Juan Rallo refuta la tesis de Javier Jorrín acerca del efecto de la reforma laboral sobre el empleo, mostrando la correcta interpretación de los datos y mostrando qué nos dice la evidencia empírica provisionalmente disponible al respecto.
Artículo de El Confidencial:
La ministra de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social, Magdalena Valerio. (EFE)
Publicó esta semana pasada mi compañero Javier Jorrín —uno de los más rigurosos periodistas económicos de este país— un artículo donde argumentaba que la reforma laboral no había contribuido a crear empleo pero sí a reducir salarios. Para apoyar su tesis, Javier mostraba, en primer lugar, que la relación entre crecimiento del PIB y horas trabajadas no había variado durante los últimos 30 años, ni antes ni después de la reforma laboral: es decir, que cuando nuestra economía crece crea tanto empleo ahora como lo hacía antes de la reforma (y a la inversa, que cuando decrece destruye tanto empleo como antes). En segundo lugar, que, a partir de 2012, las caídas del PIB conllevan una reducción relativamente mayor de la masa salarial (de modo que, si no hay una destrucción de empleo mayor, esa superior caída ha de ser imputable a menores salarios). Permítanme que ofrezca una interpretación distinta sobre estos datos.
Primero, la relación entre horas trabajadas y PIB solo nos indica cuánta producción extra se genera por hora adicionalmente trabajada (o cuánta producción se destruye por cada hora que dejamos de trabajar): es decir, es una medida de la evolución de la productividad por hora trabajada. Que la reforma laboral no haya cambiado la relación entre el PIB y el número de horas trabajadas solo nos indica que la reforma laboral no ha contribuido a incrementar la productividad de nuestra economía. Sin embargo, esa relación nada nos indica sobre si estamos creando más o menos empleo que antes.
Segundo, lo anterior no significa que la productividad no guarde ninguna relación con el nivel de empleo: si la productividad de algunas industrias cae y los salarios son demasiado rígidos a la baja, las empresas de esa industria acumularán pérdidas y, para contrarrestarlas, reducirán su demanda de horas de trabajo. Si, además, esa reducción en la demanda de horas de trabajo va asociada a unos altos costes de reajuste interno (como consecuencia de, por ejemplo, unos elevados costes de despido), entonces la descapitalización de las compañías en dificultades será todavía más intensa, debiendo reducir todavía más su demanda de horas de trabajo. Y si, además, existen efectos multiplicadores del gasto, la mayor destrucción de empleo en unos sectores de la economía se extenderá multiplicadamente sobre otros (en especial si esos otros sectores también carecen de flexibilidad salarial interna como para absorber el 'shock' de demanda que acaban de experimentar). Es decir, la falta de flexibilidad salarial dentro de las empresas puede implicar un ajuste innecesariamente gravoso de su demanda de horas de trabajo, esto es, puede implicar una reducción innecesariamente gravosa del nivel de empleo.
Tercero, una reducción excesivamente gravosa de las horas de trabajo termina provocando una contracción artificialmente intensa del PIB: menos trabajadores de los que podrían trabajar también implica un menor volumen de producción agregada. Es decir, empleo y PIB están codeterminados, por lo que no es acertado analizar su relación de manera unidireccional, a saber, únicamente desde el PIB al empleo, como si el PIB fuera una variable exógena e independiente del volumen de empleo que alcanza una economía.
Y cuarto, si la relación entre PIB y empleo no cambia, que la masa salarial se reduzca más que antes para una misma reducción del PIB (y que también aumente más que antes para un mismo aumento del PIB) lo que pone de manifiesto —como señala Javier— es que los salarios se han vuelto más sensibles ante las alteraciones del nivel de actividad: es decir, que caen más cuando la economía decrece y que suben más cuando la economía crece. Esto es, lo que pone de manifiesto es que la flexibilidad salarial ha aumentado en España.
En suma, aunque la reforma laboral no haya conseguido crear más PIB por unidad de empleo generada (es decir, aunque no haya conseguido incrementar la productividad del empleo), sí puede haber contribuido a flexibilizar los salarios y, gracias a ello, a minimizar la caída del PIB (y del empleo). ¿Lo ha hecho? Para saberlo, debemos tratar de estimar cuál ha sido el efecto de la reforma laboral sobre los salarios y, a través de ellos, sobre la demanda empresarial de horas de trabajo. Es decir, debemos construir, y verificar, un modelo más amplio que la mera correlación entre variaciones del PIB y de las horas trabajadas. Y, como ya recogimos en su momento, la evidencia empírica provisionalmente disponible sí pone de relieve que la reforma laboral ha jugado un papel fundamental a la hora de minimizar la destrucción de empleo: en particular, gracias a la aprobación de la reforma en 2012, se habría evitado la destrucción de 900.000 empleos (y, a su vez, si la reforma se hubiese aprobado en 2008, se habrían salvado dos millones de puestos de trabajo).
En suma, la reforma laboral no ha solventado todos los problemas que aquejan a la economía española. De hecho, sus efectos en algunos de ellos, como la dualidad laboral, han sido visiblemente modestos (aunque no nulos). Pero con la evidencia de que disponemos, no puede concluirse que la reforma no haya tenido efectos positivos sobre el volumen de empleo: más bien todo lo contrario.
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