Carlos Rodríguez Braun sobre la cuestión de la conveniencia de adoptar reformas graduales o intensas en la mejora de las economías, a raíz del reciente estudio de Marian L. Tupy.
Y el resultado es concluyente.
Y el resultado es concluyente.
Artículo de su blog personal:
Marian L. Tupy es el director de HumanProgress.org, y analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Instituto Cato. Graduado en relaciones internacionales por la Universidad de Johannesburgo, obtuvo el doctorado en esa misma disciplina en la Universidad de St. Andrews en Gran Bretaña. Es un especialista en globalización y en la economía y la política de Europa y el África subsahariana.
En un artículo reciente, analizó la transición de los antiguos países comunistas desde la dictadura hacia un régimen de libertades, y se planteó el problema de si es mejor reformar todo rápidamente, o emprender una estrategia más gradual. Desde hace mucho tiempo se debate esta cuestión en economía y en política, con opiniones para todos los gustos, o casi. En efecto, esta diversidad es comprensible, porque resulta razonable el temor de que unos cambios demasiado vertiginosos o, por el contrario, demasiado endebles, puedan conspirar contra las reformas deseadas.
La conclusión del doctor Tupy es: “los que reformaron pronto, rápido y ampliamente obtuvieron mejores resultados que los gradualistas en cifras económicas, como el PIB per cápita, pero también en medidas sociales, como el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, y en medidas institucionales, como la democracia y el imperio de la ley”.
Las reformas rápidas comportaron recesiones más breves y recuperaciones más rápidas que las otras, como se ve contrastando los países bálticos con los de la antigua Unión Soviética. También lograron tasas menores de desigualdad y pobreza.
Mientras que los países de reformas rápidas tuvieron mejores marcos institucionales, las elites que abogaban por reformas graduales lo hacían a menudo para extraer de la economía las mayores rentas posibles: “una consecuencia extrema del gradualismo fue la formación de clases oligárquicas”.
Esta crítica parece excesiva, porque todo proceso de abandono de un régimen tan empobrecedor como el comunismo necesariamente involucra la aparición de empresarios de éxito, que puede acumular fortunas cuantiosas en un tiempo relativamente breve. Esta es la respuesta de Marian L. Tupy: “Por supuesto, aparecieron capitalistas ricos en todas las economías en transición, pero su concentración y grado de influencia política fueron mucho mayores en los países que reformaron lentamente, en especial en las economías más grandes de la antigua URSS”. Así, las tristemente famosas mafias que surgieron en Rusia y otras naciones el antiguo bloque comunista tienen que ver con dicho proceso de reformas demasiado pausado y demasiado superficial.
La situación perduró, de modo que los que reformaron primero y más profundamente siguen liderando, mientras que los gradualistas siguen retrasados. Es difícil salir del enfoque gradualista, pero lo intentaron las llamadas “revoluciones de colores”: Serbia, Georgia, Ucrania y la república de Kirguistán. “Sin embargo, sólo en Georgia la revolución de color desembocó en cambios reales en la dirección económica del país”.
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