viernes, 11 de noviembre de 2016

La mejor propuesta de Trump: su reforma sanitaria

Juan Rallo analiza la mejor propuesta (a diferencia de otras alocadas o contraproducentes) de Trum: su reforma sanitaria. 
Artículo de El Confidencial:
Foto: Primer encuentro entre Trump y Obama en la Casa Blanca. (Reuters)Primer encuentro entre Trump y Obama en la Casa Blanca. (Reuters)
El programa económico de Donald Trump es, en términos generales, un despropósito: keynesianismo fiscal (rebaja impositiva con aumento del gasto público) más mercantilismo comercial (proteccionismo exterior para preservar aquellas industrias nacionales más ineficientes y esclerotizadas). La única esperanza frente a tan erróneas propuestas es que el Congreso republicano consiga domar a la bestia y aportar algo de cordura a su plan: mucho menos gasto público —no más— y abandono del rearme arancelario.
Donde, por el contrario, el programa económico original de Trump no necesitará de ninguna alteración significativa para arrojar buenos resultados es en el ámbito sanitario. Como es sabido, uno de los grandes problemas de EEUU es el progresivo encarecimiento de su sanidad (el gasto de los estadounidenses en esta rúbrica supera el 17% del PIB, casi el doble que en España). Aunque se suele describir el sistema sanitario estadounidense como “sanidad privada”, en realidad se trata de una sanidad privada muy intervenida (y muy mal intervenida) por el sector público: por el lado de la oferta, se limita regulatoriamente la competencia entre médicos, farmacéuticas y aseguradoras; por el lado de la demanda, se incentiva fiscalmente a que todos los gastos sanitarios de la ciudadanía se socialicen en el interior de unos seguros que han de ser contratados por el empleador. El resultado es desastroso: poca competencia más mucha demanda socializada es igual a precios exorbitantes, lo que además excluye del acceso a la sanidad a todos aquellos ciudadanos que se hallen en paro y que, por consiguiente, carezcan de un seguro sanitario (pues éste ha de ser contratado por el empleador para que resulte fiscalmente deducible).
Para resolver este absoluto desaguisado existen esencialmente dos vías:profundizar en la estatalización de la sanidad estadounidense (hasta terminar adoptando alguno de los modelos vigentes en Europa) o revertir el intervencionismo sanitario y restablecer el libre mercado. Los modelos sanitarios europeos consiguen controlar el gasto sanitario por la vía de restringir la cantidad de servicios prestados (listas de espera, prestaciones no cubiertas, hacinamiento en los hospitales…) y por la de controlar los precios de esos servicios (el Estado es un monopsonio, o el coordinador regulatorio de un oligopsonio, que por tanto puede tirar los precios a la baja, como sucede en Europa con el salario de los médicos o el coste de los fármacos). Los modelos sanitarios liberales consiguen controlar los costes con competencia de oferentes y autolimitación del gasto por parte de los demandantes: Singapur, por ejemplo, cuenta con un modelo sanitario muy cercano al de libre mercado y su gasto es la mitad que el de España.
Hallándose EEUU en una encrucijada (más estatalización o más liberalización sanitaria), ¿qué propone Trump al respecto? Pues, por fortunamás libertad sanitaria. De entrada, su prioridad consiste en abolir ipso facto la principal punta de lanza de avance de la neoestatalización sanitaria en el país: el 'Obamacare'.
Acto seguido, el republicano plantea medidas para liberalizar la oferta: primero, permitir que las aseguradoras comercialicen sus seguros sanitarios en todos los estados de la unión, potenciando así la competencia intraestatal en lugar de la cartelización regional; segundo, levantar las restricciones a la importación de medicamentos extranjeros autorizados en origen (por ejemplo, que medicamentos autorizados por la Agencia Europea de Medicamentos puedan venderse en EEUU sin necesidad de que lo apruebe la FDA); tercero, exigir mayor transparencia de precios a médicos y hospitales para que sus tarifas sean más fácilmente comparables entre sus ciudadanos.
Y, finalmente, el programa de Trump también impulsa una mayor liberalización de la demanda. Primero, extender la deducibilidad fiscal de los seguros sanitarios a las personas físicas: esto es, que los gastos en seguros sanitarios no sean solamente deducibles cuando los contrate el empresario (de modo que un trabajador parado con ahorros pueda mantener su cobertura sanitaria sin un coste desproporcionado). Segundo, establecer cuentas de ahorro sanitario individuales plenamente deducibles fiscalmente, de modo que los individuos no posean el perverso incentivo tributario a contratar seguros que cubran cualquier tipo de gasto sanitario (sea éste actuarialmente asegurable o no). Tercero, limitar parte de la demanda pública de sanidad (Medicaid) traspasándole su entera gestión a los distintos estados (minimizando incentivos perversos principal-agente). Con estas medidas, la demanda sanitaria de los estadounidenses se irá racionalizando con el paso del tiempo (no se sobredemandará sanidad premium por el hecho de que su coste esté socializado vía seguros) y, por tanto, los precios irán moderándose o incluso descendiendo gracias a la mayor competencia.
En definitiva, las propuestas sanitarias de Donald Trump se orientan todas ellas en la buena dirección, a saber, en la dirección de un mercado sanitario libre: más competencia en la oferta y menor socialización del gasto en la demanda. A diferencia de sus restantes ocurrencias económicas —un batiburrillo nacionalista, mercantilista y keynesiano—, en el ámbito sanitario sí se desarrolla un plan serio e inteligente para reparar los muchos males que castigan el sistema sanitario estadounidense desde hace décadas. No es ni el óptimo ni el más exhaustivo de los programas posibles (sigue habiendo muchos cabos sueltos, sobre todo en materia de transición), pero es con diferencia el mejor de cuantos han pretendido aplicarse en el último medio siglo. Ahora sólo falta que, al igual que hacen todos los políticos, no incumpla la palabra dada en este ámbito.

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