Juan Rallo analiza el nuevo gobierno del PP, en qué cuestiones se defiende el liberalismo y en cuáles no, y la cuestión ideológica de la izquierda y la derecha.
Artículo de El Confidencial:
Pablo Casado agradece a los comisarios del PP su voto. (Reuters)
El economista estadounidense Bryan Caplan suele proponer dos definiciones muy simplificadas de izquierda y de derecha. A su juicio, la izquierda posee valores e intuiciones sesgadamente antimercado: rechaza el funcionamiento del capitalismo por cuanto le desagradan sus resultados en términos de igualdad y de ausencia de opresión. Por su parte, la derecha es tan solo un movimiento antiizquierda: se opone a todo aquello que defiende la izquierda —sea esto lo que sea— porque instintivamente le desagrada la izquierda.
La teoría de Caplan puede resultar excesivamente simplificadora —por ejemplo, la izquierda no solo se caracteriza por ser contraria al mercado y, a su vez, existen definiciones mucho más ricas y apropiadas de derecha—, pero sí contiene un ápice de verdad: los valores de muchas personas 'de derechas' se definen tan solo por contraposición a los de la izquierda. A saber, en muchos casos (no en todos, por supuesto), es la izquierda la que estructura una agenda programática propia y es la derecha la que reacciona oponiéndose a ella sin más convicción que su antiizquierdismo militante.
En España, el Partido Popular (la formación política que aglutina a un mayor número de votantes autoidentificados como 'de derechas') ha basculado tradicionalmente entre dos corrientes. Por un lado, la rama aznarista, que encaja casi como un guante en la visión de Caplan sobre la derecha: las convicciones del PP de Aznar son las opuestas a las que mantenga el PSOE, de modo que dentro de su arco ideológico cabe desde el liberalismo más extremo al conservadurismo más rancio. Por otro, la rama 'marianista', la cual se opone a la izquierda no en sus convicciones sino en presunta excelencia gestora: el PP de Rajoy no defiende nada demasiado distinto a lo que pueda defender el PSOE pero —según presumen— gestiona mejor la Administración pública. Unos se diferencian en el fondo (el PP es el antiPSOE) y otros en las formas (el PP es un mejor PSOE).
El encumbramiento de Pablo Casado como nuevo líder de los populares devuelve al PP, en parte, a su naturaleza aznarista: es decir, un partido con un cúmulo de convicciones caracterizadas por ser opuestas a las de la izquierda. ¿Qué convicciones? Aquellas que amalgamen a la antiizquierda, por irreconciliables que puedan ser entre sí. Casado, de hecho, fue bastante explícito al respecto durante su discurso de postulación a la presidencia del PP (aun sin renunciar auxiliarmente a los argumentos marianistas de la superior gestión): “Aquí cabe todo lo que esté a la derecha del Partido Socialista. Sean liberales, conservadores, demócrata cristianos, incluso algunos de izquierdas, nos votan porque saben que gestionamos mucho mejor cuando estamos al frente de los gobiernos”. El problema, claro, es qué termina incluyendo ese todo.
Por un lado, sabemos que Pablo Casado ha abrazado un modelo económico apreciablemente más liberal que el abanderado por Rajoy y Soraya: el nuevo presidente de los populares dice querer bajar los impuestos de un modo significativo (incluso ha cifrado la necesidad de recortar sociedades hasta el 10%) así como eliminar trabas burocráticas que obstaculicen el emprendimiento. Es decir, más libertad de mercado: el principal motor del desarrollo de cualquier sociedad.
Pero, por otro, Casado también ha impulsado una agenda política aliberal cuando no abiertamente antiliberal en muchos capítulos no económicos. Por ejemplo, su oposición a cualquier ley que regule el derecho a la eutanasia, sus amenazas de suspender el espacio Schengen si los tribunales alemanes no se ajustan a sus pretensiones, su propuesta de ilegalizar partidos independentistas o su indeterminada defensa de “políticas de familia y de natalidad”.
Sin lugar a dudas, el discurso económico de Casado constituye un muy necesario soplo de aire fresco no solo frente al 'marianismo-montoril' que ha arrasado fiscalmente a los españoles durante el último lustro, sino también frente al 'sanchismo-monteril' que promete arrasarlos durante el próximo lustro. La mera oposición parlamentaria a la extorsión tributaria que ahora mismo están impulsando PSOE y Podemos ya supone una buena noticia para las libertades (económicas): supone una alternativa frontal, hasta ahora ausente, a semejante pensamiento (cuasi) único. Una esperanza política de que el péndulo pueda comenzar a oscilar —por fin— hacia el otro lado.
Ahora bien, otras propuestas de Casado en el orden no económico constituyen una afrenta para las libertades personales: no son planteamientos antiizquierda a fuerza de liberales sino antiizquierda y antiliberales a la vez. A la postre, dado que no todo el antiizquierdismo es liberal (al igual que no todo antiliberalismo es izquierdista), definirse siempre a la contra de la izquierda puede llevarle a uno a posiciones igualmente contrarias a la libertad individual. Si el liberalismo no se preocupa solo por las libertades económicas —y no lo hace—, entonces habrá que aplaudir —por moderadas que sean— aquellas propuestas de Casado que hagan avanzar la libertad, pero también criticar sin miramiento alguno aquellas otras que la hagan retroceder. Lo contrario sería difuminar los ideales y el perfil propio del liberalismo en la ambición política del nuevo líder de la derecha, es decir, del nuevo líder de la antiizquierda. El precio de la libertad es la vigilancia (y la crítica) eterna de todos aquellos que, a izquierdas y a derechas, la amenacen.
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