Carlos Rodríguez Braun analiza el camelo económico mundial que suponen Foros como el de Davos o el de Porto Alegre.
Artículo de Expansión:
El Foro de Davos va de serio y el de Porto Alegre de progre, pero en esencia son dos camelos, y además se parecen bastante. Son operaciones de propaganda que sirven para que los políticos simulen ocuparse de los problemas del mundo y para que los periodistas tengan noticias más o menos pintorescas o conspirativas, sin olvidar a los activistas –es decir, agitadores– que hacen bulla en Davos alegando que ellos sí representan al pueblo y son “movimientos sociales”, nada menos.
Como la izquierda monopoliza esas maniobras de agitación, en el Foro de Porto Alegre, que es “social”, no hay manifestaciones de protesta, pero también se congregan desfachatados que pretenden saber cómo se arreglan los grandes males universales. Lógicamente, en ninguno de los dos lugares nadie tiene la modestia de sugerir que los poderosos dejen de fastidiar a los ciudadanos. Y los empresarios que acuden a Davos lo hacen impulsados por el mismo interés que les hace marchar en tropel a La Moncloa cada vez que allí chasquean los dedos: porque no hay tal cosa como economía de mercado, y todas las economías del mundo están tan intervenidas por el Estado que muchos empresarios o pseudoempresarios no pueden hacer negocios si no es bajo el amparo del poder.
Y, por fin, los listillos que viven de este cuento, en particular Klaus Schwab, el fundador del Foro de Davos, del que no se ha oído ninguna idea original, y desde luego ninguna idea que propicie la libertad de los ciudadanos. La última prueba la dio hace algún tiempo en un artículo en el Wall Street Journal con tantos tópicos como los que podría haber soltado el más populista héroe de Porto Alegre.
Empezó reivindicando el stakeholder. De hecho, sostuvo que él mismo había desarrollado hace cuarenta años esa peligrosa bobada conforme a la cual la empresa no es de sus propietarios, sino de la sociedad: “empleados, clientes, proveedores, el Estado y especialmente la sociedad”. Esto es exactamente lo que los intervencionistas enemigos del mercado y de las empresas quieren oír.
El siguiente punto, como era de esperar, fue echarle la culpa de nuestros males a la libertad individual o, como dice en su meloso lenguaje políticamente correcto, “hemos asistido a una gradual erosión del espíritu comunitario” y se ha impuesto “la conducta individualista ávida de beneficios donde la sociedad desempeña un papel sólo secundario”. Tras este camelo, y esta nueva comprobación de que el Foro de Davos y el de Porto Alegre se asemejan mucho, y que comparten el pensamiento único antiliberal vitoreado desde todas las tribunas, le hago a usted una sencilla adivinanza: ¿Cuál es ahora la principal preocupación del Foro de Davos? Sí, claro que sí, la misma preocupación que promueven las agendas intervencionistas del FMI, la OCDE, y demás burocracias supuestamente liberales: la desigualdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario