Domingo Soriano expone los datos sobre la situación y evolución de la natalidad en Europa, donde se desmontan los típicos y recurridos argumentos que pretenden explicar por qué tenemos hoy tan pocos hijos.
Artículo de Libre Mercado:
¿Por qué las españolas no quieren tener hijos? Hace un par de semanas, en Libre Mercado analizábamos las últimas cifras de natalidad en nuestro país. Son llamativas: en 2016, las mujeres nacidas en España tuvieron 100.000 hijos menos que en 1939, el peor año en términos demográficos de la Guerra Civil. Y no es un dato aislado. Es la consecuencia lógica de una tendencia que comenzó hace ya más de tres décadas.
Artículo de Libre Mercado:
¿Por qué las españolas no quieren tener hijos? Hace un par de semanas, en Libre Mercado analizábamos las últimas cifras de natalidad en nuestro país. Son llamativas: en 2016, las mujeres nacidas en España tuvieron 100.000 hijos menos que en 1939, el peor año en términos demográficos de la Guerra Civil. Y no es un dato aislado. Es la consecuencia lógica de una tendencia que comenzó hace ya más de tres décadas.
Cuando este tema y la pregunta con la que comenzamos este artículo se pone sobre la mesa, casi siempre aparecen las mismas explicaciones: unos apuntan a la falta de guarderías, otros a las reducidas ayudas a la familia en relación con las que se otorgan en otros países de la UE, hay quien se fija en la tasa de paro (sobre todo femenino) o incluso en las diferencias en renta y riqueza con respecto a los países del norte de Europa. Pero hay algo que no cuadra: sí, en España este problema es más acusado y las cifras son más bajas que en casi cualquier otro país europeo… pero no hay que confundirse: incluso en aquellos más ricos, con políticas de natalidad más generosas o con más empleo femenino, la natalidad está desplomándose. Es cierto que en este país de los tuertos, España es el ciego. Pero no es menos cierto que el Viejo Continente nunca fue tan merecedor a ese sobrenombre.
De hecho, si alguien pensaba que el desplome de los últimos años podía estar relacionado con la crisis, un vistazo a los datos de Eurostat deja pocas dudas al respecto. Las cifras denatalidad siguen cayendo en la gran mayoría de los países. Y en los que se observa un repunte (como Alemania), éste parece más asociado a la llegada de inmigrantes que a un cambio de actitud de la población nativa.
En el cuadro de la derecha (click para ampliar) están las cifras de fecundidad en toda Europa entre 1960 y 2015, con más detalle para lo ocurrido a partir de 2010). Como puede verse, tras un descenso muy pronunciada entre 1960 y 1990, hubo algunos países que se recuperaron algo en lo que hace referencia al número de nacimientos entre 1990 y 2010. Pero aquello ya terminó. En la última década, sólo Alemania, Austria y algunos países de la Europa del Este (en los que la natalidad se había desplomado con anterioridad) han incrementado un poco sus cifras. El resto ha visto una caída constante en los datos. Y nada apunta a que pueda haber un cambio de tendencia.
Alejandro Macarrón, uno de los principales expertos en la materia y autor del libro "Suicidio demográfico en Occidente y medio mundo. ¿A la catástrofe por la baja natalidad?", cree que no estamos ante un fenómeno aislado:
La fecundidad en Noruega en 2017 está en sus mínimos históricos tras caer por octavo año consecutivo. Noruega es un país teóricamente perfecto: altísima renta per cápita, sin paro, con altos salarios, grandes ayudas económicas a la natalidad y permisos de maternidad y paternidad, gran igualdad hombre-mujer, muy bien en conciliación (horarios racionales, tercer país con menos horas de trabajo al año del mundo, 31 horas de jornada semanal femenina media), emancipación del hogar paterno mucho antes que en España (95% de noruegas de 25 a 29 años ya no viven con los padres, por 52% de las españolas). Y sin embargo, la natalidad sigue por los suelos. ¡Da que pensar! Lo fundamental en natalidad son los valores y la estructuración familiar (por cierto, un 12% de los bebés en Noruega están sin padre legal al nacer). Y el dinero y las facilidades materiales, siendo importantes y deseables, son lo secundario.También la fecundidad en Finlandia está en mínimos históricos, en 1,485 hijos por mujer en 2017, tras caer un 21% en los últimos siete años, según acaba de publicar el Tilastokeskus (el INE finlandés). Otro país nórdico cuyo modelo de apoyo a la natalidad, vistos estos datos, no está funcionando.En 2017 cayó casi un 5% la fecundidad en Suiza, hasta 1,48 hijos por mujer, según su Oficina Federal Estadística. Y entre las mujeres de nacionalidad Suiza, la tasa es de menos de 1,40 hijos por mujer. Suiza es una referencia mundial por su prosperidad, civismo, las cosas bien hechas... Pero tampoco tienen apenas niños.En Holanda cayó la fecundidad en 2017 por séptimo año consecutivo, hasta 1,607 hijos por mujer. Holanda es un país muy rico, sin paro y con buenos sueldos. Además, es campeón mundial en conciliación: es el país donde menos horas trabajan las mujeres con empleo en todo el mundo (25 de media por semana), más del 70% de las cuales lo hacen a tiempo parcial (y muchos varones también). Es un país muy cívico e igualitario. Y pese a ello, una natalidad mediocre… y cayendo.
