jueves, 4 de octubre de 2018

Los nacionalbolcheviques en Cataluña

Jorge Vilches analiza al movimiento nacionalbolchevique en Cataluña. 

Artículo de Voz Pópuli: 
Los CDR cortan el acceso al CIM Vallès en Santa Perpètua de Mogoda.Los CDR cortan el acceso al CIM Vallès en Santa Perpètua de Mogoda. EFE
A un año del referéndum ilegal y del discurso del Rey lo que ha quedado en evidencia es la debilidad institucional del Gobierno de España. En ese proceso autonómico interminable, fundado en vincular la democracia a la descentralización, el Ejecutivo central se ha ido vaciando de poder como un reloj de arena. Al tiempo, los gobiernos autonómicos, en especial aquellos basados en una “nacionalidad histórica”, han ido creciendo hasta el punto de que ponen en cuestión el principio de obediencia y tratan de tú a tú al gobierno central.
En ese viaje al cantón de Mr. Witt, en palabras de Ramón J. Sender, se han ido perdiendo la idea de legitimidad y la noción de soberanía nacional. La clave ha sido la educación y la información, que han construido la interpretación del mundo que anima a la generación de nacionalbolcheviques que hemos visto estos días en Cataluña. Una generación y media han sido suficientes para crear una tropa joven que repite las consignas supremacistas y anticapitalistas, y esgrime las formas violentas de la Europa de entreguerras pasada por la kale borroka.
El golpe institucional necesitaba tropas de asalto que escenificaran el falso choque entre “el deseo del pueblo catalán” y “el Estado”. La oligarquía catalana, necesitada de escapar a cualquier precio de la investigación judicial por malversación de fondos y prevaricación, aceleró el proceso de independencia. Para algo debían servir cuarenta años de adoctrinamiento escolar y mediático.
El giro autoritario del populismo nacionalista se veía venir, y nadie hizo nada. Levitsky y Ziblatt presentan en “Cómo mueren las democracias” los cuatro elementos que definen el proyecto autoritario en un sistema democrático, y que encajan perfectamente con la política de los gobiernos supremacistas en Cataluña.
Primero, han rechazado las reglas democráticas de juego, las legales, para asumir una legitimidad que no tienen. De ahí el golpe de Estado y el desprecio a la letra y al espíritu de la Constitución de 1978 y del Estado de las Autonomías. Segundo, niegan la igualdad de derechos de quienes piensan distinto o no comparten su proyecto político, como se demostró con la actuación violenta y planificada de los independentistas contra la manifestación de JUSTAPOL y, luego, contra los Mossos.
Tercero, los supremacistas muestran una predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, bajo la excusa de que obstaculizan el “mandato” de la nación, obviando que esos opositores también son “nación”. Y cuarto, y a esto voy, toleran o fomentan la violencia política de los suyos contra disidentes y opositores. 
Los CDR, trasunto de las organizaciones de vigilancia y acción totalitarias que existen en Cuba y Venezuela, los puso en movimiento el independentismo gobernante. El propósito era canalizar la violencia estructural contra “los españolistas”, al tiempo que se victimizaba a los agresores y se toleraba la restricción de las libertades y derechos de los ciudadanos.
Ese discurso del “pueblo” contra el “Estado”, falso porque una Comunidad Autónoma es Estado y Torra, además, el máximo representante estatal en Cataluña, supuso alentar una situación en la que la moral catalanista estaba por encima de la ley. No había mayor legitimidad que trabajar para cumplir con el “destino nacional”, aunque con ello se enterraran los últimos vestigios de la democracia en aquella tierra.
“La calle es mía”, que diría Fraga, y así lo asumieron los grupos nacionalbolcheviques, cruzados por igual de nacionalismo que de anticapitalismo, que igual que enarbolan la estrellada, llevan la enseña comunista o la del grupo terrorista “Bandera Negra”. La democracia, dicen, es la consecución de una comunidad homogénea, catalana, basada en el colectivismo. Es una batasunización del catalanismo político.
No faltó, como en todo proceso histórico similar, la tropa que, convertida en vigía de la pureza, llama “traidor” y “colaboracionista” al que tiempo atrás le llevó a la calle. Es el riesgo que tiene hacer un llamamiento al “verdadero pueblo”, otorgarle la pureza y la vigilancia de un proceso revolucionario o golpista que no hay manera luego de reconducir. Son los bolcheviques acorralando al tonto de Kerenski, aquel pobre hombre que, entrevistado por Chaves Nogales en 1931, todavía no sabía cómo había perdido el poder.

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