Juan Rallo analiza y refuta dos erróneas críticas que se hacen al capitalismo a raíz del Black Friday.
Artículo de su página personal:
El Black Friday, el viernes siguiente al cuarto jueves de noviembre, es la fecha en la que se inaugura oficialmente la temporada de compras navideñas en EEUU: evento que por lo general viene acompañado de importantes descuentos comerciales. Como tantas otras tradiciones estadounidenses, ésta también ha terminado filtrándose a los usos y costumbres españoles, motivo por el cual la inmensa mayoría de centros de distribución ofrecerán el próximo día 26 cuantiosas rebajas en la mayoría de sus productos.
Para muchos, esta nueva “moda” resulta enteramente criticable por dos motivos. El primero, que se trata de una conquista del imperialismo cultural yanqui; la segunda, que es una conquista que agudiza los rasgos más definitorios del espíritu capitalista, a saber, el consumismo desbocado aun a costa de un endeudamiento irrefrenable.
La primera crítica pasa por alto que toda cultura es fruto de una evolución histórica afectada por numerosísimas influencias y mestizajes desde el exterior, de modo que la importación de nuevas influencias que moldeen adicionalmente nuestra cultura heredada no tiene por qué ser algo necesariamente negativo. Si somos producto de la evolución, tiene poco sentido pensar que la evolución ha de detenerse con nosotros.
La segunda crítica tiene todavía menos fundamento: aunque suela pensarse que el motor fundamental del capitalismo es el consumo (o incluso el consumismo), semejante presupuesto es esencialmente incorrecto. Sin duda, el consumo es el propósito último de toda actividad humana de carácter productivo, tanto en sociedades capitalistas como en sociedades no capitalistas: producimos para consumir, no para dedicar esfuerzos y recursos a fabricar algo que nadie quiere utilizar más adelante. Por ello, no tiene sentido afirmar que el rasgo distintivo del capitalismo sea el consumo: más bien al contrario, el rasgo distintivo del capitalismo es emplear el ahorro de los ciudadanos para transformarlo en inversión productiva, esto es, en capital.
O dicho de otra forma, el ahorrador-rentista propio de la sociedad victoriana es un personaje mucho más típicamente capitalista que el comprador desenfrenado e impulsivo del Black Friday. Por ello, cuando se critica esta fecha por ser un monumento al capitalismo salvaje, en realidad se está criticando a un muñeco de paja. Que el capitalismo respete estrategias comerciales y comportamientos individuales consumistas —que respete que cada centro comercial escoja cuándo aplicar rebajas y que, además, cada persona escoja libremente cuánto quiere consumir hoy y cuánto quiere consumir mañana— no implica que eso sea consustancial al capitalismo.
Mucho más capitalista, de hecho, sería capitalizar el gasto que los futuros clientes del Black Friday tienen pensado efectuar la próxima semana: a saber, ahorrar ese dinero y, por ejemplo, destinarlo a comprar acciones de aquellas empresas que fabrican y venden esos productos o de cualesquiera otras que creamos que pueden contribuir a mejorar nuestro futuro. Capitalismo es ahorro e inversión para mejorar estructuralmente nuestros ingresos —y nuestra capacidad sostenible de consumo— en el largo plazo, no consumo alocado, cortoplacista e incluso financiado mediante deuda. Capitalismo es austeridad, no despilfarro público o privado.
En definitiva: respetemos a las personas que, libremente y sin coacciones, acudirán el próximo viernes a comprar masificadamente productos de todas las características y tipologías. Están tan en su derecho de hacerlo como el resto de quedarnos en casa y abstenernos de tales ofertas. Ahora bien, que no se nos intente engañar diciéndonos que semejante comportamiento es algo así como la apoteosis del capitalismo. No lo es: capitalismo es ahorro e inversión. Capital, en definitiva.
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