Jorge Vilches analiza la situación en Cataluña, la estrategia de los golpistas y la política del gobierno al respecto.
Artículo de Voz Pópuli:
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez EFE
La estrategia de los independentistas es dar una visibilidad creciente al conflicto, desplegar una violencia estructural, de esas que se palpan en el ambiente, para mostrar la continuidad del desencaje nacionalista. Es sencillo: si un problema no se evidencia, no hay motivo para resolverlo.
Los CDR, y su versión terrorista, los GAAR (Grups Autònoms d’Accions Ràpides), junto a las juventudes de Arran, han tomado las técnicas internacionales de los grupos antifascistas. Los objetivos de sus acciones violentas son las personas, las instituciones y las comunicaciones.
La identificación de individuos no ganados para la causa del independentismo, en un auténtico servicio de información y seguimiento, sirve para acorralar a los disidentes y castigar al opositor. Estos grupos marcan sus viviendas y propiedades, en pogromos posmodernos, útiles para la intimidación y la marginación en su entorno por miedo, y conseguir, si es posible, que dejen el territorio. Ya ocurrió en el País Vasco.
La persecución que han sufrido los cargos y afiliados de PP y Ciudadanos, así como fiscales y jueces, en especial Llarena, es una muestra. Lo mismo se hizo con la Policía Nacional y la Guardia Civil que se alojó allí en octubre de 2017 o que vive en Cataluña. Otro tanto pasa con personas más o menos anónimas de otras profesiones, señaladamente en la Universidad.
Estos grupos a los que alienta Torra son auténticos especialistas en causar daños estratégicos y obtener una amplia repercusión mediática. Es una máxima trotskista para acogotar al poder sin desgaste: cortar el transporte, la electricidad y las comunicaciones, algo especialmente sensible en una sociedad tecnificada como la nuestra.
A esto se van a dedicar los GAAR, cuya organización es tan descentralizada que es incontrolable y la infiltración no es eficaz. Conocen bien el protocolo policial y lo burlan. Lo que está ocurriendo en París, donde los “chalecos amarillos” han sido desbordados finalmente por grupos antifascistas, es su expresión más evidente.
El vínculo con el terrorismo no debe sorprender, sino todo lo contrario. Terra Lliure, y anteriormente el terrorista Ejército Popular Catalán, creado por Batista i Roca, se forjaron a imitación de ETA, que adiestró a alguno de sus miembros en 1978. La mitificación del terrorismo -triste es decirlo- se está produciendo abiertamente en esta izquierda revolucionaria, este nacionalbochevismo que campa a sus anchas por Cataluña, como solución legítima para luchar contra el “fascismo” y lograr la independencia.
La glorificación de la vía eslovena para el “problema catalán” realizada por Torra encaja perfectamente con su exaltación del Estat Catalá de los años 30, los hermanos Dencàs y los planes de independencia de aquel movimiento intrínsecamente fascista. Unos pocos muertos parecían necesarios en 1934 para conseguir la República paradisíaca. No en vano todos se presentaban como mártires, hasta el momento en que otro catalán, Batet, hizo sonar el cañón, y la alcantarilla se quedó pequeña.
Hoy, la mano armada de un movimiento así, como desveló en su día la Guardia Civil, la querían en los Mossos, un cuerpo de 17.000 efectivos. Por eso, cuando en Tarrasa o Gerona, la pasada semana, el 6 de diciembre, la policía autonómica cumplió con su trabajo y repelió un intento de ataque de los grupos antifascistas, Torra quiso que se hiciera una purga entre los Mossos. La represión de la violencia estructural desatada por los CDR y derivados es un obstáculo a su estrategia de visibilizar el conflicto.
La carta de Marlaska desvelaba una pequeña amenaza del Gobierno a la deriva insurreccional del separatismo. Ahora bien, me temo lo peor. Si se aplica el artículo 24 de la Ley de Seguridad Nacional, no basta con apaciguar Cataluña el tiempo justo para que Pedro Sánchez se pasee por Barcelona.
Del mismo modo, la aplicación del artículo 155 ha quedado bloqueada de momento. Las peticiones constantes del PP y Cs para que se ponga ya en marcha contravienen el sentido de este Gobierno: tener la iniciativa política desde La Moncloa y sostenerse con el apoyo parlamentario de golpistas y populistas. Aceptar la propuesta de populares y centristas es vista como una derrota moral por un Sánchez convertido en epítome de la soberbia y la irresponsabilidad.
Además, ahora PP y Ciudadanos vinculan el 155 a que el presidente convoque elecciones, que es lo mismo que anunciar la imposibilidad de que salga adelante. El motivo es que los sanchistas no quieren ir a las urnas hasta el último momento, cuando ya quede la última gota de oxígeno, con la esperanza de que ocurra algo que les permita ganar. Nadie se cree las cifras de Tezanos, y menos los socialistas.
Esa debilidad del conjunto, la falta de sentido de Estado y de responsabilidad, incluso de contundencia y perspectiva, de supervivencia del espíritu democrático, será aprovechada por los violentos. Ya está pasando en París.
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