Carlos Rodríguez Braun analiza la constante denuncia del capitalismo junto con la distorsión o negación de la barbarie comunista (cuando no burda comparación) reflejada en el reciente libro de Goran Therborn, repleto literalmente de varias sandeces...
Artículo de su blog personal:
Así titula un disparatado libro Göran Therborn, que es catedrático de la Universidad de Cambridge, nada menos. A ver si algún día dejamos de admirar al extranjero por el sólo hecho de serlo: hay mucho pavo por ahí suelto, como ya se sabía en España cuando las mejores universidades del mundo estaban aquí. En efecto, se ironizaba en aquellos tiempos lejanos con lo de “Quod natura non dat, Salmantica non præstat”. Quite usted Salamanca y ponga Cambridge o Harvard y aquel certero aforismo continúa siendo plenamente válido en nuestros días, y tanto más válido cuanto más arraigados sean los prejuicios del supuesto sabio, como sucede clamorosamente en el caso que hoy me ocupa.
El título en inglés del libro es revelador: The Killing Fields of Inequality. Se recordará que Los gritos del silencio, la película de 1984 dirigida por Roland Joffé, se titulaba, precisamente, The Killing Fields. (Entre paréntesis, ¿ha observado usted qué pocas películas hay sobre la sanguinaria historia del socialismo? En fin.)
Es claro que el profesor Therborn quiere establecer un paralelismo entre la desigualdad y lo que denuncia dicha película, a saber, las terribles matanzas perpetradas por los comunistas en Camboya. Es algo completamente delirante pero no infrecuente entre los anticapitalistas más radicales. Así como durante muchos años directamente negaron los crímenes del comunismo, más tarde, y sólo cuando la brutalidad comunista resultó innegable, procuraron disfrazarla equiparándola con una supuesta criminalidad de las llamadas economías de mercado. Vamos, como en el tango Cambalache: “Todo es igual, nada es mejor”. Y si en el capitalismo hay desigualdad, afirman que eso es exactamente igual de asesino que los Jemeres Rojos. De verdad quieren que creamos esta locura. Como aquél intelectual de izquierdas que finalmente admitió que en Rusia había campos de concentración, añadiendo: “¡pero en Estados Unidos hay fábricas!”. Como si fueran iguales el Gulag y la Ford.
Y de eso va este libro: de denunciar el capitalismo y distorsionar el comunismo. La condena del capitalismo no sólo supone que Margaret Thatcher era el demonio sino que también incluye a la socialdemocracia y al intervencionismo nórdico: así, Suecia tiene “un gobierno burgués”, y en Finlandia muere mucha gente porque el país es muy desigual. En cambio, por suerte, hay un país latinoamericano que resplandece en igualdad: Venezuela. En serio, dice esta barbaridad en serio.
Y hay más. En el terrible Estados Unidos no hay igualdad de oportunidades. Y como los ricos viven más que usted, señora, la matan a usted, igual que los actores que ganan un Oscar y viven más que los que no lo consiguen, igual que los premios Nobel. En el mundo mandan las empresas…y por eso bajan los impuestos. Bajan, oiga, señora, y usted y yo sin darnos cuenta.
Las empresas son para el profesor Therborn malísimas, y el comunismo, ejem, “no era un modelo para los derechos humanos”, eso no, a tanto no llega, pero, atención: “tuvo un impacto positivo en el proceso hacia la igualdad existencial”. El autor apoya a los sindicatos, pero no a todos, a Solidaridad no. Repito: todo esto es de un catedrático de Cambridge.
(Artículo publicado en La Razón.)
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