Tania Díaz Castro analiza la "dolce vita" de los izquierdistas políticos sudaméricanos.
(Foto tomada de internet)
Nunca olvidaré la primera vez que supe de un izquierdista que vive con mucho dinero. Me ocurrió en 1961, en Santiago de Chile, donde pasé unos días. Allí vi por fuera las impresionantes residencias de Salvador Allende y del poeta Pablo Neruda.
Pasaron los años y un buen día visité el magnífico penthouse de otro poeta, esta vez de Nicolás Guillén, en el edificio Someillán, del Vedado, donde por los años cincuenta del siglo pasado solo vivía la clase social más alta de La Habana. Más tarde pude conocer otras residencias de los nuevos ricos de Cuba, pertenecientes a la Revolución castrista.
No sé cómo me acostumbré a verlos como dirigentes de los más pobres, disfrutando de una vida de lujos, en casas que no eran suyas.
Y es que los que se dicen “de izquierda”, sean políticos, intelectuales, futbolistas, pintores y sobre todo mandatarios, no sienten ninguna pena o pudor alguno por vivir como ricos entre los pobres, como si eso fuera la cosa más natural del mundo.
Si hubiera visto por un huequito a Neruda, mi poeta preferido en aquellos tiempos, sentado ante una cena opulenta y servido por su mayordomo elegantemente uniformado, me hubiera muerto de tristeza.
Es por eso que dejé de creer en el comunismo, de todos esos cínicos que se dicen “de izquierda”.
En esta historia no queda títere con cabeza.
Empecemos con Anita Halkin. En 2006, siendo presidenta del Partido Comunista Británico y a sus 62 años, se embolsó treinta millones de euros al vender en subasta una obra pictórica de Ernst Ludwing Kirchner, según dijo, herencia de su familia.
Al año siguiente, otro hecho dio a conocer que el ex líder soviético, Mikhail Gorbachev, en busca de buenas sumas de dinero, se prestó a exhibir un elegante bolso marca Vuitton, sentado en un auto y usando como fondo una gran foto del Muro de Berlín. Las fotos fueron publicadas durante la campaña de la marca Louis Vuitton, donde participaron además célebres actrices del cine europeo.
Pero lo que más llama la atención en estos momentos son esos mandatarios izquierdistas, que por una parte critican la desigualdad social y por el otro, llevan una vida de lujos y privilegios, a la vista de los pobres que, o son miopes, o morbosos. Mandatarios que se han hecho de una fortuna sólo modificando la Constitución de sus países, ante su evidente sed de poder perpetuo.
Mencionar a muchos de ellos no es difícil.
Dejemos a un lado el millonario del Vaticano y comencemos con el acaudalado Putin y los veinte millonarios rusos de la nueva Rusia –uno es mujer–, y con Kim Jong Un, líder de Corea del Norte. Le sigue Cristina Fernández, de Argentina, con sus viajes en helicópteros y grandes negocios privados, la Primera Dama nicaragüense, con sus 400 vestidos para seguir a su millonario marido junto a los ocho hijos en “misiones de trabajo”, Dilma de Brasil y las 52 habitaciones en un hotel de lujo que reservó, más 17 coches, para una visita de tres días al Papa Francisco, Hugo Chávez, con sus costosos trajes de marca que usó durante sus 14 años de mandato, acompañados de relojes que usan sólo los millonarios y sus jets privados para toda la familia.
¿Y qué me dicen del avión que se compró Evo Morales, a un costo de 29 millones de dólares, para sus viajes por el mundo, que nada benefició a los indios bolivianos? ¿O de Rafael Correa, que compró en 170 mil euros un lujosísimo apartamento en Bélgica, para su esposa e hijos de nacionalidad belga?
Todos ellos pertenecen al selecto club de los intranquilos millonarios izquierdistas, que jamás se esforzaron trabajando para lograr sus millones. Son, eso sí, socialistas y antiimperialistas que, para perpetuarse en el poder, se valen de los pobres tontos.
Y hablando de los pobres tontos, dejemos para el final a la familia Castro Ruz, hijos, yernos y todo lo demás. Un verdadero imperio económico en medio de un pueblo que se alimenta a base de picadillo de soya, pan crudo sin sal ni manteca y ron a granel para olvidar las penas diarias.
Esa extensa familia disfruta de las propiedades de aquellos cubanos que se hicieron ricos en base a su esfuerzo durante años, a través de industrias, fincas y otros medios laborales y que fueron despojados de lo que les sigue perteneciendo por derecho propio.
El viejito vietnamita Ho Chi Minh no se libra de esta corrida, al recibir con agrado por los años sesenta un avión semanal, fletado especialmente para él desde La Habana, con frascos del famoso helado cubano marca Copelia.
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