Javier Benegas analiza la guerra contra los niños por parte de los ideólogos del género, así como la cuestión de la brecha de género entre los niños y niñas, y que muestra una vez más que la evidencia y los hechos difieren y mucho respecto a la imaginería "patriarcal" que pretenden imponernos.
Artículo de Disidentia:
Recientemente, a los dos leones Daoíz y Velarde, que flaquean el acceso al Congreso, se añadió una leona (de cartón). El mensaje era claro, Daoíz y Velarde simbolizan “fuerza, bravura, liderazgo”. Pero “los símbolos y referentes también deben cambiar para conseguir la igualdad”.
La colocación de la figura de la leona fue iniciativa de la ONG Plan International que, bajo el hastag #GirlsGetEqual, promueve la igualdad de las niñas en todo el mundo, con especial énfasis en lo que se refiere a la educación.
Este tipo de iniciativas parten sin embargo de un error de base: asumen la discriminación como un fenómeno generalizado y uniforme, cuando lo cierto es que poco o nada tiene que ver la situación de las niñas en un país como España respecto de otros como la India o Egipto.
De hecho, en los países desarrollados, esta supuesta discriminación no sólo ya no existe, sino que se ha invertido. Ahora son los niños los que necesitan ser ayudados. Sin embargo, esta nueva realidad no encaja con la teoría del patriarcado, que exige, entre otras cosas, la feminización de los hombres.
Una teoría si base científica
Durante muchos años, los movimientos feministas han venido denunciando que el sistema educativo favorece a los niños y encasilla a las niñas. Psicólogos y sociólogos han defendido esta opinión con numerosos libros y estudios en los que se demostraría que los niños, además de verse favorecidos por el sistema educativo, serían cada vez más propensos a la violencia.
Sin embargo, los estudios que sirven para sustentar la idea del privilegio masculino en las escuelas y universidades están llenos de errores. Y casi ninguno ha sido publicado en revistas profesionales para ser revisados por pares. De hecho, la realidad que muestran los datos es muy distinta. Ya no son las niñas las que se encuentran en el lado perdedor de la brecha de género: son los niños los que están en serios apuros.
Según los sucesivos informes PISA, los niños están de media año y medio por detrás de las niñas en lectura y escritura y son mucho más propensos al abandono escolar que las niñas. Además, las mujeres lideran las matriculaciones en la universidad, con una diferencia sobre los hombres de más de 10 puntos. Una diferencia que, lejos de reducirse, se amplía cada año.
En lo único que los niños tienen una cierta prevalencia es en las actividades deportivas, circunstancia que los grupos feministas han puesto ya en su punto de mira, pero en todo lo demás la brecha de género se ha invertido.
Las chicas superan a los chicos en habilidad artística y musical, están más comprometidas con las tareas escolares, suspenden mucho menos que los chicos en cualquier materia y son mayoría en los programas de estudio en el extranjero. Por su parte, los niños tienen hasta tres veces más probabilidades de recibir un diagnóstico de trastorno por déficit de atención y están mucho más involucrados en delitos, alcohol y drogas. Por último, aunque es cierto que las niñas intentan suicidarse con más frecuencia, son los niños los que lideran las cifras de suicidios consumados.
La evidencia de que la brecha de género se ha invertido está animando un revisionismo masivo, pero lamentablemente se trata de un revisionismo silencioso. A pesar de que las evidencias son abrumadoras, todavía resulta políticamente incorrecto lanzar la voz de alarma y advertir que, de seguir esta tendencia, no serán las niñas sino los niños los adultos del mañana con una vida muy precaria.
La ‘feminización’ como antídoto contra la violencia
En cuanto a la mayor conflictividad de los niños y su propensión a la violencia, los ideólogos del género apuntan a la dependencia de los viejos estereotipos masculinos. La “presión de las normas culturales”, que impondría la masculinidad en detrimento de la feminidad, los separaría prematuramente de sus madres, provocándoles desórdenes psicológicos.
Así pues, alejar a los niños de la feminidad para sumirlos en la cultura de la virilidad, donde se ensalzaría la guerra y la economía capitalista, sería la principal causa de la violencia de los varones. En consecuencia, la solución consistiría en invertir este proceso: en vez de potenciar la tradicional autoafirmación de los varones, debería promoverse su emancipación de los valores masculinos; es decir, feminizarlos.
Esto ha desembocado en el intento de cambiar la naturaleza misma de la infancia. Se trata de mantener a los niños unidos a sus madres, en detrimento de sus padres, y así socavar el sistema de socialización que, en opinión de los ideólogos del género, es esencial para la perpetuación de las sociedades patriarcales.
De nuevo el empirismo brilla por su ausencia. Décadas de investigaciones sugieren que no es el alejamiento de la madre el problema, sino el alejamiento del padre. Los datos demuestran que los niños con mayor riesgo de recaer en la delincuencia y la violencia son los que están físicamente separados de sus padres.
En los Estados Unidos, por ejemplo, en 1960 la Oficina del Censo informaba que el número de niños que vivían solo con su madre era 5.1 millones; en 1996 habían pasado a ser de más de 16 millones. Y a medida que la ausencia de la figura paterna había aumentado, también había aumentado la violencia.
En este sentido, el sociólogo David Blankenhorn afirmó que “a pesar de la dificultad de probar la causalidad en las ciencias sociales, el peso de la evidencia apoya cada vez más la conclusión de que la ausencia de padre es un generador primario de violencia entre los hombres jóvenes”. Otros expertos van incluso más lejos y aseguran que la ausencia de la figura paterna es el mayor factor de riesgo para el correcto desarrollo del niño, por delante incluso de la situación económica o la pertenencia a determinados grupos de población en riesgo de exclusión.
Educar y formar correctamente a los jóvenes varones es el problema de cualquier sociedad a lo largo del tiempo. Antes, este problema era abordado desde un enfoque tradicional, donde se forjaba el carácter del joven inculcándole el sentido de honor y convirtiéndole en lo que antes se llamaba un caballero. Este enfoque respetaba la naturaleza masculina de los niños. Y funcionaba razonablemente bien. De hecho, a pesar de la crisis de la masculinidad, los jóvenes siguen identificando estos valores como valores deseables.
Por el contrario, lo que proponen los ideólogos del género es educar a los niños anulando su masculinidad. O lo que es lo mismo, criar a los niños como criamos a las niñas. Sin embargo, les guste o no, niños y niñas son equivalentes, pero no iguales. Y disminuir la masculinidad de los niños y separarlos de la figura paterna tradicional no sólo resulta muy perjudicial para su desarrollo, sino que además es abusivo.
La falsa creencia de que el niño es un privilegiado y que, por su culpa, las niñas están siendo discriminadas, le convierte en cómplice de un presunto crimen social. Constantemente se le traslada al niño la idea de que posee un gran poder por el simple hecho de haber nacido hombre. Pero él jamás han percibido tal poder. En realidad, la chica que se sienta a su lado en el aula probablemente sea mejor estudiante, más madura, más responsable y más equilibrada que él. Y tendrá muchas más probabilidades de acceder a la universidad, terminar una carrera y ganarse la vida dignamente.
La inversión de la brecha de género es un fenómeno muy real que pone en riesgo el futuro de millones de niños. Sin embargo, los niños no están recibiendo a penas ayuda por cuestiones puramente ideológicas. En lugar de eso, se insiste en socavar su masculinidad, aumentando aún más su vulnerabilidad y su desconcierto.
Es evidente que los ideólogos del género no pueden seguir escribiendo las reglas.
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