Lo que dice José Luís Feito es evidente para alguien con un poco de conocimiento e información sobre el tema (y así lo demuestran los distintos estudios y la evidencia empírica allí donde se ha llevado a cabo dichas medidas -como el impuesto a las transacciones financieras, tal como he tratado en diversos artículos, aquí uno-).
Pero para el político es lo de menos, pues consigue en primer lugar encontrar responsables del mal del ciudadanos, erigirse como solucionador del problema, empatizar con la victima mientras señala verdugos, mostrar una migaja y parche ridículo a un problema gigantesco pretendiendo hacerlo pasar como una solución al problema, intervenir más en la economía y la vida de la gente (lo cual es más poder y recursos con los que comprar voluntades y colocar afines), hacer más dependientes de su poder.
Y el objetivo es elemental: el poder, el voto, la elección, el injerto de una idea en la gente que le acerque le voto...
Y las consecuencias no importan, primero porque el desconocimiento de la gente nunca lo relaciona con la medida adoptada (y más cuando las consecuencias no se ven tan a corto plazo), segundo porque su interés personal es el corto plazo (el mandato), tercero, porque el deterioro de la situación de la gente es una perfecta situación para mostrarse -todavía más- más intervencionista y propulsor de más medidas y más impuestos (y más poder y arbitrariedad) para paliarlos, creando una red clientelar cada vez más imposible de desmontar (pues la resistencia y el discurso populista en su defensa es cada vez mayor), lo que lleva a un deterioro creciente.