El mundo moderno ha extendido la
idea de que los derechos y las libertades son concesiones del poder: son algo
que se nos da. De ahí lo chocante que resulta leer a Edmund Burke, que recuerda
la Petición de Derechos de 1628 del Parlamento inglés a Carlos I, que advirtió
al Rey: “vuestros súbditos han heredado esta libertad”.
Burke aclara que los redactores
de la Petición conocían la teoría de los derechos, pero optaron por la
formulación “positiva, registrada, de derechos hereditarios” antes que
formulaciones “vagas y especulativas” de los derechos, que “exponían su legado
seguro al riesgo de ser disputados y destruidos por cualquier ánimo tormentoso
y litigante”.
Al estar hablando de un
conservador del siglo XVIII podemos caer en la tentación de desdeñar sus
antiguas discusiones. No deberíamos. El sabio dublinés destacó la relevancia de
la noción de que las libertades son una “herencia vinculada” de nuestros
antepasados, que nosotros debemos respetar y transmitir a la posteridad. Es un
patrimonio del pueblo, que no cede ante otros derechos. Burke lo asocia con
otras cosas que los ingleses atesoran de forma hereditaria, como la corona o la
nobleza; dice: “Esta política me parece que resulta de una profunda reflexión,
o más bien el efecto feliz de seguir a la naturaleza, que es sabiduría sin
reflexión, o por encima de ella. El espíritu de innovación es generalmente la
consecuencia de temperamentos egoístas y visiones estrechas. Un pueblo no podrá
mirar hacia el futuro si nunca mira hacia atrás, hacia sus predecesores”.
Es importante no caer en el error
de identificar tradición con parálisis. No lo hace Burke, que aclara que el
respeto a las instituciones “no excluye un principio de mejora”. Ahora bien, de
entrada, ese respeto prevalece porque “fortifica los falibles y endebles
artificios de nuestra razón”. En efecto, la idea de un legado de derechos y
libertades “nos inspira un sentido de dignidad natural que impide que brote la
insolencia que casi inevitablemente presentan los que adquieren por primera vez
una distinción: es así como nuestra libertad se convierte en una noble libertad”.
De alguna forma, respetamos las instituciones como lo hacemos con las personas
venerables. Todo ello contribuye a preservar nuestra libertad, porque “depende
de nuestra naturaleza más que de nuestras especulaciones, de nuestro corazón
más que de nuestras elucubraciones”.
Ahora es el momento en que usted
puede echar la vista atrás y ponderar cómo ha perdido usted derechos y
libertades ante el poder político y legislativo. Ha sido porque la política
emprendió el camino opuesto al de Burke, el camino hiperracionalista en el que
prima la noción de que el derecho no es algo que usted tiene, creado
evolutivamente por la gente desde tiempos lejanos, sino que es algo que el
poder hoy le confiere, pero que mañana le puede quitar. Cuidado.
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