martes, 17 de enero de 2017

La izquierda y el adoctrinamiento

Santiago Navajas analiza la "superioridad" cultural y moral que se atribuye e impone la izquierda, y que expone cada vez que le dan un micrófono...

Artículo de Voz Pópuli: 
Meryl Streep parodiando a Donald Trump.Meryl Streep parodiando a Donald Trump. YouTube
En 1977 ganó Vanessa Redgrave el Oscar por su interpretación en Julia. Aprovechó el minuto de oro de su discurso de aceptación para agradecer el premio a pesar de “las amenazas de un grupo de matones sionistas”. La “matona antisemita” Redgrave, por usar su misma terminología, llevaba su activismo a favor de la causa palestina y contra Israel a un acto cultural. Cuando en la misma ceremonia el guionista Paddy Chayefsky, el único en haber ganado tres Oscar en su categoría (Redgrave diría que apoyado por el “lobby hebreo” dado que Chayefsky era descendiente de ucranianos judíos), iba a presentar el premio al mejor guión que le concederían a Woody Allen (¡otro judío!) por Annie Hall no pudo reprimirse y comentó:
“Me gustaría decir -y es una opinión personal por supuesto- que me siento enfermo y cansado de la gente que explota los premios de la Academia para su propaganda personal. Me gustaría sugerir a la señora Redgrave que su Oscar no es un momento crítico de la historia, que no requiere una proclamación, y que con un simple “gracias” habría sido suficiente”
Iba listo Chayefsky. Porque Redgrave es una representante paradigmática de la sensación que tiene gran parte del establishment cultural “progre” de que en cuanto a ideología y medios de comunicación ellos son, permítanme la expresión, los putos amos. Cuando la cantante española conocida como “Russian Red” se declaró de "derechas", la izquierda cultural desató contra ella una campaña agresiva y falta de respeto porque, al parecer, el rock y el pop son de izquierdas (la música dodecafónica, que no entiende nadie, será entonces cosa de liberales). Nacho Vegas, por ejemplo, dijo que "cualquiera que se declare de derechas ha de ser un cretino o un cabrón". Y, claro, a los cretinos y/o cabrones se les puede amenazar incluso de muerte. Es lo que le ha pasado a Andrea Bocelli que ha renunciado a cantar en la toma de posesión de Donald Trump, al igual que ya antes había hecho Jennifer Holliday, debido a las amenazas de boicot e incluso de muerte
El origen de este complejo de superioridad cultural proviene de tres chicos alemanes a los que gustaba bailar alrededor de los árboles. Hegel, Schelling y Hölderlin en 1797 escriben al alimón un “Primer programa del idealismo alemán” en el que se establece la superioridad del arte sobre la filosofía y la ciencia. O sea, de los artistas sobre los filósofos y los científicos. Unos artistas que han de construir una “mitología de la razón” para que “los ilustrados” y “el pueblo” lleguen a una armonía en el que reine “una unidad eterna”. Hasta que, en un éxtasis romántico, “un espíritu superior enviado por el cielo fundará entre nosotros esa nueva religión”.
El marxismo, convertido en esa “nueva religión”, pensaba que ese espíritu superior que debía crear la “mitología de la razón” sería “la vanguardia del proletariado” y, más concretamente, LeninHeidegger lo vio encarnado en Hitler y sus “maravillosas manos”. Más recientemente, la progresía mundial vio claramente que era Barack Hussein Obama y corrieron a darle el Premio Nobel de la Paz antes de que hubiese hecho nada. ¿Quién necesita pruebas cuando se rebosa fe? De lo que se trata en cualquier caso, y sea quien sea el “Mesías auténtico” que nos traiga la “unidad eterna” en un paraíso socialista, es de establecer una “narrativa”, un “relato”, una “mitología de la razón” en lugar de la dolorosa, difícil y dura aproximación científica y ética a la realidad que proponía la vieja Ilustración de donde surgió el liberalismo.
Sin embargo, algo debe fallar en la teoría cuando la terca “praxis” lleva a las Vanessa Redgrave y Meryl Streep de turno a despertar de sus fantasmagorías pseudo culturales para descubrir que el dinosaurio Donald Trump sigue allí. Por algún extraño motivo, que no alcanzan a comprender las cabezas pensantes de Silicon Valley y la Ivy League, los rústicos y paletos de Indiana y Wisconsin prefieren bailar al son del reaccionario y misógino country en lugar de la feminista y postmoderna Beyoncé. Vete tú a saber el motivo que lleva a alguien a ver la sectaria Fox en vez de la “fact-checking” CNN, o a comer un filete sanguinolento de buey en lugar de ecológicas hamburguesas de tofu. Por enésima vez los “abajo firmantes” juraron que si ganaba el representante republicano se exiliaban del país. Pero, como siempre, no han dejado sus mansiones, sus piscinas y sus restaurantes de cocina “creativa” en Hollywood aunque, eso sí, para algo se auto proclaman “artistas”, han versionado “I will survive” de Gloria Gaynor. “Sobreviviré”, dicen, como si fueran Shostakovich ante Stalin.
Si alguien de la izquierda se sube a un podio, inmediatamente lo convierte en un púlpito. Da igual que sea un mitin en Vistalegre o Masterchef: cualquier discurso terminará siendo un sermón. Para la mentalidad colectivista izquierdista todo ser humano pertenece a un grupo, ya sea la raza o la “identidad de género”, el sexo, la clase social o la “sensibilidad cultural”. Y donde se sitúen ellos, ya sean los radicales marxistas o los tibios socialdemócratas, se sitúa el punto de intersección entre la verdad, el bien y la belleza. El resto somos un hatajo de cretinos y/o cabrones. ¿Quién se atreverá a cantar en la toma de posesión de Donald Trump? Pues el único que tiene el valor necesario para pasar de todo tipo de “cordones sanitarios” es Bob Dylan (¿pero que les dan para desayunar a los judíos?). Lo cual, además, dados su legendarios hermetismo y circunspección, nos ahorraría otro biempensante sermón.

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