viernes, 18 de noviembre de 2016

El odio, un arma populista contra la libertad

Antonio José Chinchetru analiza uno de las principales herramientas de todo populismo para conseguir su objetivo: el odio.

El conocimiento inútil, una de las obras fundamentales de Jean-François Revel, arranca con una frase muy conocida: "La primera de las grandes fuerzas que mueven el mundo es la mentira". No vamos a enmendar la plana aquí al genial autor francés, uno de los que más influyó en su momento en quién escribe estas palabras, pero sin duda alguna hay al menos otra gran fuerza que en determinados momentos tiene tanto o más poder que la falsedad. Nos referimos al odio.
Existe una vieja maldición que se suele atribuir a los chinos, si bien también es posible encontrarla en compilaciones de dichos sefardíes, que proclama: "Ojalá vivas tiempos interesantes". Y en estos momentos muchas sociedades occidentales viven una de esas épocas convulsas, en las que todo puede ocurrir y el peligro populista acecha en gran cantidad de países. Y son precisamente los populismos los que más y mejor manejan el odio como herramienta de movilización y de captación de nuevos seguidores.
Esa fobia de determinados grupos humanos o a sistemas políticos y económicos concretos necesita, dando toda la razón a Revel, de la mentira. El odio se fundamenta en mentiras, en culpar a otros de la mala situación por la que pasan los ciudadanos a los que los populistas pretenden movilizar en provecho propio. Pero no sólo eso, hay una falsedad aún más profunda. El odio es un sentimiento negativo, por lo que a casi nadie le gusta reconocerse como un odiador. Lo que se hace por tanto es darle la vuelta y presentarlo como todo lo contrario: amor.
El Frente Nacional y otros grupos similares de Europa no se retratan a sí mismos como xenófobos. Dicen que su rechazo al extranjero es amor a Francia, o a Hungría, Holanda o el país que corresponda. Desde el UKIP su rechazo a la UE no se muestra como odio a la Europa continental, sino como patriotismo británico. Y el nacionalismo catalán o vasco usan argumentos similares con respecto a su fobia al resto de España. Podemos no se encuentra al margen de todo esto.
Los líderes de la formación morada hablan constantemente de "amor” o han usado eslóganes como "su odio, nuestra sonrisa". Ellos y sus seguidores, nos quieren hacer creer, no son los odiadores. Al contrario, se muestran como buenas personas cargadas de las mejores intenciones. Ellos pretenden que aman a "la gente" o "los de abajo", que su odio es un sentimiento positivo a favor del "pueblo" frente a una "casta" política y económica que se agrupan como "los de arriba".
 Sin embargo, lo que les moviliza a todos ellos no es el amor. Es el odio más primario. Es el rechazo más brutal e irracional a aquellos a los que identifican como enemigos, tanto internos como externos. Y para incentivar esas fobias es necesario mentir. Hay que acusar a "los ricos" de robar a "los pobres". Se debe decir, en el caso de los xenófobos europeos (incluyendo los pocos ultraderechistas españoles), que "los inmigrantes nos quitan el trabajo" o que "la Unión Europea expolia a Reino Unido". No falta, por supuesto, el nacionalista que proclama "España nos roba".
Esta combinación de mentira y odio mutuamente retroalimentados es un peligro para las sociedades abiertas y la libertad individual. Como acertadamente señala Juan Milián en El acuerdo del seny:
La paradoja de las ideologías que hablan de amor a un grupo es que acaban creando un enemigo, sea interno (por ejemplo, los empresarios) o externo (otro país) y acaban otorgando el poder a un líder con ínfulas mesiánicas y presentado como gran intérprete de la voluntad del pueblo o de la clase.
Esperemos que estos tiempos interesantes que nos han tocado vivir no terminen como los de hace algo menos de un siglo, el afianzamiento en el Viejo Continente de las peores ideologías totalitarias. Para ello, debemos recordar una cita de quien fuera el presidente de la Checoslovaquia recién liberada del comunismo, Václav Havel: "Estamos obligados a luchar enérgicamente contra todos los eventuales gérmenes de odio colectivo". Como también señaló el que fuera uno de los más destacados disidentes en los países sometidos a la bota soviética: "El amor y la verdad deben prevalecer sobre la mentira y el odio". Y si no es el amor, que sea al menos la tolerancia y la voluntad de convivencia pacífica entre seres humanos que se respetan unos a otros.

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