Carlos Rodríguez Braun analiza el compendio de ficciones populistas de Alexis Tsipras en una entrevista con Patrick Wajsman.
Artículo de Expansión:
Hace un tiempo, el periodista francés Patrick Wajsman conversó con Alexis Tsipras, que brindó un interesante compendio de ficciones populistas que igual sirven para conjeturar sus cambios políticos.
De entrada, está la paranoia que busca presentar al Estado como si fuera inerme: “Existen poderes y mecanismos más poderosos que el Gobierno de un país; está el poder del dinero, el poder de los intereses mezclados de los bancos y los medios de comunicación”. Ante esa amenaza, la alternativa populista es el pueblo mismo: “Por eso, la reivindicación más importante es la de la soberanía del pueblo”.
Los malvados son “personas no elegidas”, como el BCE, que nos arrastra a “una Europa hegemónica alemana”. Son dos banderas populistas. En primer lugar, el temor al poderoso no elegido, como si los poderosos elegidos no fueran peligrosos, y, en el caso del BCE, como si no tuviera condicionamientos democráticos de ningún tipo. Y, en segundo lugar, el nacionalismo frente al Estado extranjero, como si los griegos padecieran por culpa de los políticos alemanes, y no de los suyos propios.
¿Qué debería hacer Draghi? Responde el primer ministro griego: “Una política de expansión financiera. Para salir de la crisis es necesario relegar al olvido las recetas de austeridad, que han fracasado. Es lo que se ha hecho en Estados Unidos a partir de 2008 y ahí están sus repercusiones positivas”. Nuevos elementos populistas de interés: la expansión financiera es la solución, como si no hubiese sido la expansión financiera la causante de la crisis; después, el enemigo diáfano, la “austeridad”, como si de verdad hubiese sido recortado el gasto público de modo tajante en Grecia, o en cualquier otro país; y, por fin, el ejemplo supuestamente definitivo: EEUU, como si las economías estadounidense y europea fueran idénticas en su resiliencia, y como si la política de la Casa Blanca y la Reserva Federal fueran incuestionablemente óptimas.
A la hora de asumir alguna responsabilidad, Tsipras sigue con el populismo: “La reforma fiscal debe hacer que los poseedores de la riqueza soporten la carga más pesada... poner fin a la política de austeridad y transferir las cargas a los más ricos”. Todo el mundo sabe que eso es imposible, porque no hubo austeridad ni Tsipras quiere aplicarla: como las cuentas no salen, y él no quiere seguir subiendo los impuestos al pueblo, se esconde detrás de los malvados ricos, y pide dinero a otros. Llega inevitable el victimismo: los foráneos quieren “obligarme a traicionar mis promesas electorales. No porque fueran nocivas, sino porque podrían ser contagiosas... a favor de la justicia social”, como si sus promesas no fueran un brindis al sol.
Y, por fin, las cesiones: “Si me piden hacer concesiones sobre el empleo, las jubilaciones o las privatizaciones, elegiría, con el corazón encogido, hacer concesiones sobre las privatizaciones para preservar lo esencial”. Lo esencial es el poder, claro.
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