Daniel Lacalle analiza el riesgo serio que implica (tanto en España como pretenden algunos partidos aún en mayor grado, como en Europa) las políticas de "incentivar" aún más la demanda interna, las políticas justamente que se llevaron a cabo durante la crisis, agravándola y alargándola sobremanera, y más especialmente en una economía con con graves déficits, elevado gasto público y deuda, y elevada sobrecapacidad, que aún las aumenta e intensifica más, reduciendo el crecimiento.
Artículo de El Confidencial:
“Rate cuts have a very dramatic effect and hit much sooner. But when you're in a manufacturing recession involving overcapacity and inventory overhang, it's not going to make people borrow” Larry Wachtel
Artículo de El Confidencial:
“Rate cuts have a very dramatic effect and hit much sooner. But when you're in a manufacturing recession involving overcapacity and inventory overhang, it's not going to make people borrow” Larry Wachtel
La semana pasada el ministro De Guindos cuantificaba el impacto en el crecimiento de la economía de una posible coalición de PSOE y Podemos.Comentaba que supondría un 1,5% del PIB más o menos. Casi 15.000 millones de euros, no es poco. Pero… ¿De dónde viene esa cifra? ¿Es creíble?
La cifra viene de asumir que se revierten todas las reformas que se han implementado en España, y que han generado el diferencial de crecimiento de nuestro país con respecto a otros países con sensibilidades macroeconómicas similares. Y es creíble. Aumentar la rigidez del mercado, gastar en elefantes blancos, intervenir aún más en los sectores y asfixiar más a impuestos es la receta que nos llevó a prolongar la crisis más que ningún otro país de nuestro entorno y que ha llevado a Brasil a la estanflación.
Existe un riesgo en Europa y España que es perfectamente cuantificable, y que puede hacer mucho más que reducir a la mitad el crecimiento. Volver a 2008 y “estimular la demanda interna” gastando en proyectos estatales, los elefantes blancos que antes mencionábamos.
Europa ya tomó la decisión de estimular la demanda interna desde el gasto público en 2008. Se gastó casi el 3% del PIB y en el proceso se destruyeron 4,5 millones de puestos de trabajo. El efecto de ese error aún se siente en la economía. Menor crecimiento, más deuda y sobrecapacidad.
- Mayor deuda. La enorme mayoría de esos proyectos megalómanos se financian con deuda y, como tienen “objetivo social”, las consideraciones económicas ni se valoran. Según el Tribunal de Cuentas de la Unión Europea, la media de desvío sobre presupuesto en los proyectos industriales estatales es del 10%. Tampoco se valora el coste de mantenerlos una vez construidos. El ciudadano piensa que cuando se construye un puente inútil, al menos hay un puente. Olvida la deuda y el gasto operativo anual, que paga él en impuestos. En nuestro caso, más de 200.000 millones de mayor deuda.
- Menor crecimiento. Todos esos sobrecostes los sufraga el ciudadano en mayores impuestos, que llevan a menor consumo y menor crecimiento. El coste económico de la corrupción en los 28 Estados miembros de la UE según el Tribunal de Cuentas es de 120.000 millones de euros. Para que se hagan una idea, el presupuesto comunitario medio previsto para el periodo 2014-2020 es de 137.000 millones de euros anuales. Curiosamente la gran mayoría de esa cifra proviene de esos proyectos de gasto público que todos aplaudimos. ¿Se imaginan si les bajasen a ustedes los impuestos en esa cantidad en vez de ignorarla y subírselos?
Existen estudios perfectamente documentados que muestran que el efecto multiplicador del gasto público es inexistente en economías maduras y endeudadas. Faggio y Overman, de la London School of Economics, encontraron que “en el periodo de 1999 a 2007 (ya antes de la crisis) no se encuentra ningún efecto multiplicador en el sector constructor o servicios, y un efecto destructor mucho mayor en el sector manufacturero”, convirtiendo el exceso de empleo y gasto público en un “evidente expulsador del sector privado”.
La utilización de capacidad productiva, según el Ministerio de Industria, es del 77,7%, una notable mejora desde los niveles de 2010, pero significa que todavía hay un 22% aproximado de exceso de capacidad. Asumir que el sector público tiene mejor información que el privado o los consumidores sobre dónde invertir o que es capaz de absorber el exceso de capacidad es simplemente falso. Pensar que la sobrecapacidad es un problema de “crear demanda” y no de oferta es otro error. Sólo tenemos que irnos a países ricos o que crecían mucho como Japón, China o Brasil y ver que las políticas de demanda solo perpetúan y aumentan la sobrecapacidad.
Es curioso que el intervencionismo desconfíe de que usted, consumidor, vaya a aumentar la demanda, y sin embargo conceda cualidades mágicas al efecto generado cuando ellos se gastan el dinero de los demás.
La mejor forma de incentivar la demanda es bajando impuestos y dejando que el ciudadanos gaste más de su dinero. Porque es suyo. Asumir que eso es malo porque lo pueden ahorrar y es mejor que se lo gaste el Estado no es paternalista, es un insulto al ciudadano.
La inversión pública debe darse cuando existe demanda y como el propio Keynes reiteraba y ahora nadie le hace caso, cuando exista un retorno real. No para “incentivarla”. Es crear señales de demanda falsa que luego explotan con mayor virulencia. El efecto embudo. Y Keynes no vivió una economía con una sobrecapacidad industrial del 22-25%, más bien lo contrario.
Luego, cuando explota la burbuja, dicen que “faltan ingresos fiscales”, no que “hemos aumentado los gastos acomodados a ingresos de burbuja”.
Al final, el error es siempre el mismo. Asumir que las equivocaciones del pasado no eran tales, sino que solo falta demanda. Y mientras suben los impuestos, impiden la recuperación al potencial real de la economía. Que veamos cada día en economías de todo el mundo como fracasa y, a pesar de todo, sigamos defendiendo la creación estatal artificial de demanda, solo tiene una explicación. El que lo propone no lo paga, y se beneficia de ello.
Pero olvidan que para que exista el sector público hace falta un insignificante pero esencial ingrediente. Ingresos del sector privado.
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