martes, 25 de octubre de 2016

El Estado y la revolución

Santiago Navajas sobre el retroceso político del liberalismo y el auge del comunismo por mucho que se pretenda pasar desapercibida tanto su fondo como su forma totalitaria, repasando a su vez el leninismo a raíz de la obra "El Estado y la Revolución" de Lenin, cuya estrategia siguen los leninistas españoles. 

Artículo de Voz Pópuli:
Primeros días de la revolución de marzo de 1917.
Primeros días de la revolución de marzo de 1917. Ross, Edward Alsworth: The Russian Bolshevik revolution (1921)

El liberalismo es una ideología en caída libre. Aunque dominante en la academia económica de élite, se encuentra en minoría entre el “votante medio” y menguando irremediable en la política partidista. El discurso de toma de posesión de Theresa May, la nueva líder de los conservadores británicos, fue un misil en la línea de flotación del sector liberal del partido que un día encarnó Margaret Thatcher. Un discurso proteccionista, intervencionista, paternalista y estatalista. Al otro lado del Atlántico, da igual quien gane en Estados Unidos. Tanto con Trump como con Clinton el país se convertirá en una fortaleza aislacionista en contra del libre comercio y dándole la espalda a la globalización no sólo económica sino también cultural y política. En Asia, las potencias dominantes, Rusia y China, Putin y Xi Jinping, avanzan impávidas, a través de un despotismo tecnocrático de Estado, hacia la dominación total de su zona de influencia. Desde el punto de vista cultural, en general, la xenofobia avanza por la extrema derecha y el resentimiento de clase por la extrema izquierda. La idea liberal de que el problema central es la elefantiasis estatal ha muerto. ¡Viva el ogro filantrópico!
En este contexto no es de extrañar que Mein Kampf de Hitler se convierta en best seller en Alemania mientras que Marx y Lenin vuelvan a ser reivindicados sin atisbo de vergüenza por la izquierda más radical. La diferencia es que mientras que Mi lucha se lee “en la intimidad”, los partidarios del tirano soviético están haciendo caer un sirimiri ideológico de modo que pase desapercibido tanto el fondo como la forma totalitaria del líder comunista ruso. Así, por ejemplo, Pablo Iglesias cree que Lenin “era un calvo con una mancha en la cabeza con una mente prodigiosa” que conquistó a la “gente” rusa prometiendo “paz y pan” en lugar de hablar de “materialismo dialéctico. Parece que ha confundido a Vladimir Ilich Uliánov con una mezcla de Gandhi y Gorbachov… Alberto Garzón, por su parte, se declara leninista y mantiene que “hay que recuperar muchas de las enseñanzas intelectuales de una persona que supo ver cuál era el inicio de la globalización”. Eduardo Garzón, para que todo quede en familia, sostiene que “estoy seguro de que si la gente lo entendiera, se sentiría muy identificada porque al final, el comunismo se basa en libertad, solidaridad e igualdad, por lo que la gente no podría oponerse a algo así.”
En los alrededores de 1920 se escribieron las dos obras totalitarias por excelencia. En la clandestinidad escribió Lenin El Estado y la revolución, publicado en 1917. En la cárcel Hitler puso negro sobre blanco Mein Kampfen 1925. El objetivo de ambas obras era el mismo: la imposición de un régimen de terror en el que, bajo un principio maniqueo, la política se reducía a una lucha entre “buenos” y “malos” absolutos, entre enemigos que no podían admitir la existencia de su oponente. Si Hitler se parapetó en la raza (aria) para sojuzgar y/o destruir todas las demás, Lenin focalizó su voluntad de destrucción en el concepto de clase, según el cual había una clase buena, el proletariado, mientras que el resto sería el mal, sobre todo, la clase capitalista. Arios y proletarios significaban de esta forma toda la belleza y honestidad del mundo.  El resultado de esta lógica bivalente y criminal fueron millones de muertos. No cabe una discusión sensata sobre cuál ideología fue peor en términos psicopáticos pero vale mucho la pena aclarar ciertas confusiones que siguen ocultando y maquillando la participación comunista en uno de los genocidios más grandes del siglo XX, sólo comparable, en esto no hay discusión, al legado nazi.
Cuando Hitler todavía era un íncubo de la noche berlinesa, Lenin estaba escribiendo su plan de acción político-terrorista:
 “El concepto científico de dictadura no significa otra cosa que poder ilimitado, no sujeto en absoluto a ningún género de leyes, ni reglas, y directamente apoyado en la violencia”.
Una sentencia que, en una cata ideológica a ciegas, podría pasar perfectamente por ser del artista frustrado que llegaría a ser Führer. Un poco antes, en El Estado y la Revolución, Lenin había dejado claro que
“El proletariado, mientras necesita todavía el Estado, no lo necesita en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como sea posible hablar de libertad, el Estado como tal dejará de existir”.
Una cita en la que queda de manifiesto, en primer lugar, la patrimonialización de Estado por parte de un lobby bolchevique y, además, el infantiloide concepto de libertad de los comunistas, una mezcla entre los Teletubbies y la secta de Charles Manson, expresándose con una neolengua que es un pasaporte al mal radical: “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza.” Trotsky, igualmente, continuando el desprecio leninista por el concepto de “libertad burguesa” declaró
“La dictadura revolucionaria, lo admitimos, constituye en sí misma una severa limitación a la libertad (...) naturalmente, la dictadura del proletariado es inconcebible sin el uso de la fuerza, aun contra sectores del mismo proletariado”
porque
 “ ... las fórmulas de la democracia (libertad de prensa, de sindicalización, etc.) no son para nosotros más que consignas incidentales o episódicas en el movimiento independiente del proletariado”
En referencia a Lenin, Trotski constató que
 “Nadie (como Lenin) comprendió con tanta claridad, inclusive antes del vuelco (del poder), que sin represalias contra las clases poseedoras, sin medidas de terror de una severidad sin parangón en la historia, el poder proletario, rodeado por enemigos por los cuatro costados, jamás podría sobrevivir. ( ... ) El Terror Rojo fue un arma necesaria de la revolución”
Y es por esto que Trotski consideró que
“La Cheka es el verdadero centro del poder, durante el período más heroico de la dictadura proletaria”
Edward H. Carr, el “marxiano” historiador de la revolución rusa, captó la clave de la violencia política leninista:
 “Lo esencial del terror era su carácter de clase. Seleccionaba a sus víctimas por razón, no de delitos específicos, sino por su pertenencia a las clases propietarias.”
La única ley absoluta para Lenin era la ley de defender y extender su revolución. De ahí la estrategia de Iglesias, Otegis y demás Garzones, todos ellos leninistas vocacionales, para tomar la calle, asaltar capillas, linchar a guardias civiles, rodear el Parlamento, intimidar a los periodistas, politizar el dolor y hacer, en definitiva, que el miedo cambie de bando.  En la Cheka Autónoma o en la Cheka Komplutense han tenido ocasión de comprobarlo últimamente tanto Rosa Díez como Cebrián y González. El próximo puede ser usted, admirable, heroico, y espero que avisado, lector.

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