jueves, 24 de noviembre de 2016

¿Confunde usted el capitalismo con el mercantilismo?

Warren Orbaugh explica la general confusión (en gran medida interesada) entre el capitalismo y el mercantilismo (cuyas consecuencias se achacan al capitalismo), exponiendo en qué consiste cada una y las profundas diferencias que poseen (y que sirven para entender muchos males que se dan hoy en día). 
Fuente: República
A menudo me encuentro con personas que critican alguna política mercantilista tachándola de Capitalismo y proponiendo como solución otra política mercantilista. Confunden el Capitalismo con el mercantilismo, y si no se puede diferenciar el uno del otro, no es posible salir del nefasto eterno retorno en que nos encontramos sumidos.
El mercantilismo existe desde el siglo XVI y es un sistema de ideas políticas y económicas que se  caracteriza por una fuerte intervención del Estado en la economía  y el control de la moneda. El Estado pretende controlar los recursos naturales y mercados exteriores e interiores, protegiendo la producción local de la competencia extranjera, subsidiando empresas privadas y creando monopolios privilegiados mediante la imposición de aranceles a los productos extranjeros buscando la balanza comercial. También controla el incremento de la oferta monetaria, mediante la prohibición de exportar metales preciosos, y mediante la acuñación inflacionaria, siempre con vistas a la multiplicación de los ingresos fiscales.
El mercantilismo es un sistema socio-político-económico que no protege los derechos de los individuos. Al privilegiar a algunos, perjudica a otros. Los burócratas del sistema pueden regular y controlar las reiteradas transacciones entre los individuos en el mercado, por lo que pueden conceder ventajas y desventajas a quienes arbitrariamente escojan.   
El sistema mercantilista promueve la existencia  de grupos de presión poderosos – gremios, sindicatos, agrupaciones, comités – que bregan buscando privilegios para sí a costa de otros grupos o personas más débiles. La competencia en el mercado ya no es por quien sirve mejor al consumidor – esto queda en segundo plano – sino que por quien obtiene el mejor favor político, pues el sistema está estructurado para funcionar de esa manera.
Cualquier excusa sirve como pretexto para motivar la intervención de los funcionarios del Estado distorsionando el libre funcionamiento del mercado en nombre del interés del público: que si no se ponen aranceles la industria nacional de «llantas, o de cerveza, o de bebidas espirituosas, o de cigarrillos, o de calzado, o de lo que usted quiera,» quebrará y se perderán cientos de empleos; que si se ponen aranceles, los productos serán más caros para el consumidor, impidiendo así la utilización de recursos que de otra manera se ahorrarían, en la creación de nuevos empleos y más riqueza; que si no se devalúa la moneda, la industria nacional perderá competitividad en el mercado internacional;  que si se devalúa la moneda, las importaciones de materias para la producción serán más caras y la industria nacional perderá competitividad en el mercado internacional;  que si no se mantiene la estabilidad de precios los consumidores se verán perjudicados; que si se mantiene la estabilidad de precios se provocará escasez de aquellos productos cuyos costes superen las rentas y los consumidores se verán perjudicados; que si no se establece un salario mínimo, los obreros vivirán en condiciones infrahumanas; que si se establece un salario mínimo, los obreros marginales quedarán desempleados y condenados a vivir en condiciones infrahumanas;  etc. etc. etc. Por eso, en este sistema, no es de extrañar que los empresarios intenten protegerse contra los abusos administrativos comprando a los funcionarios. 
Adam Smith, el filósofo escocés de la Ilustración, pionero de la economía política, fue un crítico del mercantilismo. Su libro “La Riqueza de las Naciones” trata de eso precisamente. Es una crítica severa al sistema mercantilista y propone como mejor medio para enriquecer a las naciones, el libre mercado, o sea, la no intervención del estado en la economía. Cito a continuación: 
“Nada, sin embargo, puede ser más absurdo que esta doctrina de balanza comercial, sobre la que se fundamenta, no sólo estas restricciones, sino casi todas las otras regulaciones al comercio. Cuando dos lugares comercian uno con otro, esta doctrina supone que, si la balanza es equilibrada, ninguno de los dos pierde o gana; pero si se inclina en cualquier grado hacia un lado, que uno de ellos pierde, y el otro gana en proporción a su declinación del equilibrio exacto. Ambas suposiciones son falsas. Un comercio que ha sido forzado por medio de premios y monopolios, puede ser, y comúnmente es, desventajoso para el país que se quiere favorecer mediante su implementación, como me empeñaré en mostrar a continuación. Pero aquel comercio que, sin forzarlo o constreñirlo, se da natural y regularmente entre dos lugares, es siempre ventajoso a ambos.”  [Smith, Adam. La Riqueza de las Naciones. Libro IV. Cap. iii.]
Lo que Smith recomendó – el mercado libre, no forzado ni constreñido, protegido por las leyes de un sistema socio-político – es lo que denominamos Liberalismo o Capitalismo. Fue elaborado por los filósofos, sociólogos y economistas del siglo XVIII y principios del siglo XIX –John Locke; David Hume; Adam Smith; David Ricardo; Jeremy Bentham; Wilhelm von Humboldt; John Adams; Thomas Jefferson; Benjamín Franklin; Alexander Hamilton. Es producto de la aplicación de las teorías científicas a la vida social de los hombres. Se basa en considerar exclusivamente el comportamiento de los individuos en este mundo, interesándose primordialmente por aumentar el bienestar de los hombres. Reconoce que el instrumento de supervivencia del hombre es su mente – que es la forma de consciencia propia del ser humano, una consciencia capaz de conceptualizar a partir de la evidencia de la realidad proporcionada por su orden sensorial que interactúa con el mundo. Sin embargo, la función biológica de la mente no se reduce sólo a la cognición, sino que incluye la evaluación y la regulación