domingo, 23 de diciembre de 2018

Lo que esconde el discurso feminista de que la desigualdad es la causa de los asesinatos

Elentir expone lo que esconde el discurso feminista de que la desigualdad es la causa de los asesinatos. 
Artículo de Contando Estrelas:
“Lo que mata es la desigualdad que permite pensar que las mujeres somos solo un cuerpo disponible”. Ésta es la conclusión que ha lanzado hoy la periodista Pepa Bueno en la Cadena SER.
Nos proponen una utopía por la que debemos sacrificar derechos fundamentales
Su afirmación se refiere al asesinato de Laura Luelmo en Huelva, pero es tan generalizadora que podría aplicarse a cualquier crimen cometido por un hombre contra una mujer. El mensaje subyacente es que el culpable no es tanto el asesino como la sociedad en la que ha sido educado, por no ser igualitaria. Según esta forma de pensar, el asesino no deja de ser un simple producto de esa sociedad. De esa interpretación puramente ideológica sólo cabe deducir una conclusión lógica: en consecuencia, en una sociedad igualitaria no habría asesinatos de mujeres. Pura utopía, y como toda utopía es muy peligrosa porque promete algo radicalmente falso a cambio de un precio intolerable. En este caso es la falsa promesa de un modelo de sociedad en el que el mal no tenga cabida, una meta tan deseable que algunos reclaman que sacrifiquemos ciertos derechos individuales para alcanzarla, por ejemplo, el derecho a la presunción de inocencia (hay que creer a las mujeres sí o sí, como dice alguna), la igualdad ante la ley (bajo la idea de que las mujeres están oprimidas y deben recibir un trato más favorable del Estado), la libertad de educación (con la premisa de que hay que educar a los niños en esas tesis feministas para que no maten) e incluso el pluralismo ideológico (hoy mismo algunos canallas están acusando del citado crimen a los que criticamos una ley que viola la igualdad legal de hombres y mujeres).
Es el mismo discurso que ya lanzó hace muchos años el comunismo
No es la primera vez que la izquierda política se apunta a ese discurso tan utópico como tramposo. Hace muchos años los comunistas formularon ese mismo discurso de que los problemas sociales, incluso los crímenes, eran fruto de la desigualdad generada por la propiedad privada, y por tanto algo propio de la sociedad burguesa y capitalista. Esa propiedad sería la causa de la envidia o del resentimiento que lleva a alguien a apropiarse de lo que otros tienen y a uno se le niega. En consecuencia, para abolir los crímenes había que abolir el derecho a la propiedad. Prometían una meta irrealizable a cambio del “módico” precio de renunciar a un derecho humano. Así es como se instaura un régimen totalitario, que es el camino al que están llevándonos algunos que, casualmente, comparten las tesis ideológicas del marxismo.
El código penal soviético castigaba más al discrepante que al criminal
Sobre esa utopía se creó una forma de entender el Derecho penal que acabaría degenerando en una horrenda maquinaria represiva. El Derecho penal soviético estableció dos grandes tipos de delitos: los delitos contra el Estado y los delitos comunes. Para la URSS los delitos contra el Estado eran los más graves y peligrosos y los castigados con mayor severidad, ya que se consideraba que sus autores pretendían impedir a la sociedad alcanzar esa utópica igualdad. Los delitos contra el Estado eran en gran medida delitos políticos: por ejemplo, discrepar del partido u oponerte a una requisa de tus bienes se castigaba con la pena de muerte o el Gulag.Estos tipos de delitos podían ser perseguidos extrajudicialmente (mediante policías políticas como la Cheka, más tarde convertida en el NKVD y más adelante el KGB). La URSS acabó asesinando a millones de personas porque estorbaban al comunismo para alcanzar esa meta utópica.
