Luís I. Gómez analiza el apocalipsis poblacional que abarca desde Malthus al ecologismo actual.
Artículo de Disidentia:
Algunos ven en esta representación de nuestro mundo la evidencia de la dinámica con que la humanidad se ha extendido por todo el planeta. Otros, muchos, se estremecen, porque ven en ella la destrucción temeraria de la naturaleza a manos del ser humano y comparan el patrón de puntos brillantes con el crecimiento de cultivos bacterianos en una placa Petri. Considero que ambos puntos de vista deben ser desterrados al reino del sentimentalismo mágico porque ninguno de ellos resiste una evaluación racional.
De hecho, lo que la imagen muestra es simplemente cuán desolada y vacía está la tierra. Dejando a un lado los océanos, llama la atención la enorme extensión continental que permanece casi completamente sumergida en la oscuridad durante la noche. Después de 200.000 años de existencia, después de 10.000 años de agricultura, después de 250 años de revolución industrial, el Homo Sapiens permanece principalmente recluido en las latitudes medias del hemisferio norte, limitado a las regiones costeras y a lo largo de los principales ríos.
Por definición, la compatibilidad de la civilización con el mundo natural y salvaje es extremadamente baja y, a pesar de todas nuestras hazañas científicas y técnicas – desde el aterrizaje a la luna, pasando por la fisión nuclear, hasta la manipulación de la información genética- el hombre no ha logrado extenderse significativamente más allá de las áreas de condiciones razonablemente aceptables. Y así, las regiones heladas en los polos, la tundra y la taiga, las selvas, los desiertos y las altas montañas permanecen en gran parte intactas, deshabitadas y sin uso. Y no pienso que esto vaya a cambiar por el momento. Porque no hay razones ni necesidad para que cambie.
El espacio que utilizamos actualmente es suficiente para los aproximadamente 7,4 mil millones de habitantes de la tierra. Partiendo de una densidad de población de 230 habitantes por kilómetro cuadrado (la de Alemania en la actualidad), toda la población humana podría establecerse fácilmente en África. Todo el continente americano, Asia, Australia y Europa no serían en absoluto necesarios. No, el espacio no es un factor limitante al crecimiento de la población del Homo sapiens. Además, la velocidad con la que crece nuestra población está reduciéndose a pasos agigantados.
El siguiente gráfico se basa en los datos del sitio web “Our Wolrd in Data” de Max C. Rose y muestra la evolución de la humanidad desde 1700 (unos 600 millones de habitantes) hasta nuestros días (alrededor de 7,4 mil millones), complementada con una proyección de la ONU según la cual alcanzaremos los 11,2 mil millones a finales de este siglo, siempre que se mantenga un ratio global de dos hijos por mujer. Y luego sigue pronto el máximo. Es probable que la humanidad alcance su máximo de “capacidad de carga” a mediados del siglo veintidós, pero por debajo de doce mil millones de individuos. La explosión demográfica del siglo XX, marcada por una triplicación de la población mundial, desaparece. El crecimiento anual de la población alcanzó su punto máximo en la década de 1960, con más del dos por ciento. Desde entonces se ha reducido a la mitad y continúa disminuyendo.
El siguiente gráfico se basa en los datos del sitio web “Our Wolrd in Data” de Max C. Rose y muestra la evolución de la humanidad desde 1700 (unos 600 millones de habitantes) hasta nuestros días (alrededor de 7,4 mil millones), complementada con una proyección de la ONU según la cual alcanzaremos los 11,2 mil millones a finales de este siglo, siempre que se mantenga un ratio global de dos hijos por mujer. Y luego sigue pronto el máximo. Es probable que la humanidad alcance su máximo de “capacidad de carga” a mediados del siglo veintidós, pero por debajo de doce mil millones de individuos. La explosión demográfica del siglo XX, marcada por una triplicación de la población mundial, desaparece. El crecimiento anual de la población alcanzó su punto máximo en la década de 1960, con más del dos por ciento. Desde entonces se ha reducido a la mitad y continúa disminuyendo.
