Juan Pina responde al ridículo e insultante artículo de Juan Carlos Monedero la respecto de la encarcelación del opositor venezolano Leopoldo López.
Artículo de Voz Pópuli:
Si no fuera tan insultante y tan ofensivo, resultaría risible el artículo que publicó el pasado día 12 de septiembre Juan Carlos Monedero. Lo sería porque cualquier persona medianamente informada sólo puede tomarse como una broma de mal gusto la acusación de golpismo a la sufrida oposición venezolana y a algunos de sus dirigentes, presos políticos del tambaleante régimen de Nicolás Maduro. No pasaría de ser una gracieta mezquina poner negro sobre blanco que las muertes producidas por la salvaje represión policial venezolana deben imputarse a quienes convocaron las manifestaciones contra la dictadura.
La argumentación podría resultarnos hasta divertida por lo alambicado de su hipérbole, por la escandalosa duplicidad de su vara de medir, por su regusto norcoreano al señalar airadamente la paja en el ojo ajeno. Pero no, el panfleto de este aspirante a Beria no puede tomarse siquiera con la sonrisa de un científico social que clasificara a este trasnochado ejemplar de estalinista ortodoxo, más o menos como un entomólogo etiquetaría al último bicho superviviente del pleistoceno y descubierto en alguna isla remota. El texto de Monedero es de una crueldad ilimitada. Es hiriente hasta la lágrima. Lo es, por supuesto, para los millones de venezolanos que han tenido que soportar la involución política, la pérdida insoportable de libertades personales y el hundimiento económico que provocan invariablemente todos los regímenes comunistas. Pero lo es también para la propia sociedad a la que Monedero dirige el escrito, una sociedad que ha tenido que soportar durante décadas la lacra del terrorismo en sus más diversas variantes. ¿Cómo se atreve este aprendiz de Goebbels a comparar a los estudiantes venezolanos, armados apenas con un más que justificado anhelo de libertad, con la kale borroka instigada por el entorno de ETA? ¿Cómo puede justificar la brutal condena política contra Leopoldo López, trazando el repugnante paralelismo que convertiría a este dirigente político en un criminal similar a Pakito? ¿Cuánto cinismo es necesario para equiparar nuestra Justicia —por más que se encuentre indudablemente aquejada de graves dolencias— con la mera correa de transmisión en la que el chavismo ha convertido a la judicatura venezolana?
Juan Carlos Monedero es un ejemplar particularmente acabado de ideólogo sectario, siempre tentado de pasar a la escena pública hasta que algún palo le devuelve al entorno que en realidad le resulta más confortable: el de las bambalinas desde donde puede moldear, instigar, diseñar procesos o, si la suerte llega a acompañarle, dictar el destino de todo un país aplicando una ingeniería social despiadada. Las certidumbres que difunde son monolíticas, cuasi-religiosas, a prueba de cualquier cuestionamiento racional. No deja el menor espacio para las escalas de grises, las cosas son blancas o negras y clasificarlas en una u otra bandeja corresponde, obviamente, a la élite reducida de quienes comparten su modo de pensar. Sabe, como han sabido todos los impulsores de los diversos totalitarismos que en el mundo han sido, que la clave del éxito es la ausencia de fisuras en el bloque monolítico y estático de su modelo, el modelo presentado como el único correcto, humano, posible. Y a partir de ahí es fácil dividir a la gente en buenos y malos, no por sus principios ni por su actuar, sino por su alineación con uno u otro de los bandos artificialmente trazados. ¿Qué más da que el Che Guevara fuera un vulgar asesino? Al cielo rojo con él, porque fue “de los nuestros”. ¿Qué importa que Leopoldo López fuera el líder de un partido socialdemócrata moderado, o que llamara repetidamente a la no violencia, o que su juicio haya sido un acto más de la comedia chavista, ya a punto de desembocar en tragedia? A descalificarlo, a deslegitimarlo porque su encarcelamiento y su condena hacen aún más visibles las vergüenzas de ese régimen terminal, fanatizado y cada día más sanguinario, pero alineado con la compacta visión ideológica del señor Monedero.
El totalitarismo, cualquiera que sea su simbolismo y su color aparente en la capa exterior, superficial, de las ideologías convencionales, es siempre muy hábil a la hora de crear monstruos y héroes. Al opositor no basta vencerlo ni apresarlo, ni siquiera matarlo: hay que denigrarlo para sostener el mito oficial. Pero el régimen que incurre en esa práctica necesita, mantener el poder para escribir la historia con minúscula y aplastar a cualquiera que plantee un relato alternativo de la misma. Sin embargo, la Historia con mayúscula tiene la indómita costumbre de imponerse a la larga y dar al traste con los planes de los ingenieros sociales y de sus orwellianos ministerios de la Verdad, regentados habitualmente por personajes de la reducida talla intelectual y ética de Juan Carlos Monedero. Creerá este gris apóstol de la fe neosoviética que calumniando a Leopoldo López algo quedará. En realidad, sólo está contribuyendo a hacer de él un Vaclav Havel o un Lech Wałęsa, y a consolidar en la opinión pública la seguridad de que el régimen de Caracas ha perdido irremediablemente el norte y, como toda dictadura acosada, está extremando su brutalidad en una insostenible huida hacia ninguna parte. ¿Trece años de cárcel a Leopoldo López? No va a durar tanto, ni mucho menos, el Tirano Banderas del pajarito, y Monedero tendrá que contener la ira cuando vea cómo el preso político sale a la calle y se le trata como a un Nelson Mandela. Qué triste no poder controlar total y absolutamente lo que las masas tienen por cierto, ¿verdad, Juan Carlos?
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