Por el contrario, los delitos comunes eran considerados frutos de meras desviaciones sociales o de trastornos mentales, de forma que sus autores serían reinsertables mediante un proceso de reeducación o mediante un tratamiento psiquiátrico. Para este tipo de delitos no se contemplaba la pena de muerte. En su estudio “El Derecho Penal Soviético”, José Manuel del Río señala: “la cárcel era un paraíso para los reclusos de derecho común pero un infierno para los presos por razones políticas”. Esta curiosa forma de tratar a los criminales mejor que a los disidentes se derivaba de la propia concepción marxista de la ética, una concepción materialista que no concibe la existencia del bien y el mal y que no admite la existencia del libre albedrío, al entender -según Marx- que los hombres están predeterminados por sus circunstancias. Eso explica que, a día de hoy, muchos izquierdistas insistan más en la necesidad de reeducar -es decir, adoctrinar- a toda la sociedad que en la necesidad de castigar con más dureza a los criminales, que es como se disuade a los potenciales delincuentes y como se protege a la gente de los asesinos. Muchos izquierdistas siguen creyendo, igual que los comunistas, que si hay crímenes es porque vivimos en una sociedad capitalista en la que reina la desigualdad. Y como fanáticos que son, no están dispuestos a permitir que la realidad les haga cambiar de idea.
Están engañando a la gente: no hay sociedades perfectas y sin crímenes
Por supuesto, la visión marxista de la sociedad está totalmente equivocada. Una buena reflexión al respecto la enunciaba el personaje de un comisario político, Danilov, en la película “Enemigo a las puertas” (2001), tras saber que la mujer a la que ama está enamorada de otro: El hombre nunca cambiará. Nos hemos esforzado tanto en construir una sociedad equitativa donde no hubiera nada que envidiar al vecino… Pero siempre hay algo que envidiar. Una sonrisa, una amistad, algo que no tenemos y de lo que queremos apropiarnos. En este mundo, incluso en el soviético, siempre habrá ricos y pobres, gente con esperanza y desesperados, ricos en amor y pobres en amor… El comunismo defendía una concepción totalmente irreal del ser humano, como si un determinado ordenamiento político pudiese alcanzar una sociedad perfecta. Pero no es así. La imperfección está ligada a la naturaleza humana. En toda sociedad ha habido crímenes y los va a seguir habiendo. Por mucho que nos guste soñar con una sociedad perfecta en la que todos se amen y se lleven bien, hagamos lo que hagamos va a seguir habiendo robos, asesinatos, violaciones y otros crímenes.Lo que podemos hacer ante ese mal es combatirlo cuando surge, castigar al criminal y proteger a la sociedad en la medida de lo posible, pero no hay ninguna sociedad 100% segura ni la va a haber. Ni siquiera los regímenes totalitarios lograron erradicar el crimen, al contrario: acabaron convirtiendo al Estado en una banda criminal dedicada a aterrorizar a toda la población.
La utopía se ha convertido en su negocio y eso es lo que de verdad les importa
Quienes afirman que la sociedad tiene la culpa de esos delitos y señalan a todos los hombres cuando una mujer es asesinada, parecen menos preocupados por hacer pagar al culpable que por sacar tajada política del crimen. Diré más: en algunos casos parecen haberse dado cuenta de que un crimen horrendo como el asesinato de Laura Luelmo hace que la gente deteste al asesino, que se dé cuenta de que el mal existe y de que hay personas malas, por mucho que nos esforcemos en que esto no ocurra. Por eso en casos así entre algunos izquierdistas la verdadera preocupación no son las víctimas, sino que se caigan en pedazos sus mitos ideológicos, tal vez porque esos mitos ideológicos se han convertido en un gran negocio que se alimenta con nuestros impuestos. Si no logran convencernos de que todos los hombres somos culpables, de que hay una guerra entre hombres y mujeres, ¿de qué van a vivir tantas asociaciones feministas que se alimentan de las subvenciones? Al final, la utopía se ha convertido en un negocio que se basa en engañar a la gente para vivir a su costa. Algunos saben perfectamente que nunca habrá una sociedad sin crímenes, pero insisten en alimentar ese mito porque se ha convertido en su modo de vida. Reconocer el error les obligaría a buscarse el pan en un trabajo honrado. Lo más indignante es que muchos de esos recursos públicos se podrían estar invirtiendo en más y mejores medios policiales para combatir el crimen. Es realmente asqueroso saber que en vez de dedicarlos a ese fin, se desvían para que unos charlatanes sigan viviendo del cuento.

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