Luís I. Gómez analiza el fenómeno creciente de la "descarbonización" tras la que se esconde la intención de la "completa destrucción de la moderna cultura industrial" tras el velo del ecologismo.
Artículo de Desde el Exilio:
Tras la consigna de la “decarbonización” se esconde, fundamentalmente, la intención de la completa destrucción de la moderna cultura industrial, el fundamento de nuestra civilización moderna. Sus propagandistas no entienden que la civilización moderna no sólo nos ofrece las comodidades – los lujos, dicen algunos – de los aparatos electrodomésticos, la movilidad individual o la calefacción en invierno. También es gracias a esa civilización que hoy disfrutamos de una protección eficaz contra la enfermedad, el dolor y la muerte temprana. No han pasado tantos años como algunos creen desde que morir de una gripe, un sarampión o un parto complicado eran la regla. En 1875 llegaron los hombres en Europa tenían una esperanza de vida de unos 35 años, en las mujeres era de 38 años.
Las mejoras decisivas en la esperanza de vida, la nutrición, la atención médica y la reducción del tiempo de trabajo son una cosa del siglo 20. Y todo eso se lo debemos principalmente a un solo hecho: la disponibilidad abundante y barata de energía procedente de las máquinas de vapor, los motores de gasolina y la electricidad, así como la calefacción de las viviendas y el acceso al agua caliente en la ducha gracias a sistemas de carbón, gas y petróleo en lugar de quemando madera. El aumento -gracias a la mecanización- en la producción de alimentos a su vez permitió la liberación de inmensos recursos de mano de obra y con ello la creatividad necesaria para la investigación y el desarrollo acelerándose así el progreso en todo tipo de áreas de la ciencia y la tecnología. En el siglo pasado la mayoría de los investigadores de hoy estarían cultivando patatas o cereales para poder comer.
Para los cerca de tres mil millones de pobres en el 3er Mundo, cuyo nivel de vida está aún muy por debajo del que existía en Europa en el siglo XIX, la denegación del acceso a energía limpia y barata bajo la disculpa de la “salvación del clima” no es nada más que condenarles a la inferioridad y pobreza eternas. Espantoso me resulta ver cómo no sólo los países del mundo occidental, sino también las iglesias cristianas se han lanzado a la aventura del “salvamiento del clima” porque sí. La imagen dada en las últimas semanas por el Papa Católico, abandonado al propagandismo alarmista, es especialmente lamentable.
El bombardeo incesante de leyes y reglamentos nuevos lanzados por los partidos y las administraciones definitivamente rendidas al movimiento verdecomunista anti-industria supone una carga cada vez mayor en la economía, cuyas reclamaciones son sistemáticamente ignoradas. Debido a la frenética hiperregulación en materia de medio ambiente, plagada de objetivos de ahorro energético sin sentido, la industria ve como se le imponen nuevos costes y obligaciones administrativas vejatorias casi todos los meses. Además, los requisitos del “buen gobierno corporativo” modernos obligan a las empresas a comprometerse públicamente “por el clima” y a la adquisición de eco-etiquetas instituciones o certificados “verdes”. Hace unos cien años, existía algo parecido, se llamaba “ganar indulgencias”.
¡Pero si no se trata de destruir nada!, se trata de ¡usar otras formas de energía! No, es la ideología.
La base ideológica del movimiento salvífico la proporciona el “Club de Roma”, una asociación elitista compuesta supuestamente por destacados expertos, que trabajan para el futuro sostenible de la humanidad. En 1972 publicaban un estudio titulado “Los límites del crecimiento“. En él se establecía la tesis según la cual el incremento incondicional de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales conduciría irremediablemente a una disminución rápida e imparable de la población y de la capacidad industrial, destruyendo irreparablemente el medio ambiente y agotando las materias primas fósiles.
Y así es que, de pronto, los movimientos socialistas / comunistas encontraron una nueva puerta para colarse en los parlamentos nacionales bajo la capa milagrosa del ecoverdismo, volviendo a tener una plataforma ideal para recuperar posiciones de poder e influencia. Gracias al camuflaje ecológico consiguieron vender su agriado vino de salvación mundial y justicia social en botellas nuevas con etiquetas nuevas. Rápidamente se les unió una amplia gama de buenistas de diversas tendencias. Hoy todo gobierno occidental -incluso el Papa- tiene consultores oficiales que les orientan en la destrucción del modelo social existente a través de una “profunda transformación de la sociedad”. La mismísima secretaria de la Secretaría de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, Christiana Figueres, dijo descaradamente que los activistas ambientales en realidad tienen como objetivo destruir el capitalismo.
Dado el apoyo casi unánime con que cuenta el movimiento decarbonificador en los medios de comunicación una amplia mayoría de la población participa ya de esta ideología. Casi 80 años de paz y prosperidad crecientes para casi todas las capas de la población han hecho que los mensajes monitorios de los presuntos salvadores del mundo sean ampliamente aceptados. Esto es particularmente cierto para las generaciones más jóvenes, a las que les brillan los ojos cuando se unen en coro entonando los nuevos himnos a lo “natural”, lo “orgánico” o lo “justo”. Completamente ajenos a la idea de que este período relativamente largo de fiesta pacífica representa en toda la historia de la humanidad una excepción extraordinaria y que en cualquier momento podría ser muy diferente.
Gracias a los enormes recursos financieros de que disponen y el apoyo de casi todos los medios de comunicación, la “coalición de los dispuestos” está consiguiendo poner a nuestras empresas contra las cuerdas. Los que pensamos diferente – los llamados “negacionistas” – hemos quedado marginados a la nueva clase de parias y sido puestos en la picota la sociedad y los medios de comunicación. Triste colofón fue la reciente petición de la pena de muerte para los negacionistas climáticos realizada por el Prof. Parncutt en la página web de la Universidad de Graz, contra la que no se ha realizado -obviamente, no toca- ninguna acción legal.
Como todo movimiento totalitario, el ecologismo trata de crear un “hombre Nuevo”. Un de los capítulos de Mankind at the Turning Point lleva el título “The Transition – A New Mankind”. En el podemos leer:
- “Today it seems that the basic values, which are ingrained in human societies of all ideologies and religious persuasions, are ultimately responsible for many of our troubles. But if future crises are to be avoided, how then should these values be readjusted?” (página 11)
- “…drastic changes in the norm stratum – that is, in the value system and the goals of man – are necessary…” (página 54)
- “The changes in social and individual attitudes which we are recommending require a new kind of education…”(página 148)
- “Development of a practical international framework in which the cooperation essential for the emergence of a new mankind on an organic growth path will become a matter of necessity rather than being left to good will and preference…” (página 145)
El movimiento ecologista puede presumir de ser protagonista de la historia de éxito más espectacular jamás escrita. Absolutamente inexistente hace 50 años, su ideología domina hoy la vida política y cultural, cuenta con inumerables organizaciones de apoyo y apostolado, determina contenidos y normas en escuelas y leyes. Debemos mantener el sentido común intacto.
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