domingo, 4 de noviembre de 2018

La izquierda reaccionaria

Carlos Barrio analiza a la izquierda reaccionaria, haciéndose eco de diversas reflexiones de izquierdistas que reniegan de la dirección y defensa de postulados irracionales que está tomando la nueva izquierda posmodernista, y que evidenciaría la pérdida de identidad de la actual izquierda, y su consecuente crisis. 
Artículo de Disidentia: 
La entropía es un concepto nacido en la ámbito de la termodinámica y que pasó al campo filosófico. Se refiere al hecho de que en cualquier proceso de transformación de la energía esta se degrada. Podemos aplicar la noción de entropía al ámbito de la racionalidad también, para hacer referencia a la pérdida de la racionalidad en los discursos del llamado posmodernismo progresista.

Una de las características más destacadas de la nueva izquierda, surgida de los movimientos contestatarios del mayo francés del 68, ha sido la de abandonar el economiscismo clásico del marxismo y sustituirlo por otras variantes discursivas rupturistas como pueden ser el feminismo, el animalismo, el ecologismo o la crítica cultural. En general estos discursos de la nueva izquierda, que algunos autores como Mauricio Schwarz denominan  la izquierda Feng Shui, por sus vinculaciones con las pseudociencias, tienen como característica su irracionalismo patológico. Esto se deriva del hecho de ser la nueva izquierda sesentayochista heredera de todas aquellas llamadas filosofías de la sospecha que tienden a denigrar el racionalismo, al que presentan como una mera “ideología” que sustenta la racionalidad instrumental heredera de la ilustración.
La racionalidad, dicen los Frankurtianos, sólo ha servido para la devastación del planeta, para implementar formas más sutiles de alienación a través de la generalización de la llamada sociedad de consumo y para establecer una forma de pensamiento uniforme y unidimensional.

Esta deriva se ha hecho todavía más patente en el llamado pensamiento posmoderno que niega la pretensión de validez objetiva de cualquier logro científico o técnico, por ocultar un sesgo de género, ser atentatorio contra la sostenibilidad del planeta o por no tener en cuenta puntos de vista alternativos e igualmente válidos.
Cualquier discurso que reivindique el legado cultural europeo por su contribución al progreso de la humanidad es acusado de etnocéntrico, y no faltan legiones de antropólogos dispuestos a encontrar infinidad de supuestos modelos alternativos de culturas no sexistas y medioambientalmente sostenibles en los que la felicidad campa a sus anchas.
Este fenómeno, el del triunfo de la irracionalidad en el siglo XX, se encuentra perfectamente descrito en el muy recomendable libro del pensador argentino Juan José Sebreli  El olvido de la razón, ensayo donde desenmascaran doctrinas pseudo cientificas como el psicoanálisis, las filosofías vitalistas y las posmodernidades vacías de contenido del estructuralismo.
Recientemente se ha publicado otro libro, obra del economista y sociólogo Félix Ovejero, que analiza con gran detalle esta degradación intelectual en el pensamiento de la izquierda, que convierte paradójicamente a una ideología que ha hecho de la idea del progreso su seña de identidad en el epítome del pensamiento más reaccionario. De ahí el ilustrador título del libro: La Izquierda reaccionaria.
Ovejero se rebela contra una izquierda que ha dejado de ser internacionalista para defender el aldeanismo nacionalista, que ha hecho dejación de su espíritu crítico contra la intolerancia religiosa cuando esta se manifiesta en la religión islámica o que politiza incluso la propia biología con esa peligrosa deriva que es la ideología de género.
Ambos libros señalan una tendencia, todavía minoritaria dentro de la propia izquierda, que ha decidido reaccionar frente a estas tendencias irracionalistas en el seno del pensamiento de izquierdas.

La cuestión que sobrevuela en ambas obras en cuestionarse el por qué la izquierda ha sido secuestrada por estos atavismos posmodernos que la alejan de sus señas de identidad. Por un lado habría que señalar la nefasta influencia que los pensadores alemanes de la Escuela de Frankurt, exiliados en los Estados Unidos a causa de la llegada del III Reich, han tenido en el desarrollo de los planes de estudio en ciencias sociales de multitud de instituciones norteamericanas de educación superior desde la segunda mitad del siglo XX, o la difusión en los campus universitarios americanos de la obra de pensadores franceses herederos del irracionalismo nietzscheano. Debido al liderazgo académico indiscutible de las universidades norteamericanas buena parte de esos discursos han sido importados acríticamente en Europa, incluso en la propia Francia donde muchos de estos pensadores no tenían esa relevancia que luego alcanzarían pasados unos años.
Por otro lado hay que señalar la conversión de la socialdemocracia clásica, centrada en fundamentalmente en la intervención estatal en la economía, en una especie de comunismo liberal, como ha sido bautizada por el pensador esloveno Slavoj Zizek. Una especie de simbiosis perfecta entre elementos tomados del liberalismo, como la globalización y cierta libertad en los mercados, con la asunción acrítica de todos los dogmas culturales de la nueva izquierda y que se traducen en planteamientos multiculturalistas, ecologistas, animalistas y sobre todo en la llamada ideología de género, cuya difusión internacional ha sido impulsada por grandes multinacionales e incluso ciertos sectores liberales.
Las razones de está asunción acrítica por parte de la socialdemocracia y sectores liberales de muchos de estos dogmas salidos de las cátedras de estudios culturales de las universidades norteamericanas podrían ser múltiples. Por un lado el prestigio de ciertos intelectuales que las sostienen y que tienen gran aceptación entre buena parte las generaciones más jóvenes, educadas en estas formas de pensamiento dogmático.

Tampoco faltarían las motivaciones económicas. Tal vez piensen que una izquierda más volcada en multitplicar los géneros y las identidades sexuales que en combatir los fundamentos del libre mercado es mucho más domesticable.
Sean cuales sean las motivaciones, hay un hecho incuestionable cada vez más votantes tradicionales de la llamada izquierda clásica se sienten alejados de este discurso, lo que explica en buena medida el éxito de políticos como Donald Trump o el recientemente elegido presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, cuyo votante medio dista mucho de ser el radical ultraderechista  que describen ciertos medios. La razón última del repunte de esa supuesta ultraderecha, que tanto asusta a la nueva izquierda, reside en la propia crisis de identidad de una izquierda, que también ha perdido sus señas de identidad clásicas.
Esta reflexión también es válida para el caso español, como muy bien apunta el pensador marxista, discípulo de Gustavo Bueno, Santiago Armesilla,quien realiza un diagnóstico muy certero de la crisis de identidad de la izquierda nacional y su rendición incondicional a los dogmas del culturalismo de lo que Bueno denominaba izquierda indefinida. Una izquierda que ha dejado de pensar en qué puede hacer el Estado para cumplir los fines redistributivos clásicos del credo izquierdista para centrarse en vaguedades y sofismas diversos que sólo encubren una radical falta de discurso con el que afrontar los problemas reales de la clase trabajadora.
Afortunadamente cada vez es mayor el número de intelectuales que desde las filas de la propia izquierda se rebelan contra esta patología de la posmodernidad que ha supuesto la irrupción de esta clase de discursos.

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