lunes, 14 de septiembre de 2015

Podemos como excusa

Juan Pina sobre el auge de opciones políticas radicales en Europa, que lejos de ser innovadoras, es el resultado de "consensos ya obsoletos", pero fruto de la insostenibilidad del actual sistema socialdemócrata. 

Una estrategia que le viene bien en cualquier caso a la actual y agónica socialdemocracia, "ineficaz, corrupta y liberticida". 



Artículo de Voz Pópuli:


El auge de opciones políticas como Podemos o Syriza —o, en el otro extremo del falso y manido dial izquierda-derecha, el Frente Nacional francés— no constituye de ninguna manera un avance evolutivo del sistema democrático. A simple vista, estas formaciones pueden parecer innovadoras por su enfoque disruptivo y por su cuestionamiento generalizado del actual sistema político. Este sistema —al que, en puridad, debemos denominar con Ralf Dahrendorf “socialdemócrata”— es el resultado de consensos ya obsoletos, nacidos principalmente en el Occidente europeo durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial y en cierta medida con la excusa que ofrecía, como telón de fondo, la Guerra Fría.

Cuando un sistema político deviene insostenible, sólo caben dos alternativas: dar realmente un paso hacia adelante, internándose por un sendero nuevo, o recuperar —con los cambios superficiales y cosméticos que haga falta— un sistema anterior. Pues bien, parece evidente que ya ha alcanzado su techo de insostenibilidad esta socialdemocracia generalizada y transpartita, basada en el saqueo institucionalizado de más de la mitad de la riqueza que genera cada ser humano y en su posterior distribución arbitraria a manos de una casta estatal que, además de adueñarse por el camino de una parte del botín, es incapaz de asignar esos recursos de una forma eficiente. Las élites del sistema actual ya son conscientes de su fracaso. Por ejemplo, el sistema de pensiones “de reparto” está en quiebra en todos los países que lo mantienen, y requiere parches que apenas consiguen prolongar su agonía al precio de hacer cada día más obvia su estafa. Al mismo tiempo, esas élites han detectado, por supuesto, los riesgos que en el largo plazo se derivan para ellas del cambio cultural impulsado por las nuevas tecnologías de información y conocimiento, que facilitan una sociedad-malla en la que los individuos y sus agrupaciones espontáneas y voluntarias interactúan al margen de toda planificación central por parte de los Estados. Y una de las estrategias que parecen estar desarrollando como respuesta a esos riesgos de liberación del individuo consiste, precisamente, en alentar la aparición de alternativas neototalitarias.

La jugada es maestra: si los movimientos neototalitarios vencen extremarán el poder del Estado —ya se ocuparán las élites estatales de cooptar a los cabecillas de esos movimientos y reperfilarse como parte determinante del nuevo poder—. Toda parcela de poder conquistada por el Estado permanecerá a su disposición una vez que las aguas vuelvan a su cauce y gobiernen de nuevo los partidos convencionales. Y si los neototalitarios no llegan a alcanzar el poder, que en realidad es lo que se busca, pues habrán servido a estas élites como palanca para mantener el sistema socialdemócrata —presentado como la única alternativa sensata al riesgo neototalitario—, pero dando una vuelta de tuerca más a su expolio tributario, a su sometimiento de las libertades personales y a su control de los procesos culturales y de mercado.
Es decir, ante la agonía de la socialdemocracia ineficaz, corrupta y liberticida, se nos presenta el espantapájaros del regreso al totalitarismo para que nos asustemos y volvamos al redil tragando a regañadientes con el mal menor, el “virgencita, virgencita que me quede como estoy” del famoso chiste: el mismo marco político de los últimos setenta años en Europa (cuarenta en la Península Ibérica). O sea, Podemos y similares sirven de excusa perfecta para los desmanes del estatismo convencional, y para rescatarlo de su obsolescencia. No puede ser casual que las nuevas fuerzas políticas que surgen dentro del marco socialdemócrata (en España, por ejemplo UPyD o ahora Ciudadanos) sean siempre firmes adalides de la recentralización del poder, y eso no afecta únicamente a sus posiciones en materia territorial. Por su parte, los partidos tradicionales, convertidos ya en grises partidos-Estado e intercambiables entre sí, cifran sus mayores esperanzas en que funcione su dinámica clientelar (no hay más que ver los actuales intentos de compra de votos del Partido Popular, por ejemplo a los empleados públicos).
Es necesario desenmascarar esta dinámica. Desde una perspectiva libertaria o incluso liberal clásica, sólo cabe situarse enfrente de todos. Enfrente de los partidos tradicionales de nuestro sistema de consenso socialdemócrata, enfrente de sus nuevas marcas electorales de laboratorio y por supuesto enfrente de los exabruptos neototalitarios que, desde ambos extremos del espectro político convencional, pretenden inocularnos un gen recesivo que nos lleve de vuelta por el túnel del tiempo. Frente a la socialdemocracia en bancarrota económica y ética, y por supuesto frente a los intentos de clonar a Lenin o a Mussolini, la luz que aparece al final del túnel es coincidente con la tendencia tecnocultural de hoy, y consiste en devolver a cada individuo el poder sobre su vida, sus actos y su bolsillo. Consiste en recuperar la confianza en las personas y el respeto a sus acuerdos voluntarios y a su libre interacción, prescindiendo de toda planificación coercitiva desde un poder centralizador. Consiste en reducir el Estado a su mínima expresión, a la espera de tiempos futuros, lamentablemente aún lejanos, en los que la humanidad pueda prescindir definitivamente de él. Ahora que nos tratan de asustar con el coco y la bruja del neototalitarismo, la disyuntiva es resignarnos al clavo ardiendo de lo actual o tener la valentía de caminar, resueltamente, hacia menos Estado y más Libertad.

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