lunes, 31 de diciembre de 2018

2019, un año revolucionario

Javier Benegas analiza la deriva de las democracias en Occidente, y a lo que están llevando. 

Artículo de Disidentia:
Como si fuera un guiño del destino, uno de los postreros signos de 2018 fue la elección de George Soros como personaje del año por parte de Financial Times. Así lo anunciaba la cabecera británica con una empalagosa pieza donde calificaba al magnate norteamericano de campeón de la democracia liberal y de la sociedad abierta. Esta elección de FT reavivó la polémica que gira alrededor Soros, quien para muchos es la mano que anima el globalismo, esa doctrina que instrumentaliza la globalización para promover un nuevo orden mundial sin naciones ni fronteras.
No faltan quienes ven exagerada esta imputación a Soros, incluso hay quienes ridiculizan las teorías conspirativas que giran en torno al personaje. Sin embargo, más allá de exageraciones y bromas, existen razones suficientes para no ver en este magnate al filántropo que el FT afirma que es. Lo cierto es que Soros no siempre actúa de manera lícita ni transparente. Y que, a través de su fundación The Open Society Foundations, a la que ha dotado con 14.000 millones de dólares, desestabiliza gobiernos democráticos, promueve el multiculturalismo, la inmigración masiva, las políticas de la identidad y, en definitiva, toda aquello que contribuya a arruinar lo que queda de la democracia liberal.

Demencias, delirios… e intereses

Sin embargo, los conspiranoicos se equivocan en una cuestión fundamental, el plan de Soros es el plan de Soros y de nadie más. En todo caso, también es el de aquellos a los que alcanza su dinero (quizá el Financial Times sea uno de ellos). Pero no es desde luego un plan que aglutine a todas las fuerzas del mal. Agentes como Soros, con las mismas demencias y delirios hay muchos… pero cada uno tiene sus propios intereses.
Lamentablemente, que no exista un villano con un poder universal no es una buena noticia. Al contrario, es una mala noticia, especialmente para los amantes de la concreción y los nombres propios. Si las conspiraciones obedecieran a un plan maestro, y las decisiones estuvieran centralizadas, al menos podríamos tener, por así decir, una imagen nítida del mal. Pero cuando lo que sucede es el resultado de la interacción de intereses coyunturales de infinidad de agentes, la imagen es borrosa y está llena de incertidumbres.
Ahora bien, en lo que sí parecen estar cada vez más de acuerdo todos los agentes políticos y económicos es en crear entornos donde poder alcanzar compromisos que se anticipen a la acción legislativa de los gobiernos. Foros no democráticos sino tecnocráticos que, con la aureola de estar constituidos por expertos, añadan una pátina de legitimidad y solvencia a sus acuerdos, para luego imponerlos.

La expropiación de la política

Así, en la Unión Europea, como advertía Hans Magnus Enzensberger, los países ya no se rigen por instituciones legitimadas democráticamente, sino por una serie de abreviaturas que las han suplantado. Nuevos entes se superponen a los parlamentos, el FEEF, el MEDE, el BCE, la ABA o el FMI. Una sopa de letras que solo los “especialistas” están en condiciones de desgranar. De igual manera que solo los muy iniciados pueden deducir quién decidirá qué y cómo en la Comisión y en el Eurogrupo.
Además de la UE, a nivel transnacional está la ONU, y sus innumerables organismos, que promueve tratados internacionales que los gobiernos suscriben sin consultar siquiera a sus gobernados, y también el G20 o el Foro Económico Mundial, cuyo antagonista, el Foro Social Mundial no hace sino replicarlo de manera cómica, pero con un sesgo contrario.
Esta proliferación de organismos supranacionales y/o extra parlamentarios supondría no sólo la concentración del poder más allá de los límites del Estado nación; también significaría una progresiva expropiación de la política. Este proceso de expropiación habría pasado inadvertido hasta que la Gran recesión puso de manifiesto la existencia de un nuevo statu quo. Un shock que supuso, por un lado, el descubrimiento de que la democracia estaba a merced de entidades superiores. Y por otro, que el nuevo orden abocaba al Estado nación a una obsolescencia prematura.
Sin embargo, lo que ha terminado prendiendo la mecha del motín europeo es que, no sólo este modelo disparatado no proporciona prosperidad y certidumbre, sino que además supone una injerencia intolerable en el espacio íntimo de las personas.
Esta nueva tecnocracia sin fronteras, en efecto, se muestra incompetente ante los grandes asuntos (la globalización, nos dicen, es una fuerza intratable que genera ganadores y perdedores, y punto), pero extremadamente diligente a la hora de imponernos nuevos usos y costumbres… e inventar nuevos impuestos.
Así, mientras la deslocalización, la inmigración masiva, la precariedad laboral y la incertidumbre material son problemas intratables, toda cuestión relacionada con el estilo de vida de las personas es sistemáticamente intervenida.