Cuando Thomas Robert Malthus publicó sus ideas sobre la “catástrofe” de la población en 1798, el número de sus contemporáneos era de alrededor de mil millones. Predijo dificultades masivas para una población en crecimiento en dos ensayos famosos, en los que describía cómo los avances en productividad, especialmente en la producción de alimentos, no podían competir con la tasa de reproducción humana. Malthus estaba tan equivocado como pocos eruditos lo habían estado antes.
No, no hay ningún problema con el suministro alimentario de siete mil millones de personas, y no habrá ninguno si se sumasen otros cuatro o cinco mil millones. En la época de Malthus, el 95 por ciento de la población vivía en la pobreza extrema, hoy en día apenas el 10 por ciento vive en condiciones de pobreza similares a las que conoció el británico. No hay datos útiles sobre la situación alimentaria en el siglo XVIII, pero según los cálculos de la FAO, el número de personas subnutridas ha disminuido del 37% en 1970 al 11% en el presente. Y no importa qué datos analicemos, – la esperanza de vida o la mortalidad infantil, acceso al agua potable o a la atención médica o a la electricidad– en todas esas áreas encontraremos tremendos progresos. En la época de Malthus, nadie tenía acceso a la electricidad, hoy son seis mil millones. Efectivamente, no todo es bueno todavía, ni perfecto, pero estamos mejorando rápidamente en todos los sentidos… a pesar de que cada vez somos más. O, tal vez, precisamente por ello.
Probablemente Malthus, de haber sido realmente tan genial como afirman sus fieles seguidores, debió haber sido capaz de prever todos estos desarrollos. Por supuesto, los detalles le habrían permanecido ocultos, pero las tendencias que controlarían el curso general del futuro ya empezaban a manifestarse. Malthus, sin embargo, no quiso percibirlas, se obligó a la ceguera, porque su imagen moral del hombre no le permitía lo contrario. De hecho, no se basó en hechos y consideraciones racionales al escribir su profecía de perdición, sino en un juicio de valor moral sobre el hombre mismo, ese ser egoísta que vive solo a costa de los demás. Creía en un ciclo en el que, inevitablemente, todas las personas que ya no pudiesen ser atendidas serían asesinadas por el hambre y las epidemias, que inicialmente reducirían el tamaño de la población a un nivel soportable antes de que volviera a aumentar para regresar a la trampa de la superpoblación. Sus propuestas para salvarnos del apocalipsis poblacional incluían un control de la natalidad estricto a través de la abstinencia y el matrimonio tardío.
Las ideas de Malthus siguen siendo populares hoy en día. Sirvieron de guía a los gobiernos británicos en el siglo XIX, quienes no tomaron las medidas necesarias durante las grandes hambrunas en Irlanda e India, reconociendo en ellas la necesidad de corregir la sobrepoblación. Fue el verdadero padrino espiritual del movimiento eugenésico que hizo campaña por la esterilización forzada a principios del siglo XX para prevenir la proliferación de individuos “indignos”, algo que es parte de la vida cotidiana en la India desde la década de 1970.
La política china de un solo hijo, que se implementó entre 1979 y 2015, fue otro crimen público contra la población inducido por los ideólogos neomalthusianos. Desde la eugenesia surgen conexiones personales e ideológicas que nos llevan a los orígenes del movimiento ecologista moderno, como lo demuestra Matt Ridley en su libro “La evolución de todo“. Obras inspiradas en Malthus como “Los límites del crecimiento” de Dennis Meadows et al o “La bomba de la población” de Paul Ehrlich constituyen la base dogmática del ecologismo hasta el día de hoy, que nos atormenta con ideas absurdas sobre” protección del clima” y “transición energética “precisamente porque considera necesario limitar al hombre tanto en su número como en sus posibilidades.
Parafraseando una famosa frase del economista Julian Simon, “algo debe ser erróneo en una ideología que considera cada bebé un problema”. El hombre no es solo un consumidor, también es un diseñador. Crea y diseña, construye, produce y comercializa. Cada recién nacido es, ante todo, una fuente de nuevas ideas, nuevas soluciones, nuevas oportunidades. El objetivo no debe ser dejar que este potencial se seque. Más bien, se deben crear condiciones marco en las que todas las personas en este planeta puedan usar su creatividad.
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