domingo, 2 de diciembre de 2018

¿Trump obró el milagro?

Fernando Díaz Villanueva analiza el porqué de la mejora de la economía americana tras la llegada de Donald Trump.
 

Sin duda, la bajada de impuestos y la desregulación (con una maraña de burocracia y regulación tan costosa y desincentivadora para la actividad y la mejora de la productividad) han contribuido enormemente a mejorar el crecimiento y el dinamismo del país. 

El problema es que una de las contrapartes esenciales de la bajada de impuestos (la reducción del gasto público) no se cumple, lo que genera un desajuste fiscal que alcanza ya en EEUU un nivel preocupante, y cuyo desenlace no es nada positivo dado el nivel de deuda alcanzado (y que contrarresta en parte a futuro el positivo avance a corto plazo).
Y por otra parte, los efectos tan positivos que tiene la bajada de impuestos y la desregulación son compensados por el deterioro de las nocivas políticas proteccionistas llevadas a cabo (propuestas populistas). 

Por supuesto, esto tampoco soluciona las pésimas políticas monetarias llevadas a cabo (con las que se ha encontrado y que quiere mantener para no enfrentarse a las inevitables consecuencias de la explosión de dichas burbujas creadas por los políticos y bancos centrales), que ha inflado una burbuja de activos (inmobiliarios y financieros) y de deuda, lo que a futuro puede devenir en una gravísima recesión, cuyos riesgos y efectos se ven agravados ante una irresponsable política fiscal de déficit. 
Artículo de su página personal: 
Hace justo un año, cuando Donald Trump anunció su reforma fiscal, los Demócratas del Congreso pusieron el grito en el cielo. Nancy Pelosi, líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, cargó contra la reforma calificándola de “antipatriótica” y de “minar los valores estadounidenses” porque, según ella, un presupuesto es una declaración de valores, algo que tiene más que ver con la justicia que con la contabilidad.
La reforma fiscal dejaba más dólares en los bolsillos de la gente, por lo que no era difícil atisbar sus consecuencias. Cuando tenemos más dinero lo gastamos o lo ahorramos. Ese ahorro se convierte en inversión y la inversión en nueva riqueza que, a su vez, potencia el consumo y la inversión. Un círculo virtuoso bien estudiado por los economistas desde hace siglos.
Es por ello que subir impuestos siempre agravó los problemas económicos de cualquier país y bajarlos los alivió. No hace falta mucha teoría al respecto, la práctica se basta y se sobra para demostrar las bondades de los impuestos bajos.
Pues bien, esta reforma ha sido el último y definitivo propulsor de la economía norteamericana, que atraviesa el año más dulce del último medio siglo. La recuperación empezó con Obama. Arrancó de hecho el día después del gran batacazo de finales de 2008. La crisis, que se debía en gran parte a las alegrías crediticias de la era Bush, dejó el mercado laboral en números rojos. En 2009 el desempleo escalaba por encima del 10% y las solicitudes de quiebra se amontonaban sobre los escritorios de los abogados.
El equipo económico de Obama tiró de efectivo. Un estímulo de 800.000 millones de dólares, varios rescates a cargo del contribuyente, aumento del salario mínimo y una subida de impuestos para las rentas altas. Como resultado la deuda se duplicó durante los dos mandatos. También lo hicieron la regulación y los controles.
A cambio la economía fue recuperándose. Primero con parsimonia y luego, a partir de 2014, con mayor velocidad. Con todo, la recuperación de Obama fue extraordinariamente lenta. A juicio de los expertos una de las más lentas de la historia de las recesiones. Durante sus dos mandatos el crecimiento anual del PIB promedió un 2,1%, que no está mal, pero que tampoco es para tirar cohetes.
Los llamados Obanomics eran una mezcla de estímulo sistemático, monetización de deuda y concesiones a las grandes corporaciones. Todo en un magma de altos impuestos y ubicuas regulaciones. Pero la economía, una vez liberada de los cepos que se había puesto durante la última burbuja, reaccionó positivamente. EEUU es el país más dinámico del mundo. Muy mal hay que hacerlo para que la economía no crezca.
En esas estaban cuando entró Donald Trump por la puerta. Tan pronto como salió elegido en noviembre de 2016 se dispararon los índices de confianza, tanto de los consumidores como de los empresarios. Ese efecto Trump no tardó en trasladarse a la economía real. Cuando tomó posesión en el primer trimestre de 2017 la economía crecía al 1,8%, en el segundo trimestre de este año lo estaba haciendo al 4,1%.
Prácticamente todos los indicadores han mejorado: la actividad industrial, el ingreso medio en los hogares, los índices bursátiles… y, naturalmente, el desempleo, que se encuentra en mínimos de los últimos 50 años con una tasa del 3,7%, lo más cerca del pleno empleo que puede estar una economía.
¿Ha sido todo atribuible a Donald Trump? En buena medida si. Y no sólo por la reforma fiscal, que obviamente ha contribuido, pero no en mayor medida que la desregulación que prometió en campaña y que ha llevado a cabo.
Una de las características del obamismo fue regar de regulaciones prácticamente cualquier actividad económica, algunas de ellas muy onerosas y que disuadían de ponerse a producir. Esta de levantar regulaciones ha sido una de las grandes hazañas de Trump. Conforme al protocolo de desregulación que adoptó el año pasado, la introducción de una nueva norma exige eliminar otra ya existente. En total se han retirado casi 1.600 regulaciones que se corresponden con 15 millones de horas que las empresas tenían que dedicar a papeleo.
Si a una economía se le aligera la carga impositiva y se le retiran obstáculos lo previsible es que avance y se expanda. No hay nada milagroso en ello. El milagro vino antes cuando se decidió eliminar los topes que impedían moverse al gigante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Twittear