Ponga un lobby en su vida

Por si esto no fuera calamidad suficiente, al mismo tiempo que el individuo es expulsado de la política, los lobbies presentes en la UE alcanzan categoría de plaga: casi 12.000 entidades registradas en 2018. Lo que significa que decenas de miles de agentes acreditados deambulan alegremente por Bruselas, desenvolviéndose en sus vericuetos burocráticos como pez en el agua. ¿Cómo controlar a tanto agente concertando entrevistas? Sencillamente, no se puede.
No sólo son grandes corporaciones industriales, también la Prensa, las asociaciones profesionales y los gremios se han constituido en grupos de presión. Todos los que tienen posibles se han convertido en lobby, y han encontrado en las Agencias de Relaciones Públicas el vehículo perfecto para alcanzar, a golpe de talonario, una posición de privilegio, en perjuicio, claro está, del ciudadano corriente, que ni siquiera puede recurrir a un simple parlamentario sin que, en el mejor de los casos, termine despachándole un becario.
Ni qué decir tiene que estas “empresas de relaciones y contactos” se saben al pie de la letra el catecismo posmoderno y cumplen todos y cada uno de los mandamientos de la corrección política: exudan feminismo, ecologismo e igualdad a espuertas. No es que se lo crean a pies juntillas, simplemente piensan que les conviene porque es lo que se lleva en los ambientes políticos. Aunque alguna hay que ha chiflado por completo.
Pero, sobre todo, estas agencias son el corolario de un statu quo que ha logrado cerrarse sobre sí mismo. Son la quintaesencia de la confusión entre lo público y lo privado y la sublimación de las puertas giratorias. Es tal su virtuosismo que, gracias a ellas, por fin política y negocio son exactamente lo mismo.
Incorporan como consultores a exgobernantes y expolíticos, lo que refuerza su capacidad de persuasión por partida doble. Por un lado, porque se aprovechan de relaciones forjadas al calor de las instituciones públicas y pagadas por los contribuyentes. Y por otro, porque generan en sus interlocutores, los tecnócratas con los que negocian, expectativas de futuro. “Tal vez tengamos un puesto para ti mañana, querido, así que no te pongas melindroso”. ¿Recuerdan cuando muchos se preguntaban qué movía a Zapatero a arrastrarse a los pies de Maduro? Ahora ya saben la respuesta.

Retrotraer la política y evitar el desastre

Por si alguien aún no se ha percatado, vivimos tiempos prerrevolucionarios. Y va siendo hora de recordar aquel poema de Victor Hugo, en el que la cabeza cortada de Luis XVI reprocha a sus antepasados que hayan sido ellos quienes han construido, con su recalcitrante injusticia y latrocinio, la máquina que le ha decapitado.
Y es que decir que la política se ha extralimitado es quedarse muy corto. Sería mucho más exacto, aunque menos elegante, afirmar que se nos ha ido completamente de madre. Si se quiere evitar el desastre, la solución pasa por retrotraerla a su verdadero cometido. Ocurre que hacerlo supone generar nuevos perdedores, pero esta vez no serían los ciudadanos corrientes, sino una cifra nada despreciable de tecnócratas y expertos. Y, claro, no están por la labor de irse al paro, además, no tienen costumbre.
Tal vez su negativa a reclicarse tenga algo que ver con que, cuando nos advierten de que la democracia liberal de George Soros está en peligro, casi nadie se asuste; al contrario, muchos se sonríen y se dicen a sí mismos: “No soy de ningún lobby, no formo parte de grupo de presión alguno, tampoco pertenezco a ninguna identidad de las formalmente admitidas y subvencionadas. No hago otra cosa que trabajar, pagar impuestos, vivir al día y soportar todas las estupideces que se les ocurren, ¿de qué democracia me hablan?”
En efecto, como escribía en esta misma cabecera Dalmacio Negro, el 2019 promete ser un año divertido. Por mí parte, deseo que, pese a todo, sea un buen año.

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