Carlos Rodríguez Braun analiza un hecho de lo que hablaba precisamente hace pocos días, en referencia a los aclamados y autodenominados economistas científicos (y en cabeza Samuelson), cuya metodología pretende asemejarse a las ciencias físicas para llevar a cabo predicciones, y que nunca han sabido predecir ninguna crisis ni evento importante, tal como la caída del comunismo en la URSS, que por supuesto alababan considerando que el socialismo sería superior al sistema capitalista.
Mientras que los economistas que mejor analizaron y predijeron la imposibilidad de tales hechos eran denostados y marginados (aún lo son), mientras ponían una vez tras otra el dedo en la llaga. Es decir, que la economía no puede servir para predecir cuantitativamente el comportamiento humano, como si se tratara de una ciencia física (por múltiples motivos), sino que solo puede predecir tendencias y cuestiones cualitativas, pues la base sobre la que se sustenta el cientificismo que diría Hayek es erróneo en sí mismo (y por lo tanto, sus conclusiones, por bien elaborada que esté, al partir de premisas falsas), pues la acción humana, la economía, la acción empresarial...nunca puede medirse como si de un experimento de laboratorio se tratara (con variables dadas y tendencias constantes). No es constante, sino dinámico.
Artículo de su blog personal:
La caída del Muro de Berlín fue para muchos una sorpresa. Entre esos muchos hay que destacar a los economistas. Efectivamente, los principales manuales de Economía de Estados Unidos, varios de ellos traducidos en todo el mundo, se habían pasado décadas asegurando que el comunismo era una alternativa al capitalismo perfectamente viable.
La notable historia de cómo se columpiaron tantos maestros de la ciencia económica es objeto de un interesante volumen: David M. Levy y Sandra J. Peart, Escape from democracy: the role of experts and the public in economic policy, Cambridge University Press, 2017.
Es verdad que a medida que pasaba el tiempo los economistas fueron ajustando las ediciones. Los profesores Levy y Peart recuerdan un chiste que se contaba en Polonia: “bajo el comunismo el futuro es seguro; lo que cambia todo el rato es el pasado”.
Su libro revisa textos de autoridades como Heilbroner y otros, aunque el más llamativo es el de uno de los economistas más célebres e influyentes del siglo XX, Paul Samuelson, que en su manual introductorio en 1961 predijo que la URSS superaría económicamente a los Estados Unidos —incluso se atrevió a decir cuándo: entre 1984 y 1997.
En la edición de 1970 corrigió el pronóstico: la economía comunista no había funcionado, ciertamente, pero había sido por las malas cosechas y la reducción del tiempo de trabajo. Es decir, no por el sistema comunista en sí sino por decisiones políticas no previstas o elementos exógenos, subrayan Levy y Peart.
En todo este tiempo los primeros que habían asegurado que el socialismo no podía funcionar, es decir, los economistas austríacos, fueron despreciados. Los reconocidos como economistas “científicos” no fueron ellos, sino Samuelson, que repitió que el comunismo era un sistema análogo al capitalismo, y que lógicamente podía sustituirlo, con ventaja.
Como la economía trataba de la asignación de recursos, era un problema puramente técnico, con lo cual daba lo mismo si dichos recursos eran asignados por el mercado o por un organismo planificador comunista. Los que afirmaron semejante disparate fueron reconocidos y celebrados. Los otros, los que predijeron desde el principio que era efectivamente un disparate, y que el socialismo no garantizaba más que la ruina, fueron hostigados y marginados.
Los supuestos expertos, como John Kenneth Galbraith, fueron universalmente admirados, cuando no tenían razón. Galbraith, en su arrogancia, llegó a criticar a Ludwig von Mises con ocasión de la publicación de La acción humana, cuando allí había más verdad que en la obra de un Galbraith que se dedicó a desbarrar sobre los éxitos del comunismo. Sí, él también saludó los “avances económicos” de la dictadura soviética, mientras negaba el hambre provocada por las políticas anticapitalistas en China, cuya tiranía saludó porque reducía las desigualdades —cf. “Disentimiento sobre Galbraith”, aquí: https://bit.ly/2BtPMU5.
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