Juan Rallo analiza el "estrangulamiento" de las clases medias en los países desarrollados (centrándose en el caso de España), a raíz del reciente informe de la OCDE, mostrando la aproximación más exacta del hecho (para ver si hay una justificación del malestar ciudadano), los motivos por los que está costando más entrar en la denominada clase media y la solución al problema (que no está en la socialdemocracia, como se está viendo de manera manifiesta).
Artículo de El Confidencial:
Foto: Edu Lauton. (Unsplash)
La clase media en los países desarrollados está angustiada. Según se nos dice, y muchos sufren en sus propias carnes, la sociedad se está polarizando: cada vez los ricos son más ricos y los pobres, más pobres, lo que provoca el estrangulamiento de las capas intermedias. Hace unos días, de hecho, la OCDE publicó un informe titulado 'Under Pressure: The Squeezed Middle Class' (pueden encontrar un exhaustivo resumen aquí), en el que constata que, en efecto, la clase media occidental está retrocediendo y donde, sobre todo, trata de desentrañar las causas de este fenómeno.
Empecemos por las definiciones: el presente informe de la OCDE entiende por clase media a hogares con rentas entre el 75% y el 200% de los ingresos medianos del país. En el caso de España, un hogar unifamiliar sería clase media si ingresa —después de impuestos y transferencias— entre 11.400 y 30.400 euros anuales; una pareja con dos hijos sería clase media si ingresa entre 22.800 y 60.800 euros anuales. Así las cosas, ¿es cierto que las clases medias están menguando?
Sí, pero no de un modo tan alarmante como en ocasiones se plantea: en los años ochenta, la clase media abarcaba el 64% de los hogares de la OCDE; hoy, el 61%. Además, de esos tres puntos porcentuales de retroceso, solo dos son verdaderamente preocupantes (los que aumentan el peso de los pobres y de las rentas bajas), pues el otro se corresponde con un incremento de la presencia de rentas altas (hay ahora un mayor porcentaje de hogares ricos que en los ochenta). En el caso concreto de España, la situación es ligeramente peor: el peso de la clase media ha descendido en cuatro puntos porcentuales.
Tan modesta reducción del peso de la clase media difícilmente permite explicar el malestar de muchos ciudadanos occidentales respecto a su situación económica, por lo que acaso debamos combinarlo con otro dato más significativo: a cada nueva generación le está costando más dar el salto a la categoría de clase media. En los años ochenta, el 66% de los jóvenes era de clase media; hoy solo el 58% (por el contrario, solo el 46% de los ancianos en los años ochenta era clase media, frente al 58% actual).
La cuestión, claro, es por qué está sucediendo esto: a qué se debe que cada vez cueste más entrar en la categoría de clase media. Una primera respuesta tentativa es que el Estado redistribuye hoy mucha menos renta que antaño: si en el pasado los gobiernos arrebataban más dinero a los ricos y se lo transferían en mayor medida a las clases medias que ahora, es lógico que estas estén marchitándose. Pero lo cierto es que, entre 2007 y 2015, las transferencias sociales netas dentro de la OCDE han aumentado (también en España).
Es más, en nuestro país, el saldo fiscal de la clase media es de los más positivos dentro de la OCDE: esto es, la clase media recibe en forma de transferencias algo más de los impuestos que abona, mientras que en la OCDE este saldo es cercano a cero.
Y si lo que ha lastrado a las clases medias no han sido las menores transferencias estatales, ¿entonces qué está pasando? En esencia, dos cosas: primero, cada vez resulta más costoso, en términos de formación y habilidades, llegar a ser clase media; segundo, uno de los gastos básicos de la clase media —la vivienda— se está disparando de precio.
En cuanto a lo primero, mientras que durante los noventa la clase media estaba compuesta en un 40% por trabajadores con un grado de habilidad medio (dependientes, artesanos, operadores de maquinaria…), hoy ese porcentaje roza el 30%; en cambio, más del 45% de las clases medias posee un grado de cualificación alto (profesionales y técnicos). Cada vez, pues, se exige más para ser clase media. No en vano, estamos viviendo un cambio tecnológico sesgado hacia el personal cualificado, de manera que, para seguir siendo productivas en el mercado, las nuevas generaciones necesitan adquirir nuevas y más complejas habilidades que sus padres. Y quienes no las adquieren se enfrentan a una mayor probabilidad de quedarse descolgados (como podía quedarse descolgado un analfabeto a mediados de los ochenta).
En cuanto a lo segundo: incluso aquellas personas que llegan a integrar la clase media se enfrentan a un coste expansivo a la hora de adquirir (o alquilar) una vivienda. Por ejemplo, el coste medio de comprar un piso de 60 metros cuadrados en una gran ciudad ha pasado de representar 6,8 años de renta para una pareja mediana con dos niños a suponer 10,2 años de sus ingresos. La vivienda es, de hecho, la partida de los presupuestos familiares que más se ha encarecido desde 1995, absorbiendo buena parte del crecimiento de sus rentas. De este modo, si en 1995 la clase media dedicaba el 25% de sus ingresos a costear la vivienda, hoy es el 32% (dando adicionalmente lugar a problemas de sobreendeudamiento privado).
En definitiva, las clases medias —y, muy en especial, las nuevas generaciones— se están tambaleando no porque el Estado redistribuya menos renta hacia ellas, sino por problemas en el mercado laboral (inadecuada cualificación que dificulta la empleabilidad) y en el mercado inmobiliario (aumento de precios de la vivienda que engulle una porción creciente de su renta disponible). En el caso particular de España, cabría añadir un problema adicional dentro del mercado laboral: la perversa dualidad entre indefinidos y temporales que dificulta la incorporación de los jóvenes a empleos estables. ¿Cómo lograr un reflorecimiento de la clase media? Afortunadamente, el liberalismo cuenta con respuestas muy razonables para los problemas anteriores: liberalizar la educación (para que esta pueda adaptarse dinámicamente a las nuevas tecnologías); liberalizar el mercado laboral (para eliminar el paro estructural y la precariedad entre los jóvenes), y liberalizar el mercado inmobiliario (para incrementar la oferta de vivienda y abaratar su precio).
En contra de lo que algunos parecen opinar, esta no es la hora de la socialdemocracia sino la del liberalismo.
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