día a día, y que nuestra capacidad para superar dificultades, incluso seleccionar los recuerdos (no siempre negativos) es bastante amplia y diversa.
Como se afirma en El omnipresente culto al yo, el infantilismo social imperante dibuja el perfecto escenario en el que muchos padres se sienten desbordados por sus hijos que ven y sienten frágiles y necesitados de protección. Muchos maestros carecen de autoridad, bien por la presión social, institucional, familiar, o dejación propia. Fuera de la familia y de la escuela un escaparate mediático en el que las emociones son un constante ejercicio de compraventa de audiencias y deseos, en el que el esfuerzo solo se vende en la sonrisa de los vencedores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Twittear