Juan R. Rallo desmonta la tesis y discurso de Pedro Sánchez (PSOE) sobre la desigualdad en España tanto en el fondo, como en la forma, como en la ejecución (cómo reducirla), mostrando cómo la instrumentaliza electoralmente para llevar a cabo su finalidad política.
Artículo de El Confidencial:
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters)
La principal consigna económica que ha repetido Pedro Sánchez en los dos debates electorales ha sido esa de que “la desigualdad es el mayor desafío al que se enfrenta la economía española”, aderezándola, además, con los consabidos tintes dramáticos de que el PP ha llevado los índices de desigualdad españoles a máximos históricos. La insistencia no es casual, puesto que pone de manifiesto el eje ideológico-programático que piensa seguir el PSOE de Pedro Sánchez: incrementar el tamaño del Estado (subidas masivas de impuestos y subsiguientes aumentos del gasto) con el publicitado objetivo de combatir las crecientes desigualdades de nuestro país. El eslogan socialista tiene, sin embargo, tres problemas: uno de fondo, uno de forma y otro de ejecución.
En cuanto al fondo: el principal problema económico al que se enfrenta España no es la desigualdad sino la pobreza. Es decir, el desempleo y el subempleo; los salarios estancados; el sobreendeudamiento familiar; la obsolescencia del capital humano en relación con las necesidades del mercado; el encarecimiento de los alquileres y del restante coste de la vida, etc. Todos ellos son factores que empobrecen a los españoles y, sobre todo, que mantienen en la pobreza a una parte de los ciudadanos, pero no son factores que necesariamente generen desigualdad.
Si ese empobrecimiento fuera generalizado —esto es, si afectara a toda la población o a prácticamente toda la población—, no necesariamente aumentaría la desigualdad: eso es lo que sucede, por ejemplo, con las guerras o con las epidemias, las cuales devastan a toda la sociedad pero, al hacerlo, aumentan la igualdad. 'A contrario sensu', los factores anteriores podrían evolucionar a mejor (más empleo; salarios crecientes; coste de la vida decreciente…), de tal manera que el conjunto de los ciudadanos se enriqueciera, pero ese enriquecimiento podría a su vez distribuirse de manera desigualitaria (de modo que unos se enriquecerían más que otros). En suma, lo fundamental desde un punto de vista económico y social es reducir la pobreza. Puede que la desigualdad también constituya un desafío a afrontar, pero en todo caso será un desafío de importancia subordinada al de la pobreza.
En ocasiones, sin embargo, reducir la pobreza también contribuye a disminuir la desigualdad (si, por ejemplo, los pobres se enriquecen relativamente más que los ricos), pero incluso en tales casos lo prioritario seguirá siendo minorar la pobreza y solo subordinadamente la desigualdad. Por fortuna, en la historia reciente de España, la reducción de la pobreza ha estado ligada a la reducción de la desigualdad y, asimismo, el aumento de la pobreza ha estado vinculado a aumentos de la desigualdad. Durante los años de fuerte crisis económica (2008-2014), la desigualdad aumentó (el índice Gini creció); durante los años de recuperación (a partir de 2015), la desigualdad ha empezado a caer (el índice Gini disminuye).
Fuente: Eurostat
De ahí, por cierto, que Sánchez haya exagerado en su forma de alertar sobre el desafío que supone la desigualdad en España: antes de su llegada al Gobierno, la desigualdad ya se estaba reduciendo conforme se ha ido creando empleo. Es más, ni siquiera desde un punto de vista histórico la evolución que ha seguido la desigualdad en España resulta especialmente dramática: España es el único país europeo (junto con Noruega) donde, a lo largo de las últimas cuatro décadas, los ingresos del 40% más pobre de la sociedad han crecido por encima de la media (y, por tanto, donde las desigualdades se han reducido).
Fuente: Blanchet, Chancel y Gethin.
Y, por último, la retórica igualitarista de Sánchez no solo falla en el fondo y en las formas, sino también en la ejecución. El programa económico socialista está repleto de medidas regresivas que no contribuyen a reducir la desigualdad sino a aumentarla. En particular: aumento generalizado de las pensiones (los pensionistas son en términos medios el colectivo que ha mantenido su poder adquisitivo durante la crisis, de modo que aumentar sus ingresos a costa del resto de la población aumenta la desigualdad); incremento del salario mínimo y de las regulaciones laborales (que contribuyen a destruir empleo y por tanto a aumentar la desigualdad); aumentar los ingresos de los empleados públicos (al hallarse estos en la parte alta de la distribución de la renta, concentrar más renta en sus manos hace crecer la desigualdad); converger hacia el promedio de recaudación de la Unión Europea (lo que supone introducir figuras fiscales más regresivas dentro del sistema fiscal español), o la gratuidad del primer año de las matrículas universitarias (que supone transferir ingresos del conjunto de los contribuyentes no solo a los hijos de familias pobres sino también de familias de renta alta).
En definitiva, ni el principal problema de España es la desigualdad, ni la desigualdad se halla ahora mismo en niveles alarmantes e históricamente elevados ni el conjunto del programa del PSOE es coherente con el presunto objetivo de combatir la desigualdad. El discurso igualitarista del PSOE es, en realidad, pura fachada para cebar el tamaño del Estado a costa de la sociedad civil: más poder para los políticos, menos para los ciudadanos.
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