Santiago Navajas analiza la abyección del comunismo y la empatía que se tiene con los mitos y la dificultad que en política la razón venza a las emociones.
Artículo de Voz Pópuli:
Los tanques soviéticos cerca de Checkpoint Charlie. 1961. The Central Intelligence Agency
El mismo día que fallecía Fidel Castro se celebraba el Black Friday en todos los países capitalistas, los fans de Augusto Pinochet lo recordaban en la fecha de su nacimiento y se conmemoraba el genocidio de Holodomor, el asesinato masivo que perpetró Stalin contra los ucranianos que se habían negado a sus planes de colectivizar la agricultura. La venganza del dictador comunista contra esos “pequeños burgueses” apegados a sus tierras, “la propiedad privada es pecado”, consistió en hacer que se murieran de hambre. Cuatro millones de muertos en dos años. El objetivo último era implantar en los ucranianos el “gen del miedo y la obediencia”. Es decir, la esencia del totalitarismo y el mínimo común denominador entre el fascismo y el comunismo.
Justin Trudeau, el primer ministro de Canadá, uno de los pocos países que reconocen oficialmente el genocidio ucraniano (la Rusia de Putin lo niega porque, argumenta, es un “invento de Occidente”), en un tuit recordaba a las víctimas de Holodomor, sin mencionar al comunismo, pero en otro tuit llamaba a Fidel Castro “revolucionario legendario”, aplaudiendo sus “significativas mejoras en la educación y el bienestar”, por lo que todos “reconocen su tremenda dedicación y amor por la gente cubana”. No pensaba así el no menos legendario poeta Reinaldo Arenas que, en el documental Conducta impropia de Nestor Almendros sobre la represión castrista, denunciaba las cárceles políticas en las que los comunistas torturaban y asesinaban a disidentes políticos y/o “desviados sexuales”. Cuando más tarde se suicidó, Arenas escribió que sólo había un culpable de su muerte: Fidel Castro. La que sí ha vivido hasta nuestros días “las significativas mejoras en la educación y el bienestar” de los cubanos en tiempos de la tiranía de los Castro es Yoani Sánchez que en una serie de tuits retrataba la miseria del campo de concentración que es la isla para los cubanos que no han logrado huir a Miami
#Cuba Su legado: un país en ruina, una nación donde los jóvenes no quieren vivir#LaMuerteDeFidelCastro
#Cuba Durante mi infancia y adolescencia Fidel Castro decidió desde lo que comí, hasta el contenido de mis libros escolares...
El caso de Trudeau es revelador de cómo ciertos izquierdistas siguen apegados empáticamente a sus mitos y de lo difícil que es en política que la razón venza a las emociones. En su comunicado de elogio al dictador, o el “héroe” según otros líderes intelectuales de la izquierda y Premios Nobel de la Paz como Adolfo Pérez Esquivel o Kailash Satyarthi, Trudeau se refería a la amistad de su padre con el dictador al que llamaba “amigo”. Se atribuye a Aristóteles que “amicus plato sed magis amica veritas” (“amigo soy de Platón pero más de la verdad”). Pero, sin embargo, la querencia a las emociones cálidas suele ser preferida a la atracción hacia las frías abstracciones y la pasión por la evidencia empírica. A más corazón, menos cerebro (aunque no ocurre que a menor cerebro, menos corazón, sino todo lo contrario). Ese sesgo emocional hacia los sentimientos que configuran nuestra identidad, de los patrióticos a los deportivos pasando por los religiosos o los políticos, es el más formidable freno al reconocimiento de la verdad.
Esto no es nuevo. George Orwell escribió en la década de los 30 que
La mayor parte de la élite intelectual inglesa se opone Hitler, pero sólo a cambio de apoyar a Stalin. La mayoría de ellos apoyan métodos dictatoriales, policías secretas y la sistemática falsificación de la Historia siempre que beneficie “a los nuestros
Mientras, en la senda de Trudeau, caían en la ignominia desde Barack Obama a Jill Stein, la candidata a la Casa Blanca del Partido Verde (“Fidel Castro era un símbolo de la lucha por la justicia a la sombra del imperio. Presente!”) cada vez más claro el clima cultural que ha propiciado la victoria de alguien de la catadura de Donald Trump), de gente como Juncker en Europa (“Con la muerte de Fidel Castro, el mundo ha perdido un hombre que fue un héroe para muchos”) y Bachelet en América del Sur (“Mis condolencias al Presidente Raúl Castro por la muerte de Fidel, un líder por la dignidad y la justicia social en Cuba y América Latina”). Sólo liberales como Cecilia Malmström, comisaria de comercio de la UE, mantenía la cabeza clara y la voluntad firme
Fidel Castro era un dictador que reprimió a su pueblo durante 50 años. Lo extraño es escuchar tantos reconocimientos en los medios hoy
Cada vez más la “política de la identidad”, para la que lo que importa son los sentimientos de pertenencia, sustituye a la “política de la ilustración”, en la que lo decisivo son las conceptos y los valores. Lo relevante para esta neopolítica sentimental, como bien vio Orwell, no es la denuncia de las dictaduras sino defender a “nuestras” dictaduras. No razonar con lógica y basándose en datos sino racionalizar los sentimientos, blindando las emociones. Acercar la política no al terreno de la ciencia empírica y la filosofía crítica sino al de la religión dogmática y el deporte de masas. Los mismos que claman contra la “post verdad” llaman a Castro, “Fidel”, con complicidad de secuaces. En lugar de “tirano”, “héroe”. Y se refieren a las víctimas como “gusanos”. Es muy triste no ser facha o progre. Sin un dictador al que admirar como un héroe. Y, al mismo tiempo, con la sensación de que su paraíso sería tu infierno. No lo llames comunismo, llámalo Holodomor.
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