Artículo de Voz Pópuli:
Pablo Casado durante la campaña de las elecciones andaluzas EFE
La unidad no siempre es conveniente. Algunos añoran los años en los que el PP aglutinaba, decían, a todo el voto del centro-derecha; desde el moderado hasta el nostálgico. Sin embargo, tras casi una década de decadencia, entrampado en casos de corrupción, vaciado de ideas y de despersonalización, de caída en las urnas, apartamiento en los gobiernos y de “cordón sanitario” en la política y en los medios, el PP, la derecha en general, parece haber encontrado el acicate para su renovación. Y es que no hay nada como la competencia y, ahora, la lucha por el voto del centro-derecha es a cara de perro.
Dos partidos de la “nueva política” -Ciudadanos y Vox- parecen haber despertado del letargo no solo a los populares, sino también a sus electores. Es cierto que es la ocasión perfecta por la acción y el discurso de las izquierdas, con un Pedro Sánchez podemizado y abrazado a los golpistas para no caer del poder, y un Pablo Iglesias corriendo por el monte de la república de las nacioncitas soviéticas (y feministas, of course). El efecto es que la derecha se encuentra más revuelta que nunca, abordando temas profundos, de calado, de esos que afectan a las bases de la convivencia, como nunca antes.
Las negociaciones para formar gobierno en Andalucía están mostrando ese revuelo que afecta también al resto de España. Más allá de los nombres que ocuparán la presidencia y las consejerías, se está hablando de la reducción de la presencia de la administración en la vida pública y privada, desmantelar el clientelismo, auditar la corrupción, mejorar la gestión de los servicios públicos, y regenerar la política. Parece que, sin ser iluso, se vuelve a hablar de ideas en la derecha, de esos principios que le dieron la identidad suficiente como para convertirse en una alternativa de gobierno.
El problema es ahora el encaje de las tres organizaciones del centro-derecha en una opción de gobierno. Las soluciones pasan, a esta hora, por un gobierno de coalición entre PP y Cs, que cuente con VOX de dos maneras posibles: ya sea con la entrega de consejerías, o bien con un pacto de investidura. Cualquiera de las dos opciones es necesaria, ya que sin los diputados del partido de Abascal sería imposible tener un gobierno estable frente a la alianza del PSOE con Adelante Andalucía.
Los pactos de investidura, sin embargo, solo favorecen a quienes los firman sin entrar en el gobierno. La situación es bien sencilla: permite apuntarse los éxitos gubernamentales, criticar al Ejecutivo con libertad, apretar lo que sea necesario atendiendo a los movimientos de opinión, y votar con la oposición o abstenerse si es menester. Esto proporciona una posición inmejorable ante el electorado porque parece aunar responsabilidad y fiscalización. De esta manera, firmar un pacto de investidura con un partido al alza, como VOX, asentado en la crítica de fondo y forma, sería un suicidio para el PP y Ciudadanos.
La dirección nacional de Ciudadanos ha tenido que sobreponerse al tacticismo de su organización catalana, que no quería a VOX ni en pintura, porque los de Arrimadas están siempre más pendientes de la imagen y de su resultado electoral que de la política con mayúsculas. El PP, sin embargo, se deja querer, quizá aliviado de que haya acabado su soledad.
Los de Abascal saben, por otro lado, que sentarse a negociar presentando un programa de máximos es la mejor manera de conseguir unos mínimos. Por eso hablan de cosas prácticamente imposibles, como la reforma del Estatuto de Andalucía, que precisa según el art. 147.3 de la Constitución que sea aprobada por las Cortes para su tramitación como ley orgánica. Devolver a la administración central competencias como educación o sanidad necesita un acuerdo con el PSOE, al menos, para que tenga solidez y sentido de Estado.
No obstante, esta situación a tres va a permitir que se hable y negocie sobre las cuestiones que el electorado del centro-derecha lleva rumiando en silencio hace mucho tiempo. Puntos que afectan a la corrección políticaque han impuesto las izquierdas y los nacionalistas, en connivencia con los años mudos del PP, y a los valores y principios olvidados, como la libertad y la igualdad de los españoles.
Esta es la razón de que asuste tanto a las izquierdas el que la derecha esté en pie de guerra, revuelta y viva, debatiendo sobre dogmas que solo ellas creyeron intocables. De aquí que un grupúsculo de esa generación que se crió a los pechos del socialismo obligatorio en escuelas y universidades, incluso en los medios de comunicación, salga a la calle con violencia y formas antidemocráticas a “luchar contra el fascismo”. Por eso aparece Pablo Iglesias y hace una “alerta antifascista”, porque la derecha vuelve a debatir sobre ideas, y las izquierdas no lo entienden ni soportan.
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