de la acción. Como el hombre debe actuar, su supervivencia depende de que identifique los hechos de la realidad para poder regular su acción de acuerdo a lo identificado. Lo que conecta su cognición con la regulación de su acción es la evaluación. La evaluación es el proceso de identificar la relación benéfica o dañina de algún aspecto de la realidad consigo mismo. Las evaluaciones generan deseos, emociones y metas. Si los valores y metas del hombre están en conflicto con los hechos de la realidad y con sus propias necesidades como organismo vivo, necesariamente y sin quererlo se encamina a la autodestrucción. Por eso es que la supervivencia del hombre requiere que la función evaluativa de su consciencia se fundamente en una función cognitiva correcta, es decir, que sus valores y metas sean elegidos en el contexto de su conocimiento y entendimiento racional, y sobre todo, que pueda actuar de acuerdo a esta evaluación. Si el individuo no puede actuar de acuerdo a su mejor juicio, si no es libre, ve limitada sus posibilidades de supervivencia.
El Liberalismo o Capitalismo libera al individuo dedicado escrupulosamente al uso de su mente, para que actúe, para que emprenda de acuerdo a su mejor juicio, pues es un sistema socio-político basado en el reconocimiento de los derechos individuales – derecho a la vida, derecho a la libertad, derecho a la propiedad – en el que toda propiedad es privada.  De esta manera desaparecen las antiguas barreras que separaban a amos y siervos. Elimina todo privilegio – ley privada – y ya sólo existen ciudadanos con derechos iguales. A nadie se le puede perseguir o rechazar por su pertenencia étnica, por su raza, por su género, por sus convicciones o por su fe.
El Liberalismo o Capitalismo identifica que la mejor manera de sobrevivir, muy superior a la acción aislada del individuo, es por medio de la cooperación social basada en la división del trabajo y del intercambio comercial, que no se puede dar sin la institución de la propiedad privada. Es la división del trabajo y el intercambio comercial lo que hace del hombre, débil y físicamente inferior a la mayoría de los animales, el dominador de la tierra y el creador de las maravillas de la técnica.   
El Liberalismo o Capitalismo libera al empresario productor para que emprenda de acuerdo a su mejor juicio y  produzca lo que advierte o supone será demandado por el consumidor. Y también libera al consumidor para evaluar de acuerdo a su mejor juicio la utilidad que una nueva creación tenga para él. Puede así, elegir entre varias ofertas o por ninguna. Y su elección determina los precios –que no son lo que pide el oferente por su producto, sino el resultado de las valoraciones del comprador marginal y del oferente marginal que se abstiene de vender, y las valoraciones del vendedor marginal y las del potencial comprador que se abstiene de comprar, fijados y expresados en cantidades dinerarias – que informan al empresario productor de las mutaciones del mercado y de en donde debe acomodar los recursos, es decir, en que actividad productiva debe invertir para obtener ganancias.
El Liberalismo o Capitalismo hace posible la previa planificación de la acción mediante el cálculo monetario de los costes y beneficios esperados. El cálculo monetario – imposible en el socialismo pues depende de la propiedad privada y limitada en el mercantilismo por la distorsión de la información del mercado mediante la estabilización de precios – es  la brújula que guía al hombre cuando se lanza a producir. Sólo es practicable en el marco institucional de la división del trabajo y de la propiedad privada de los medios de producción, o sea, dentro de un orden donde los bienes y servicios se compran y venden libremente contra un medio de intercambio comúnmente aceptado: el dinero.  
El cálculo monetario alcanza su máxima perfección en la contabilidad de capital que indica al emprendedor el importe monetario de los medios de producción de que dispone, permitiéndole confrontar dicha cifra con los resultados de su acción en el mercado. Dichos resultados son los que le informan de las mutaciones que han registrado los negocios para apreciar los éxitos y los fracasos, las ganancias y las pérdidas. De esta noción del importante papel que juega el capital en el sistema de libre empresa es que éste deriva su nombre de Capitalismo, como lo observa Ludwig von Mises: 
“Con el único fin de denigrar y desprestigiar el sistema de libre empresa, se le califica de régimen capitalista, de capitalismo. Sin embargo, se trata de un término que le cuadra perfectamente, ya que destaca el rasgo más característico del sistema, su principal excelencia, es decir, el papel que en él desempeña la noción de capital.”
 [Von Mises, Ludwig. La Acción Humana (Unión Editorial, Madrid, 2007) 278]
Sin embargo, no debemos olvidar de que lo que aquí discutimos es de teorías socio-políticas, es decir, de teorías normativas, que indican como deben interrelacionarse los individuos en una sociedad. En la realidad de toda esfera política económica apreciamos tan sólo una aproximación más o menos amplia al Capitalismo. Los países que más se acercan y aplican con más consistencia dicho sistema son los que crean más riqueza y gozan de un nivel más alto de vida, los que no, no.
El mercantilismo pues, es un sistema socio-político-económico de fuerte intervención Estatal en la economía, violando los derechos de algunos, privilegiando a otros, restringiendo la libertad de todos  a emprender según su mejor juicio, y bastante ineficiente en la creación de riqueza para todos.
El Capitalismo, por el contrario, es un sistema socio-político-económico de abstención Estatal en la economía, permitiendo que el mercado funcione eficientemente comunicando por el sistema de precios las valoraciones de quienes en él participan, protegiendo los derechos individuales de todos, haciendo imposible todo privilegio, liberando a todos para emprender según su mejor juicio, y el más eficiente para la creación de riqueza para todos. 
No debemos confundir pues, el mercantilismo con el Capitalismo.

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