sábado, 26 de septiembre de 2015

Volkswagen y la charlatanería insostenible

Fernando Díaz Villanueva analiza el escándalo de Volskwagen y su relación con la charlatanería insostenible.

Artículo de Voz Pópuli:




Con un poco de suerte el escándalo de Volkswagen podría ser el canto del cisne para las aberraciones múltiples que se han apoderado de las empresas en las últimas dos décadas. Departamentos, secciones, divisiones enteras con nombres abstrusos como responsabilidad social corporativa, sostenibilidad, impacto ambiental y otras golosinas semánticas se encuentran ahora ante el abismo que ellos mismos se han ido cavando año tras año creyéndose y haciendo creer a los demás que fabricar cosas no tiene externalidades, o las tiene, pero son mínimas y perfectamente asumibles por una clientela que presumen atontada por las modas.

Los organigramas empresariales están repletos de burócratas cuya única utilidad real es engrasar el politiqueo de los directivos y cuyo inevitable corolario es el encarecimiento del producto final, la complicación administrativa y la satisfacción a cualquier coste de la corrección política. Todo el mundo lo sabe pero nadie dice nada porque en los tiempos que corren topar con el omnipotente lobby ecologista es bastante más amargo y arrastra peores consecuencias que topar con el Santo Oficio de la Sevilla imperial.

La civilización tiene un coste medioambiental, esto es así desde que nuestros antepasados se hicieron sedentarios allá por el neolítico. Es un coste que ha ido decreciendo acompañado de las innovaciones tecnológicas, pero que no se esfumará jamás. Para vivir hay que cultivar la tierra, criar ganado y pescar. Para hacerlo civilizadamente tenemos que horadar el suelo en busca de minerales, transportarnos, explotar los bosques y transformar los elementos que arrancamos con gran esfuerzo e ingenio a la naturaleza en otros elementos. Todo eso no es gratis. Podríamos volver a la caverna, cierto, pero, aparte de tener que suicidarnos en masa porque no habría alimento para todos, eso no implicaría estar en comunión con la naturaleza, esencialmente porque esa idealizada comunión ni existe ni existió nunca.

El hombre de Atapuerca no era en absoluto sostenible, depredaba el entorno, incendiaba bosques a mansalva y se iba comiendo todo lo que encontraba sin distinción de especies. Sus límites estaban en su atraso no en sus intenciones. La extinción de la megafauna no tuvo lugar en tiempos históricos, sino prehistóricos. De haber subsistido, los mamuts hoy podrían respirar tranquilos, alguien les habría encontrado una utilidad económica, probablemente en forma de safaris, y ahí seguirían reproduciéndose alegremente para solaz de niños y adultos. La sostenibilidad medioambiental, en suma, es fruto de la civilización construida sobre derechos de propiedad bien definidos, no de la buena conciencia.

Y de eso mismo, de buena conciencia en cantidades industriales, es de lo que se nutre todo el complejo ecológico-corporativo que, por pasarse de listos, ha terminado dándose contra la pared esta misma semana. La responsabilidad de una empresa no es con el planeta, ni siquiera es social en el sentido que entiende todo el mundo –es decir, socialista–, no, una empresa tiene responsabilidad única y exclusivamente ante la ley, ante sus accionistas y ante sus clientes. Por ese orden, un orden, por cierto, bastante social. A Zara le pedimos que nos sirva ropa de una calidad acorde con su precio, que respete los contratos con proveedores y empleados y que nos acepte el cambio de una prenda si vino defectuosa. Sus accionistas esperan remuneración en forma de dividendos y que la acción suba para que sus ahorros vayan en la misma dirección, que para algo se privaron de gastárselos en el acto. El Estado, por último, todo lo que exige es que esa sociedad mercantil liquide puntualmente sus impuestos y respete la legislación vigente. El resto es pura paja. Todos sabemos que es pura paja pero parece que a muchos les cuesta reconocer lo obvio.

Llevándonos el mismo ejemplo a Volkswagen, la misión de esta compañía no es que sus coches contaminen menos, ese no es su negocio, su negocio es que esos coches le lleven a uno cómodamente de un sitio a otro, que sean eficientes en el consumo, seguros, contenidos de precio y, por qué no, bonitos y estilosos. Si cumplimentan todo esto la empresa ya ha adquirido la mitad de las papeletas para salir adelante. El resto dependerá de lo bien gestionada que esté la compañía y del mercado, juez inapelable que quita y pone en función del veredicto emitido por los consumidores.

Los directivos de Volkswagen –mejor dicho, los ex directivos porque después de esta han tenido que suicidarse a la japonesa pero sin llanto–, se habían decidido por ser los chicos buenos del barrio y andar presumiendo de ello todos los días del año mediante abracadabrantes campañas publicitarias en las que vendían cualquier cosa menos coches. ¿No se acuerda de lo pesados que estaban con lo del Blue Motion, el Think Blue, el Movimiento Azul y el sursuncorda? Si la normativa de polución es ya de por sí exigente ellos la superarían con creces trucando un simple software. Luego se presentarían como campeones del medioambiente, financiarían reforestaciones y hasta podrían vender como extra –cosa que VW viene haciendo desde hace años– paquetes de CO2 para que sus clientes dados al fundamentalismo carbónico tranquilizasen su mala conciencia por no ir a trabajar en bicicleta como manda el vademécum del perfecto progre sostenible.

Tanta idiotez encadenada tenía que terminar mal y así ha sucedido. No cabía otra. El charlataneo, primo hermano del embuste, tiene las patitas muy cortas. Todo lo que VW había ganado durante años colocando humo enlatado lo ha perdido en tres días de batacazo bursátil. Tal vez después de esta las empresas empiecen a considerar que su función en el mundo no es salvar un planeta al que, por lo demás, le sobran salvadores profesionales que lo hacen a diario y a costa del contribuyente. Personalmente dudo que, si lo consideran, se apresuren en cambiar algo. Lo harán, pero les llevará su tiempo. La burocracia y sus procedimientos ya están creados. Por desgracia, no todo se ajusta a la misma velocidad que los mercados de valores.

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