Podríamos seguir con más países y ejemplos. Pero la imagen general no cambiaría. En el siguiente cuadro tenemos las tasas de fecundidad de los países ricos de la UE y de algunos otros (Suiza, Noruega, Islandia) que sin ser del club comunitario también se suelen poner como ejemplo. Los datos nos dicen que, efectivamente, el problema es muy grave en el sur de Europa: Grecia, Italia, España y Portugal, tienen unas cifras paupérrimas. Pero no nos engañemos, en ningún país se llega a los 2,1 hijos por mujer que se considera como tasa de reemplazo y salvo algunas excepciones (Francia, Irlanda, Suecia) casi todos se mueven en la horquilla 1,4-1,7 hijos por mujer, muy lejos de aquel nivel.
Ni el paro ni la renta pueden explicar estos datos. Hablamos de países muy ricos: mucho más, desde luego de lo que eran estos mismos países cuando los padres y abuelos de sus actuales habitantes tenían 3 y 4 hijos por familia.
En este punto, la corrección política suele mirar a las ayudas a la maternidad-paternidad. Y tampoco. El caso de Holanda, por ejemplo, es paradigmático. Como nos explicaba Macarrón, hablamos de un país con pleno empleo técnico (o casi) y en el que se trabaja poco, en comparación con otros países ricos o con las horas trabajadas hace 30-40 años. El empleo a tiempo parcial es casi lo normal (entre las mujeres es mayoritario). Y no hablamos de trabajo a tiempo parcial como el que entendemos en España (en nuestro país lo asociamos con precariedad y falta de alternativas): la gran mayoría de los trabajadores que en Holanda tienen estas jornadas reducidas lo han escogido así de forma voluntaria. En todos los sectores y categorías profesionales es habitual y no está mal visto tener una jornada reducida por las razones que sean. Pues bien, la tasa de fecundidad no llega al 1,7.
También podemos mirar a Suecia, el país que se pone como ejemplo en estas cuestiones. En este enlace, Eurostat plantea una panorámica de cómo viven hombres y mujeres en la UE. El país nórdico tiene los mejores datos en tasa de empleo femenino entre los 15 y los 64 años (74,8%), algo que se repite cuando se tienen en cuenta circunstancias como el número de hijos. La tasa de paro femenina está en el 7,3%, muy cerca del 6,5% para los hombres y entre las más bajas de Europa. Y más del 33% de las suecas trabajan a tiempo parcial: la gran mayoría, como en el caso de Holanda, de forma voluntaria.
Si analizamos las ventajas legales que se otorgan a las familias, el panorama también parece inmejorable. En esta web, el propio Gobierno sueco lo explica: "En Suecia, los padres y madres tienen derecho a hasta 480 días de permiso de paternidad-maternidad. Durante 390 de esos 480 días, los padres percibirán el 80% de su paga (en los otros 90 días, reciben una tarifa plana). El permiso de maternidad-paternidad se puede coger en cualquier momento hasta que el niño cumple ocho años. Y si una familia tiene más de un hijo puede acumular los permisos. Además, los dos padres tienen derecho a reducciones de jornada de hasta el 25% de su horario hasta que el niño cumple ocho años. De los 480 días por hijo, 240 pertenecen a cada padre. Y de esos 240, 90 son no transferibles: es decir, si el padre no los coge, se pierden, no se los puede pasar a la madre. En Suecia, el 25% de los días de permiso de maternidad-paternidad los cogen los hombres, una cifra que el Gobierno quiere mejorar".
Pues bien, con todo y con eso, la tasa de fecundidad está en el 1,8 y cayendo desde hace una década. Sí, es cierto que, puestos a comparar con el resto de Europa, no es una mala cifra. Pero tampoco es buena y esconde, además, una trampa estadística que se repite en todo el Viejo Continente. Un porcentaje creciente de los niños nacidos en los países más ricos tiene una madre nacida fuera de la UE (en Suecia es un 24%, uno de cada cuatro recién nacidos). En este punto puede iniciarse un debate interesante sobre las consecuencias, los retos y las oportunidades que plantea para la sociedad europea que un creciente número de sus jóvenes tengan orígenes inmigrantes.
Ese es otro tema. Lo relevante aquí es que, cuando vemos las cifras de natalidad y observamos que son ligeramente mejores que en los años 70-80-90, tendemos a pensar que está cambiando la situación-valores-realidad social-etc. que hizo que los jóvenes europeos de aquellos años dejasen de tener hijos. Pero pensar así es engañarse un poco. El mínimo repunte en las cifras visto alrededor del año 2000 ya se ha evaporado. Los millennials europeos siguen sin querer tener hijos. Incluso, quieren tener menos que sus padres.
En este punto, puede surgir otro debate. Sobre si es tan malo que no tengamos hijos. Cuáles son las razones. O qué implicaciones tendrá: económicas, sociales, políticas… Por ahí hay mucho margen para la discusión. Pero no nos hagamos trampas al solitario. Por una parte es verdad que las cifras en nuestro país son peores que en casi ningún otro. Pero viendo los datos de los países ricos, parece claro que los argumentos facilones con los que nos hemos conformado en los últimos años, cuando veíamos hundirse las cifras de nacimientos en España (paro, crisis, guarderías), tampoco nos explican demasiado.
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