Luís I. Gómez sobre la "red estatal de subversión en todos los ámbitos claves de la vida social actual construida desde el poder político y cimentada en la selectiva comunicación de “verdades” a través de unos mass media entregados al poder" y cuyo pilar básico es el monopolio de la educación estatal.
Artículo de Desde el Exilio:
Si algo bueno tiene estar en casa, convaleciente y con tiempo por delante, es poder dedicarse al placer de la lectura. Hace unos días caía en mis manos una obrita (ensayo) de Albert Wieland, filósofo suizo contemporáneo, con el llamativo título “Moral como voluntad de Poder; ¿será nuestra democracia totalitaria?“. Sin duda adolece el ensayo de un exceso de nacionalismo germano que no comparto en absoluto, pero algunas de sus tesis son definitivamente ciertas y trasladables a la realidad de muchos otros países europeos, España entre ellos.
Quien tiene el poder sobre la juventud, tiene todo el poder. Si me ha gustado el ensayo es por su magnífica descripción de la red estatal de subversión en todos los ámbitos claves de la vida social actual, construida desde el poder político y cimentada en la selectiva comunicación de “verdades” a través de unos mass media entregados al poder: la interpretación infalible de la realidad es su objetivo y razón de ser. Al mismo tiempo, el monopolio de la educación, asegurado vía legislación educativa, garantiza que todos aprendamos desde pequeños cómo debe pensar y actuar el ciudadano de mañana. El verdadero valor añadido de la obligatoriedad, universalidad y gratuidad (falsa) de la escuela es el de minimizar la tabla de alternativas sociales y la resistencia ideológica de la manera más temprana posible.
Los impactos negativos del indebidamente monopolizado sistema escolar toman forma, por ejemplo, en la escasez de trabajadores cualificados para la economía real: muy pocos estudiantes alcanzan hoy un diploma que les de una formación profesional viable. Wieland reconoce que la educación ya no es de diseño abierto, no fomenta el desarrollo de las facultades de los alumnos. Los programas escolares están preñados por el “proyecto integrado” propuesto (impuesto) por la clase política dominante. Al final, la ideologización de las escuelas genera un sistema escolar en el que ya no es la calidad de los conceptos pedagógicos la que marca las pautas. Lo que verdaderamente importa es “qué grupo tiene el poder de suprimir los intereses educativos de otros grupos sociales e imponer los propios.”
Las escuelas estatales, así como la mayoría de las no estatales, se caracterizan por una relevante estructura de poder e incorporan en su mayoría instituciones autoritarias: El profesor da instrucciones, y el estudiante debe subordinarse. Los actos de los estudiantes están sujetos a una fuerte regulación. Aunque los niños son naturalmente vivaces e inquietos, se ven obligados a quedarse quietos durante muchas horas todos los días. A las limitaciones en la movilidad física se unen aquellas encaminadas a limitar la movilidad intelectual: los niños son indoctrinados en lo que es bueno, y lo que es malo: aprenden a obedecer. Doce años de condicionamiento en la negación del espíritu crítico y la estigmatización de la rebeldía.
Los niños son curiosos por naturaleza y aprender todo tipo de cosas sin que nadie les obligue. En las escuelas convencionales los niños y jóvenes se ven obligados a aprender cosas que otras personas les inculcan y que ellos probablemente no consideran importantes en ese momento. A los estudiantes no sólo se les dice lo que deben aprender, sino también cómo deben aprenden, en qué momento han de hacerlo y de qué personas.
Y estas son las razones por las que hoy en día, defender las sociedades libres, la libre iniciativa, el libre comercio o la responsabilidad individual, es una labor de locos utopistas. Nuestros hijos no aprenden que las sociedades son dinámicas y que son los individuos quienes determinan esa dinámica. Se les presenta un modelo social “bueno”, perfecto y deseable, el único deseable. Nuestros hijos no aprenden que son su voluntad y sus actos los que determinan mayormente el éxito o el fracaso de sus afanes. Papá estado ya se encarga de todo.
El derecho de los padres a educar a sus hijos es universal y al mismo tiempo una obligación no delegable. Ya existía cuando no había “estado”, pero sí padres. Sólo los padres pueden determinar el contenido y el objetivo de la educación de sus hijos (lo que representa sólo una parte de su patria potestad). Que exista una “misión educativa estatal” es completamente absurdo e imposible, y además reprobable cuando esa “misión educativa estatal” imposibilita de raíz estilos de vida alternativos al dictado del estado, o formas educativas perseguidas por el mismo, como los homeschoolers.
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