miércoles, 12 de diciembre de 2018

No, Podemos no puede y no podrá

Luís I. Gómez analiza la imposibilidad de poner en práctica el modelo socialista de Podemos (de planficación centralizada y medidas políticas traducidas en coerción) y sus causas. 
Artículo de Disidentia:
El tiempo es un juez implacable. Meses, años han pasado ya desde la irrupción del podemismo en la vida política española y todo parece indicar que el carisma y las promesas unicorniales de “justicia social” (el famoso café para todos de otros tiempos) ya no son suficientes para mantener al electorado embelesado y dispuesto. El discurso de Iglesias, Echenique o Monedero se radicaliza poco a poco, presas del miedo al fracaso político que se les avecina. La última ha sido un llamamiento al acoso -ya saben, la violencia no consiste únicamente en pegar unos tortazos- de los que ellos dicen que son unos fascistas. Asistimos a la rabieta del impotente. Estaba cantado. Es muy peligroso.
La vacuna “Podemos” va haciendo efecto porque nada mejor para combatir el populismo socialista arbitrario que la arbitrariedad del populismo. Los populismos, todos, alcanzan el poder apoyados en el marasmo temporal de las masas enfurecidas contra alguien o contra algo.
El populismo no ofrece soluciones de futuro (ni de presente) pues lo único que necesita para llegar al poder es un sistema mayoritarista de alternancia (no lo voy a llamar democrático, el nuestro no lo es) con uno o varios enemigos a los que señalar con el dedo: los bancos, la casta, los ricos, los propietarios de más de un  piso, los explotadores de la asociación de PYMES, los autónomos, los conductores de coches … Enemigos porque comparten dos características fundamentales: piensan diferente y tienen lo que las masas enfurecidas no tienen. Una vez en el poder, las políticas que los populistas aplican no van nunca más allá del accionismo en función de lo que se envidia (propiedad) y lo que se teme (ideas diferentes), limitándose a la expropiación (robo) y la marginación del diferente de manera sistemática.
Nos contaba Nietzsche en su “Economy and Society que “El socialismo es el fantástico hermano menor del casi decrépito despotismo, del que quiere ser heredero; sus aspiraciones son reaccionarias en el sentido más profundo de la palabra.” Y acertaba de pleno. Le faltó añadir que, para que las opciones políticas despóticas alcancen el poder, son necesarias o la violencia o la pereza de una mayoría.
Quien renuncia al ejercicio de su responsabilidad pierde buena parte de su libertad. Unos lo hacen por miedo a no saber administrar su libertad, porque prefieren la comodidad que disfrutan bajo la marca “Estado social de bienestar”. No se dan cuenta del veneno escondido en las entrañas del caramelo estatal porque antes de percatarse de lo que supone la pérdida de libertades individuales su voluntad de ser libres ya estaba atrofiada. Para otros en cambio, esa voluntad está viva, yo diría que es exuberante y nos obliga a rebelarnos contra la marca “Estado social”, nos impide aceptar callados cualquier recorte en nuestra libertad. Al final, pero, terminamos perdiendo esas parcelas de libertad en contra de nuestra voluntad, sumidos por ley en la sopa colectiva.
El “Estado social de bienestar” propuesto por los podemitas y socialistas de todos los colores institucionaliza, da carta de “existencia” a la imagen del hombre incapaz de resolver por sí mismo las dificultades que plantea la vida cotidianaincapaz de actuar desde su propia responsabilidad. Se alimenta de nuestra cobarde connivencia, de la complacencia con que aceptamos como bueno un sistema de seguridades público, regulado y obligatorio.
Proteger al débil, dicen. Y no duda en presentárnoslo como una bendición, un logro en el camino hacia la felicidad de los humanos. El problema es que para ello nos convierte a TODOS en débiles, incapaces, en irresponsables subsidiarios o en supuestos irresponsables. El precio a pagar es altísimo: trabajamos medio año, todos los años, para mantener el enjambre de burócratas y políticos que viven de diseñar nuestro infortunio primero, nuestra “salvación” después. El precio es más de la mitad de lo que generamos con nuestro esfuerzo y nuestro trabajo. ¡De nuestra propiedad!
Resulta que la propiedad privada es algo más que el agua bendita de la economía de mercado. No basta con dos isopazos para alcanzar perdones o beneficios. Es el elixir vital sin el cual no surge la chispa iniciadora, sin el que nada funciona. La propiedad sobre uno mismo y sus logros es la que nos permite tomar consciencia de la responsabilidad que se necesita para ejercer con ella nuestra libertad.
Pero en esta Europa de políticas socialistas disfrazadas de sociales la meta es anular precisamente esta idea. Tengo malas noticias: las ideas socialistas no son erradicables. No tienen cura, pues son inmortales, como inmortal es la lacra de la pereza, base irrenunciable para que cualquier idea sea atractiva en nombre de la “felicidad de todos”. La pereza y la enajenación, la renuncia a la propia responsabilidad, que son en definitiva el humus en el que crecen los igualitarismos, la envidia disfrazada de “discriminación positiva” y “justicia social”, verdadera razón de ser de toda ideología colectivista: el totalitarismo por medio del favoritismo subvencionado. Por eso los colectivistas, una vez entregada su responsabilidad atrofiada en manos del Estado, sólo pueden vivir en un Estado que les proteja, libre de sobresaltos y alejado de cualquier factor -alternancia política, por ejemplo- que pueda desestabilizar el limbo soñado.
Para Mises, la idea socialista implica un “error intelectual”. Es obvio que es imposible en la práctica organizar una sociedad por la fuerza, ya que es imposible que el órgano de control tenga toda la “información de primera mano” necesaria. Las soluciones de los socialismos reales siempre han sido la opresión y la hipervigilancia ideológica de sus “planificados”. A pesar de que el organismo planificador es consciente de que no puede conocer los efectos reales de lo planificado, realiza una apreciación económica o matemática del mismo. La mala gestión de todos los intentos históricos de llevar con éxito a la práctica una economía planificada en tales términos queda manifestada en la historia de fracasos de todos esos países.
Los razonamientos de Mises se basan en la lógica de la acción humana, lo que está sucediendo en los procesos reales sociales, interpersonales, dinámicos y espontáneos y, por lo tanto, fundamentalmente diferente de las pretensiones socialistas de una lógica, o teoría de la acción mecánica, construida sobre un algo “que todo lo sabe”. Los procesos sociales tales como el mercado no se pueden planificar, tal y como dejó claro Friedrich August von Hayek más tarde al definir su “orden espontáneo“.
El socialismo podemita es impracticable. Lo es porque cualquier ideología que pretenda planificar los procesos sociales o influenciar éstos mediante medidas políticas traducidas en coerción, anula cualquier posibilidad de crecimiento y progreso: elimina la creatividad motriz. Todo sistema socialista va contra la naturaleza humana y es extremadamente antisocial. Cualquiera que esté familiarizado con la historia de los países que intentaron poner en práctica sistemas de planificación del trabajo y los mercados a través de la coacción y la violencia, estará de acuerdo con ello.

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